viernes, 14 de junio de 2013

Ca rlos Arturo Trinelli




                                           
 lunáticos

     Puede que estuviéramos locos. También era cierto que consumíamos sustancias y que nos sobraba el tiempo para la contemplación, sin embargo, nada de todo esto pudo hacer que los tres hubiéramos visto, sentido y escuchado lo mismo.
     Existe un antes y un después de lo acontecido. En el antes Silvia se acostaba con los dos, los tres éramos felices y el amor parecía como el tiempo, tan ancho como largo. En el después, Silvia se fue con Ana y yo me quedé solo, solo con el tiempo. En el medio sucedió lo de los selenitas.
     Unos seres (no sé si llamarlos personas o seres selenios) encantadores éstos selenitas. Era el mes de marzo, el otoño temprano pintaba de ocre las hojas de las lengas que brillaban en las laderas de las montañas. A orillas del Huechulaufquen, ñires y coihues desprendían sus pequeñas hojas convertidas a un marrón pálido y que eran un apreciado combustible en los fogones nocturnos y en la cocina del día. Un festival de colores mutaba ante nuestros ojos dirigidos por el ascenso y descenso del sol. La noche en cambio era pura intuición. El agua del lago brillaba sigilosa iluminada por la luna. Fuera del fuego con que dilatábamos el irnos a dormir se cernían las sombras del bosque con el tono monocorde de la oscuridad.
     La aparición de los selenitas ocurrió de noche. Una noche calma, acompasada por el sonido del agua del lago que acariciaba su llegada a la orilla contra las piedras.
     Se presentaron de la nada, una nada sin sigilo, natural como la propia nada. Eran dos, una mujer y un hombre. Pidieron disculpas por la interrupción y rogaron que no nos impresionáramos por el aspecto selénico. Silvia se rió, yo me apuré en aclarar que el consumo de alucinógenos nos amparaba de cualquier impresión. El hombre se presentó como Juan y ella como Eva, nombres terráqueos adoptados ante la imposibilidad de que pudiéramos pronunciar los originales. Sus voces sonaban como las de los dibujos animados relación que establecí por el castellano neutro en que se expresaban y por que en sus manos solo había cuatro dedos. Además, el tamaño de los cuerpos no excedía el de la primera adolescencia humana. Según ellos se debía a la gravedad. Debido a ella era que los viajes que organizaban de tierra de miel eran por lo general a la zona ecuatorial donde el efecto era menor. Los rostros eran en extremo ovales sensación que agudizaban los ojos dispuestos de manera vertical con el iris en reposo en la parte inferior. Los cuerpos lucían inarticulados con una delgadez luminosa como la de un tubo fosforescente. Eran habitantes de la cara oculta, de la región de la cuenca del Mar Ingeni. Se sentaron admirados del fuego, elemento que en la Luna no podían apreciar.
Hablamos mucho al amparo de las llamas que iluminaban nuestras figuras con un tono anaranjado. Ana les preguntó cómo podía ser que no supiéramos de su existencia y Juan, el selenita, contó que desde que los rusos habían logrado fotografiar la cara oculta se habían replegado al interior de cráteres y edificado una civilización al resguardo de curiosos y del bombardeo constante de meteoros. Agregó que en cada uno de esos circos lunares vivían selenitas con sus propias leyes y costumbres. Eva agregó que sus padres le habían contado el temor que tuvieron cuando los terráqueos descendieron en la cara visible. Misiones selénicas- científicas habían explorado el material abandonado y copiado la tecnología. Juan interrumpió para agregar que él en persona había quitado una bandera y una placa conmemorativa firmada por un presidente de EE.UU., un tal R. Nixon. Sucede, siguió Eva, que allí decían mentiras tales como que representaban a la humanidad y que venían en paz. En paz porque no se encontraron con nadie. Todos nos reímos.
     No aceptaron convites, de una bolsa prendida a la cintura extrajeron unas tortas oscuras, una amalgama de insectos lunares y polvo de meteoros que contenían proteínas y minerales. Eva explicó que en la Luna este insecto único, especie de hormiga negra terráquea, disponía de una séptima pata en medio de la separación entre tórax y abdomen para poder afirmarse al suelo. La séptima pata era removida antes de cocinar al insecto y guardada como combustible afrodisíaco. Nos invitaron a degustar estas patas que sobre un paño blanco lucían como pelos de nariz. Ávidos tomamos unos puñados y los mezclamos con vodka. La pareja de selenitas las ingirieron solas. La Luna era testigo enmarcada en una nebulosa como si descansara sobre algodones.
     Eva aseguró con respecto a las patas que no eran mágicas. Entendí entonces que este sildenafil lunático funcionaba solo con algún estímulo. Ensayé manosear un seno de Ana quien se apartó como si se quemara. Eva me miró y sonrió con displicencia. Se incorporó y vino hacia mí, desplazó a Ana de mi lado y dijo en voz alta que los terráqueos habíamos transcurrido nuestra historia invocando a la Luna en poesías, canciones, cuadros, que Luna y amor iban de la mano para nosotros. Entonces, si estábamos de acuerdo, ellos harían el amor  con nosotros. Juan con las chicas y Eva conmigo. Las chicas gritaron:¡bien! Yo no dije nada pero aferré los cuatro dedos de la mano de Eva con los cinco míos y le sugerí que fuéramos a buscar la intimidad de la carpa.
     Difícil es describir lo que aconteció porque difícil es describir las sensaciones y en eso se basa el amor lunar, en las sensaciones. Eva me pidió que me aferrara a su mirada como modo de llegar hasta su alma selenita. Fue como sentarme a ver transcurrir una película en donde éramos los primeros actores. Un sueño que ocurría fuera de mi mente, caricias, besos, el calor del contacto de nuestras pieles todo estaba a la vista pero lo sentía en mí. Un temblor, un sismo interno de volcán estalló entre los dos y acabamos juntos en un viaje estelar.
     Juan aseguró que debían partir y justificó la decisión, si bien no alcanzamos el pleno perigeo estamos adelantados en nuestra Apídes, parece que no pero los días de viaje son menos.
     Los vimos brillar entre las sombras del bosque como retazos de Luna perdidos, fue lo último que apreciamos de nuestros amigos selenitas.
     El día siguiente fue igual a los que les sucedieron, no volvimos a hablar del tema. Tendría dudas sobre lo acontecido si no fuera que conservo la sensación del amor cada vez que pienso en Eva.
     

