Solo aquí no pasó nada (fragmento de la novela del mismo nombre)
Tenía siete años cuando liberaron a su padre. La madre
viajó con ella a esperarlo, tenía que aterrizar a la tarde y como vivían tan
lejos del aeropuerto salieron por la mañana.
Su madre temía que el
viejo Subaru del kibutz les causara problemas, pero viajaron rápido y
llegaron dos horas antes. Pasearon un poco entre los negocios. Los puestos de
comida y bebidas le despertaron el apetito pero su mamá no aceptó comprar nada,
dijo que ahí todo es muy caro y que no quiere malgastar plata porque sí, que si
tiene hambre hay sandwiches que trajeron de casa, pero ella no quería los
sandwiches de la casa, porque sabía que eran de margarina con aceitunas y ya
había comido uno por el camino y no albergaban la promesa de lo que vendían en
el kiosko.
Al final la madre accedió, estaba tan nerviosa y
distraída que simplemente se rindió, pero solo aceptó comprar un bocadillo y en
el momento de acercarse al mostrador se acordaron que era Pesaj*, pero ella
temìa que si se arrepentía no le comprara nada ý compraron un pancito de harina
de pan ázimo con atún que era repugnante. Pidió un helado, pero la madré se
enojó y le dijo que la deje de fastidiar. Pasearon otro poco y cuando se
cansaron se sentaron en las sillas de
plástico. Ella observó a la gente que pasaba –los que viajaban, que caminaban
con valijas y parecían alegres y emocionados, los que recién habían llegado,
que encontraban a familiares o amigos que los esperaban, sosteniendo ramos de flores o globos y regalos y
conversando agitados, todos a la vez. Ella no pertenecía a ninguno de esos
grupos- Por supuesto que ellas no viajarían a ningún lado, pero tampoco se
identificaba con el otro grupo, porque esas eran personas que volvían de un
paseo. No había allí ninguna nena que no habia visto a su padre durante tres
años y que no supiese siquiera si lo iba a reconocer, porque en la única foto
que tenía, él estaba un poco borroso, con bigote y anteojos y unas sonrisa
chiquita, como si se contuviera para no reírse.
Las otras fotos quedaron en Argentina, junto con muchas
otras cosas, en el departamento que sus padres debieron abandonar de repente cuando
vino la policía. Algunas cosas las recuerda en forma difusa, muy borrosas, como
el filo de un recuerdo: El gusto de los caramelos que cambiaban de color o el
vestido azul con botones dorados que llevaba puesto en la única foto que
tenían, la misma en que estaba su padre y cuando la vió se le despertó ese
recuerdo dormido.
De vez en cuando miraba a su mamá para preguntarle algo
que le llamaba la atención, pero ella estaba tan tensa, fumaba un cigarrillo
tras otro y miraba una y otra vez la enorme pizarra que anunciaba los
aterrizajes, por eso Daniela callaba y se guardaba las preguntas, fuera de una
vez que preguntó –"¿mamá, qué mirás?" Y la madre le explicó que allí
decía cuando aterrizaría el avión del padre, y ella preguntó,
"¿Cuándo?" Y la madre dijo –"A las cinco y media"´y ella
preguntó –"¿Cuándo serán las cinco y media?"
Y entonces la madre dijo –"Basta Daniela, basta de
preguntas."
Se quedó sentada en silencio y no habló más, y en cierto
momento la madre dijo de repente –"el avión aterrizó", por un instante pareció muy contenta, y fueron
a pararse al lado de una gran ventana de vidrio a través de la cual se podían
ver más y más personas que llegaban y se encontraban con sus familiares, pero a
él no lo vio, y ya le parecía que nunca llegaría, que se ahora descubriría lo
que sospechaba desde que tenía memoria
–que no tiene ningún papá, de verdad que no tiene, como le dijeron una vez
Nadav y Ofrí en la escuela, vos lo decís por decir, pero tu papá no está en
Argentina, vos no tenés ningún papá.
Y de pronto su mamá le agarró la mano con demasiada
fuerza y le dijo – "Ahí está, vení";y ella fue detrás y supo que debería estar emocionada pero no
sintió nada, estaba cansada y solo quería llegar al auto para acurrucarse en el
asiento trasero y dormir todo el camino. Entonces lo vio.
Un hombre alto y flaco, con barba y bigote, no como en la
foto que tenía solo bigote. La barba la asustó mucho, parecía uno de los
ladrones del libro Alí babá que tenían en el jardín de infantes, y justo en la
cabeza no tenía mucho pelo y era gris, como el de un viejo.
Él abrazó a la madre y ella vio que los hombros le
temblaban. "Qué, ¿está llorando?" pensó, y eso también la atemorizó,
y en aquel momento, ese hombre que de hecho ella no conocía, la miró y le dijo
"Graciela, Gracielita", y abrió los brazos, ella no quería ir pero sabía
que era su deber y él la abrazó, tenía un olor raro, no el de Argentina, como su
abuela y Dorita, la amiga de mamá, un olor distinto que la puso triste. Todo
era triste ese día. Después fueron a tomar café en el bar antes del largo viaje
a casa, y por un momento se alegró porque le compraron coca-cola, pero la
alegría se evaporó bien pronto, tomó un poco y nada más, de repente no era tan
rica, los miró mientras hablaban y casi
se durmió con la cabeza sobre la mesa.
"Hay que volver, la nena está cansada", dijo él
en castellano y un segundo antes de dormirse pensó "no sabe hebreo",
y se preguntó cómo podría hablar con él, hace tiempo que no habla en
castellano, todavía alcanzó a sentir
unos fuertes brazos que la levantaron, era muy agradable, y después se despertó
en el sofá de la pieza de mamá en el kibutz y se fue para el dormitorio de mamá
a dormir con ella pero su papá, ese hombre con el extraño olor y el pelo gris,
la llevó de vuelta al salón y la dejó ahí. Y todo lo que lloró no le sirvió de
nada.
Paula Andrea Sela (traducción de Ester Mann)
El recuerdo es la tinta que escribe el instante, y la historia real se plasma con un lenguaje ameno y casi coloquial que con buena traducción adquiere una velocidad segura y estable.
ResponderEliminarUn logro compartido por madre e hija a las que dedico mi felicitación.
Celmiro Koryto
La narración atrapa y el punto de vista narrativo logra darle ternura al drama de fondo, ojalá sigan las entregas, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMe sumo a Celmiro ''el recuerdo es la tinta que escribe el instante'' esa tan bella y poética frase para atesorar con palabras estos breves párrafos, que hacen imaginar el desarrollo de una novela atractiva. Lenguaje simple y bello, me encantó el detalle de llevar los sandwiches, ( lo hacía mi madre cuando éramos niñas mis hermanas y yo). Felicitaciones a Paula y como Arturo Trinelli espero sigan las entregas. gracias. marta comelli
ResponderEliminarTan niña, tan real, tan no cuento, ella hace de él la necesidad de el no olvido de un pasado imposible de no reactualizar. Hermoso y tierno en ese apegamiento a su mamá en instantes nuevos y reveladores. Un abrazo, Paula. Sonia Figueras
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