jueves, 20 de marzo de 2014

Carlos Arturo Trinelli

                                               


   
MALA PATA

     Julián Severo Rodríguez es mi amigo. A Julián le amputaron la pierna derecha por una enfermedad. Nos conocemos desde niños, crecimos juntos en el mismo barrio. Él se casó con una mujer que primero fue mi novia. No rompió ningún código solo aceptó el destino e hizo bien. Cecilia, su esposa, supo guardar un rencor hacia mi tan constante como el tiempo que transcurrió entre nosotros.
     Yo también me casé, Lucía es el nombre de mi esposa y yo me llamo Horacio. Hace años decidimos con Julián no frecuentarnos más como matrimonios amigos. Lucía no simpatizaba con Cecilia con la intuición que le permitía adivinar un pasado del que no había participado por el simple hecho de que no nos conocía. A su vez Cecilia mantenía un celo injustificado que hacía que entre ambas no existiera sostén para una relación. Quizá les hubiera gustado a nuestras esposas que nosotros también dejáramos de vernos. Nunca conversamos el tema solo seguimos adelante.
     Julián y Cecilia tuvieron dos hijas y son abuelos. Lucía y yo tuvimos un hijo que un día se fue de viaje y no regresó, quizá lo haga.
     Yo cuidé a Julián por las noches en el hospital y después, siempre que pude, lo acompañé a la rehabilitación. Al principio, en el hospital, no sabía qué decirle y opté por no decir nada. Una de esas noches dijo de pronto ¡a la mierda con la gamba! ¿No decían ustedes que la derecha la tenía solo para apoyarme cuando jugábamos a la pelota? Me hizo gracia pero todavía no puedo reprimir la pena cuando lo veo parado como una cigüeña apoyado en las muletas. Intentó usar prótesis pero no logró adaptarse.
     Una noche de hospital me contó que cuando era niño el padre lo castigaba encerrándolo en un cuarto de vestir a oscuras. Allí quedaba por horas sentado en el piso acariciado por la ropa colgada. El cuarto tenía un ventanuco en forma de ojo de buey que filtraba la luz y por el que calculaba el tiempo que pasaba hasta que, a veces, el plenilunio lo vencía. Allí imaginaba que huía por ese agujero a vivir aventuras. Lo mismo haría ahora con una sola pierna, huir. No lo hace, no puede, no es fácil no ser niño. Además, es un bebedor.
     Todas estas cosas pienso antes de acostarme con el vértigo de los pensamientos envueltos en la bebida y no veo la nota que leeré mañana y entonces sabré que Lucía se fue y que allí escribió para siempre lo mismo que le dijo al cura cuando nos casamos y si le mintió al cura por qué no lo haría conmigo.
     Me acuesto en la cama de mi hijo, cama que uso desde su ausencia y no me percato que Lucía tampoco está.
-Mirá como lo trajiste, me reta Cecilia y Julián y yo nos reímos y sigue la monserga:-por favor, no vengas más a buscarlo y me cierra la puerta en la cara y no oye cuando le pregunto:-¿querés que te ayude? Y sé que no lo digo por ella sino por él que está todo meado y sucio de barro. Regresábamos de la sociedad de fomento después de jugar varios torneos de naipes. Insistió en hacer pis, me detuve en la oscuridad, frené la silla de ruedas, se afirmó con los dos brazos por sobre mi cuello, lo alcé y lo apoyé de espaldas en un árbol. Se reía mucho, los perros ladraban dentro de las casas. Perdió el equilibrio y se cayó de costado. De algún lugar viajó un chistido que nos rozó con su vergüenza. Lo alcé como pude y lo senté en la silla. El daño estaba hecho. Escapamos a toda velocidad por la calle y el muy borrachín aullaba como si fuera la sirena de una ambulancia. Cecilia tuvo razón en enojarse. Mi duda es el odio que me profesa y dudo porque en un mundo que supone que todo es amor quizá no esté mal odiar un poco. Es decir, todos necesitamos odiar a alguien como para demostrar inteligencia. Cierro los ojos para dormir y comienzo a girar y pienso que está a punto de concretarse mi desdoblamiento, uno se irá por los sueños y el otro no sabrá dónde. Luego volveremos a estar juntos en el sobresalto del despertar.
     Ya conmigo encuentro la nota y me entero de mi abandono, hago un bollo con el papel y lo encesto de una en el tacho de basura. Tengo la certeza que esto no quedará así, Lucía necesitará repetir lo obvio, se fue y para siempre en consecuencia en un rato más temprano que tarde llamará por teléfono desde lo de su hermana y me dirá que soy alcohólico, que no me gusta el trabajo, que ella me es indiferente, en fin, todas cosas que sé y no puedo remediar.
    En la heladera no hay nada, un pollo de mármol descansa en paz en el congelador. Tuesto unos panes duros y los espolvoreo con queso rayado, tomo unos mates y ya almorcé. Miro la hora son las cinco de la tarde. Acometo una serie de acciones previsoras (saco el pollo del congelador, cuento el dinero del que dispongo, abro un vino, esto es para prever temblores del pulso). Decido llamar por teléfono a la viuda de González, una setentona que llama a cada rato para requerir alguno de mis servicios (soy gasista matriculado y plomero, oficios que aprendí con mi padre, con este laburo nunca te va a faltar de comer, aseguraba el viejo que comía como un pajarito y bebía como un elefante). Pauto ir en la mañana siguiente. Cuelgo y suena el teléfono es Lucía:-Hola, soy yo.