6 comentarios:

  1. ¿qué sustancias habrá consumido usted, amigo? Le pregunto porque me hubiera gustado tener más detalles de la experiencia lunática, ya que nunca se sabe qué puede ocurrir cualquier día de estos...
    De todas formas le aconsejo que la próxima vez esté más atento y nos cuente, ¿qué le parece?

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  2. Difícil comprender cuántos puntos perigénicos coincidentes haría faltar contactar en orbita, para selenizarse en ese momento alucinogenético de cráter volcánico en estallido estelar. Y me pregunto a cuántos grados de Apides habría que marketinizarse, para alcanzar el lado oculto de la oscuridad refractaria lunar. Lo que si puedo asegurarle, amigo Trinelli, es que su relato existente en base a un amor cuyo recuerdo ha puesto en andas, me ha selenizado y me craterizo el entendimiento. Estoy lunáticamente deslumbrada con su lumbrería cristálica. Soy un cachote de yeso en estatua, en su mejor variación de sulfato cálcico. ElsaJanánica.

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  3. ¡Que buena experiencia relata usted! No tiene mucha importancia pero tengo la convivvión por proipia experiencia y razonamiento además, que existen estos seres (extraterrestres, no se si exactamente de la luna).
    La bella luna que no enceguece si se la mira a la cara. Muy buen relato. Como ve su relato es un disparador de vievcias para mi y otros, seguramente.
    Graciela Urcullu

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  4. Contactos ¿ de qué tipo ? Un cuento donde lo fantástico parece real. Una buena combinación de elementos: un poco de " pulp", ficción donde reina el frenesí , alucinación y un final tierno.
    Excelente. Felicitaciones, Carlos y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  5. No se cual es el punto de contacto entre la ficción y la realidad...pero quiero ir allí ...como hago CAt??

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  6. Bueno, bueno, las fantasías me matan y tengo que contarte, Carlos, que si hay sol y un festival de colores me anoto.
    Un gusto leerte, abrazo
    Betty

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