El accidente
Caminaba distraído; más bien preocupado. Lo habían despedido hacía algunos
meses. Se sentía agredido por la realidad: la percibía despiadada, intolerante,
ensañándose con él. La incertidumbre y el temor al futuro se le clavaron como
una espina endemoniada, ponzoñosa. La mujer no cesaba de sermonearlo, de
quejarse sin pausa, de enrostrarle el éxito de los amigos y reprocharle sus
fracasos.
Tal vez por eso no vió venir el auto rojo ni escuchó el grito de la mujer
advirtiéndole. El guardabarro lo arrojó con violencia sobre el pavimento y al
caer sintió que la cabeza daba contra el cordón. Percibió el dolor, intenso, impiadoso,
burlón. Y luego nada; una dimensión huera, oscura.
Abrió los ojos con un parpadeo indolente. Contempló la calle desierta; los
árboles configuraban una línea prolija, elegante, que iba perdiéndose en la
perspectiva del horizonte de su mirada. Entonces recordó el accidente. Trató de
incorporarse; una vez en pie sintió la punzada en la cabeza, alrededor de la
nuca. Se miró la ropa: estaba entera y solamente un poco de suciedad en el
pantalón y la campera. Sonrió feliz; estaba vivo, no le había ocurrido nada
serio. “Pudo haber sido peor”, pensó.
La calle estaba desierta. Echó a andar en dirección a ningún lugar. No
conocía la vecindad; tampoco le importaba. Hacía meses que pateaba horas y
horas por los barrios de la ciudad. Al principio buscaba trabajo, cualquier
ocupación. La voz de su mujer, avinagrada y sentenciosa, obsesionaba sus
sentidos; una angustia hosca invadía sus pensamientos. Luego, el salir a
caminar por la ciudad recorriendo recovecos que no conocía le proporcionaba, por
momentos, una calma desconocida, un sosiego bienhechor. Como una amnesia temporal
que lo hacía olvidar de la realidad, ingrata y lacerante.
“Es raro -pensó-, me siento tranquilo, sin angustias ni acosos. No
tengo ganas de volver a casa. No; estoy podrido de ser el blanco de su agresión.
No quiero oírle el vozarrón monocorde y punzante. Cuando ella me regaña es como
ver su dedo acusador delante de mis ojos. No; todavía voy a seguir andando por
estas calles desconocidas”.
Ya no sentía dolores; tampoco en la cabeza. Quería compartir el gozo de
haber sido la víctima de un accidente del que salió indemne. Pero la calle
estaba vacía; ni un alma. “Lástima –pensó-, hubiera querido contarle a alguien
este pequeño milagro. pero lo mismo da: qué le importa a la gente las penas o las dichas de los demás. Cada uno en lo suyo y el resto
del mundo que reviente”.
Lo colmaba una beatitud que se esparcía por todo su ser. No pensaba en su
mujer, ni en la falta de empleo, o en las deudas que lo acosaban y no le daban
reposo. Observaba la tersura de algunas nubes navegando por el cielo límpido y
celeste, transparente como un cendal delicado, y se sintió estremecido por un
placer desconocido. El aire era fresco, se percibía su pureza, y un aroma
fragante, como de rosas y jazmines, le generaron una sensación agradable.
Anduvo un rato largo; no estaba cansado, tampoco tenía sed, o hambre. Hacía
mucho tiempo que no disfrutaba de un bienestar así. Se sentía feliz. Esbozó una
sonrisa plácida: “Como cuando era pibe, viviendo protegido por los viejos; sin
las angustias de la vida adulta, sin las malditas deudas”, recordó meneando
pausadamente la cabeza.
Siguió su marcha; se detuvo un rato, contempló los alrededores. Y de pronto
se acordó: “¿Dónde está la mujer que me gritó ‘cuidado con el auto’.? ¿Y el que
manejaba el coche? ¿Porqué no se detuvo para ver qué me sucedió?” Las
respuestas eran burlonas, crueles. Su mente no las admitía.
Ese silencio cóncavo que lo escoltaba desde hacía rato; las ausencias, la
soledad espectral de las calles que iba recorriendo; el apacible y lejano
tañido de campanas; ese murmullo de gemidos que parecía un réquiem coreado a
capella, le produjeron congoja. Un lagrimón furtivo le birló la sonrisa. Por
que sólo entonces comprendió la verdad de la historia: estaba muerto. Irremisiblemente
muerto •
Andrés Aldao
Hermoso cuento que revivió mi accidente... pero hoy piso tierra...
ResponderEliminar"Los muertos que vos mataís gozan de buena salud" Excelente Pibito Andrés Aldao . Recibe un fuerte abrazo.-
ResponderEliminarLa liberación llega en forma de muerte para el atribulado personaje que por fin omitirá de sus ojos el dedo admonitorio que sigue el compás de esa voz monocorde y punzante, como siempre la literatura del autor nos presenta la injusticia en sus personajes desangelados con una prosa que abraza al lector y que lo alienta a seguir adelante, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarRelato que describe con maestría esa sensación de "no estar" que a veces experimentamos por medios químicos -anestesia por ejemplo- y otras en algún duermevela. Muy bueno!
ResponderEliminarUn accidente tan real y tan mágico que te lleva por un camino de liberación.
ResponderEliminarUn abrazo grande, querido Andrés
Betty
El sentido de liberación, de andar sin acosos ni sombras surge de un momento de iluminación y no importa si ese momento está en la frontera entre la vida y la muerte. Aunque dure un instante es bellísimo. Muy bueno, Andrés
ResponderEliminarCristina Pailos
El silencio, la ausencia, la soledad, la realidad despiadada, la incertidumbre, la incomprensión, y él sólo quiso contar lo que suponía un milagro, compartir... Cuando comprendió la verdad, lloró en silencio.
ResponderEliminarEn una corta narración toda una vivencia. Una joyita.
Gracias Andrés
Ofelia
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creo que un gran valor de la narrativa es convencer. me convenció. excelente. susana zazzetti.
ResponderEliminarDe cuantas maneras se puede pintar la muerte, ese espacio tan desconocido donde la imaginación nos lleva a fantasear; esta tu historia, que en su principio me hizo acordar a un cuento de Cortazar, pinta un clima pacífico y delicioso donde vagabundear a solas sin los aprietes de la vida real para la post vida,... pero luego la tristeza...será así? quíén pudiera decirlo. Buen relato y siempre destaco la persistencia del lenguaje durante todo el texto, algo no tan fácilmente lograble. Me gustó mucho, Un abrazo enorme. Marta Comelli
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