-Yo también.
-¿Vos también qué?
-Soy yo.
-No te hagas el gracioso ¿leíste la nota?
-Sí.
-¿Qué pensás?
-Que te fuiste a lo de tu hermana y que cuando se te pase vas a volver.
-Es para siempre y te llame para despedirme, tantos años juntos no se merecen una nota escrita de apuro.
-Despedirse es jodido, es riesgoso.
-¿Qué querés decir?
-Nunca se sabe en una despedida si uno volverá a verse
     Entonces agrega los motivos de la despedida que no son otros que los que yo ya sé, alcoholismo, indiferencia, vagancia.
-Estoy sobrio, me gustaría verte y mañana tengo trabajo.
-¿De verdad? ¿No vas al antro esta noche?
     A la sociedad de fomento ella le dice antro.
-Cómo voy a ir si me tengo que levantar temprano.
     Silencio. Escucho sonidos de nariz e intuyo llanto. Procedo al remate:-Dale, venite, no seas mala, comemos algo y después…
-Bueno, voy para allá y hablamos, el remate de ella es sonarse la nariz.
     El pollo sigue pétreo. Decido que cuando llegue Lucía pediremos comida china. La solución de un problema genera otro, así de compleja es la vida, cómo avisarle a Julián que faltaré en la noche. No puedo llamarlo por teléfono, él no atiende y si me atiende Cecilia me va a cortar. Si paso por su casa la que atiende el timbre es ella y sería peor volver a recibir su halo de odio. Resuelvo que si no hay solución no existe el problema y sigo adelante.
     Llega Lucía con su inocencia e inconsistencia. Me detengo en el pasillo. Abandona el cierre de la puerta y corre hacia mí, me abraza, me besa con su boca de pato (me encanta su forma de pato, su culo erguido, su delgadez, sus pechos hemisféricos, su cabello lacio, su nariz fina y prominente, sus labios también finos que enmarcan una boca grande, un pato, un pato hembra) El beso es salado porque me mojan sus lágrimas. No dudo que me ama con su inocencia e inconsistencia pero salvo el momento y la aprieto justo bajo las tetas, en las costillas y se separa y se ríe y entonces la vuelvo a besar y en sus ojos leo el deseo y me olvido de los chinos y de Julián y del compromiso y del odio de Cecilia y aprecio el don de la segunda oportunidad.
     Claro, todo resulta una epifanía y las cosas vuelven pero ella está desnuda y todavía se disimula la inconsistencia.
     Recibimos los chou fan, el de ella de vegetales, el mío de camarones. Mientras comemos todo vuelve a empezar y pienso que es porque nunca terminó y me llueven, sin mojarme, los chismes sobre mi cuñada y el marido.
     Duermo con ella y me despierta el teléfono. Lucía se levanta, miro la hora, las cuatro. Pienso que puede ser nuestro hijo desde algún sitio con diferencia horaria pero la escucho a Lucía decir con orgullo que yo estoy aquí y me incorporo en la cama para comprender que habla con Cecilia. Cuando regresa le pregunto qué sucede y me dice que Julián se escapó y no se sabe nada. Nada digo pero pienso que Julián no es un perro ni un preso en consecuencia, no se escapó, solo salió y seguro fue para la sociedad de fomento y que al no encontrarme allí habrá hecho pareja de juego con otro y ese otro en algún momento lo llevará a su casa.
     A las seis vuelve a sonar el teléfono y esta vez soy yo el que atiende, es Cecilia, hipa un llanto en la línea, Julián tuvo un accidente, iba en la silla de ruedas por la calle y un auto lo atropelló y lo dejó tirado. Un vecino llamó a la ambulancia. Está grave internado en el hospital.
     Pasadas las ocho llego al hospital, Cecilia me abraza, la abrazo, las hijas nos abrazan, lloran, yo también. El odio comienza a ser un recuerdo.
                                                                                             


     

3 comentarios:

  1. Un episodio complejo, parte de una historia que debemos imaginar, relatado en un estilo objetivista, casi periodístico, que no deja lugar para los sentimientos de los personajes y por eso mismo obliga al lector a suponerlos, inventarlos, recurrir a su propia fantasía. Muy bueno

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  2. Ay Trinelli...siempre sorprendes,un relato "que nos lleva" que nos atrapa , aunque me queda una duda , como será besar un pato? Abrazo , amigo.

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  3. Hay una sola realidad, pero nuestra subjetividad la enmaraña, y el escritor tiene la maestría de contar estas situaciones ambivalentes, logrando que solo un acontecimiento fuerte `pueda unir lo que parecía imposible.
    Excelente, Carlos Me quedo con aquello de " si no hay la solución, no exise el problema."
    Abrazo.
    MARITA RAGOZZA

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