miércoles, 4 de junio de 2014

Gerardo Penini

ASUNTOS COTIDIANOS

No sé si se puede considerar un cuento, pero el hilván de recuerdos que llega bien vale el relato, tal vez una crónica. Son recuerdos felices, no esperaremos entonces la tensión dramática que exige un cuento. Ustedes dirán.
Todo sucede hace años en un pueblo muy pequeño entre las montañas de la cordillera patagónica. Tiempos en que llegaba un colectivo cada tres días, y cada tres días volvía de madrugada a la ciudad más cercana, más de ciento cincuenta kilómetros haciendo un camino zizgagueante entre cerros. En otoño y primavera, mientras subía la empinada cuesta del Rahue se veía allá abajo la masa de nubes que cubría el río, contraste del agua helada que viene de las nieves con el sol que comienza a entibiar el ambiente. Allí se instaló la segunda radio frecuencia modulada de la región, una iniciativa audaz de locos soñadores.
Comenzamos en el cuartito que había sido leñera de la Municipalidad, estrecho y dividido en dos, sin calefacción, techo de chapas y una puerta de tablas clavadas por donde entraba todo el invierno. Una sucursal del infierno en verano. Pero valía la pena. Todo el pueblo se hizo inmediatamente parte de esa humilde radio, la primera voz argentina en ese lugar de frontera.
Todo el pueblo podría ser protagonista del relato, pero vamos a empezar por Pedrito.
No tenía más de siete años cuando se hizo habitué de la radio, vino un sábado al programa “Gusanito Musical” y con cualquier excusa volvía y se quedaba parado en ese lugar frío, deslumbrado por algo tan misterioso como la máquina de sonidos. Corría hasta su casa, escuchaba un rato el receptor y volvía otra vez corriendo, con los ojos grandotes. Comprobé por mi propia hija que a los chicos les parecía mágico, e inclusive le respondían a la voz de la cajita con perillas. Porque la radio se escuchaba en radios que tenían un lugar importante en la casa.
Una mañana abrí la transmisión con los habituales saludos y comentarios mientras preparaba el mate. Lo de siempre, hora, temperatura, vientos y humedad. Con notable atraso los últimos datos, porque eran del diario que se hacía en la capital. De repente la desgracia, se me cayó el mate y se rompió, lo que también comenté al aire. A los pocos minutos apareció Pedrito con un mate y bombilla. Entró, estiró la mano y dijo: “Lo manda mamá”. Y listo.
Media hora después teníamos tres mates y bombillas en el “estudio”, regalo de los oyentes. Pedrito muy contento porque el único que usamos fue el que nos trajo él.
Aclaro que hablo en plural porque el personal de la radio lo componíamos dos personas, pero con el correr de los meses se incorporaron colaboradores. Victoria apareció un par de veces en las mañanas porque las vecinas siempre le pedían consejos y recetas de cocina. Terminó quedándose con un espacio fijo dedicado a las amas de casa que nos desbordaba con llamados telefónicos.
Para lo demás, quien les habla hacía las voces del “Profesor Lechuzo” en los horóscopos y del “Gusanito Musical” en dicho programa para niños. Programa con premios para los chicos que se animaban a enfrentar el micrófono; porque todos los comercios colaboraban con golosinas, pequeños juguetes o cualquier cosa de poco valor que estimulara a los participantes. Y dije todos los comercios. Pueblo chico.
Pedrito siempre ahí, paradito, ni una palabra. Los sábados llegaba temprano para estar como dueño de casa cuando empezaban a llegar los pequeños visitantes. Creo que debe haberse sentido hinchado de orgullo con ese sentido de pertenencia. Pero de hablar… ¡nada!
Pasó todo un verano, hicimos el programa “Vainilla y Chocolate” producido y llevado al aire por un grupo de chicas que comenzaban la escuela secundaria. Karina, Chefi y Gaby habían elegido el nombre de un helado, elegían la música y las notas y arrancaban a la tardecita después de la playa en el río. Ruidosas y entusiasmadas.
Un viento refrescante para mí, con cuatro horas bajo el techo de lata.
Pedrito no vino ese verano. Un día lo echamos de menos y comentamos que seguramente estaba celoso.
Comenzaron las clases, retomamos los programas invernales y retornó Pedrito con las tortafritas que mandaba mamá.
Hasta que un sábado, promediando el “Gusanito…” se acercó al temido artefacto. Cuando lo vimos, ya estaba dispuesto a enfrentar el micrófono como un corredor en la largada.
-          Hola amiguito. ¿Vamos a decir tu nombre para los oyentes?
-          Pedrito
-          ¿No será Pedro?
-          Pedrito
-          Bueno Pedrito, gracias por venir ¿A quien querés mandarle saludos?
-          A mi mamá
-          Un beso para la mamá entonces. Te está escuchando todo el pueblo Pedrito ¿Alguien más para saludar?
-          Mi abuelita
-          Un beso grande para la abuela de Pedrito.
De repente lo tomé por sorpresa al chico, que ya estaba entrando en confianza:
-          ¿Y cómo se llama tu mamá Pedrito?
Pensó unos segundos…y se alzó de hombros
-          ¡Mamá!


                                                      Gerardo Penini

5 comentarios:

  1. Conmovedor relato, cuento, crónica o como se quiera llamar. Esos recuerdos son historia, la historia de los buenos vecinos, de la ayuda solidaria que no necesitaba grandes palabras...Gran relato, amigo Gerardo!!

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  2. Gerardo , muy nítidas vivencias. "me metí" en el cuento" Muchas gracias!!

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  3. ¡La magia de la radio!
    Gerardo, gracias por la historia. Seguramente, de ese pequeño estudio y de esa maravillosa patagonia, habrá muchas más anecdotas que me gustaría leer.

    Roberto

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  4. Tiernos recuerdos muy bien narrados, un placer como siempre, Carlos Arturo Trinelli

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  5. ¡Hermoso relato Primo!
    Eduardo

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