Música, Vino Y Rosas
Era una noche cálida de ésas que templan el
cuerpo y el alma. Noche de vino, melodías y rosas. Rosas para obsequiar, música
para bailar, vino para olvidar. ¿A quién regalarle rosas fragantes de
terciopelo? ¿Con quién bailar y qué individuo haría el bien de compartir mi
copa?
Quise recordar el aroma de las rosas y me
figuré las manos que las recibirían.
Estaba en eso. Un coche último modelo, quizás fuera un Renault Laguna, frenó
pegadito a mis rodillas y mi grito, en un santiamén me separó de las rosas, los
sonidos y el dulzor del vinillo que venía ya degustando. Y me apartó de las remembranzas
y mis desvelos.
¡Fíjese por dónde va, casi lo mato!
El coche siguió su
camino y yo me levanté como pude. No veía. ¿Me habré quedado ciego? me pregunté
en tanto me incorporaba de a poco y me palpaba el cuerpo.
¡Que no veía!…Me
incorporé en cuanto pude. Una luz incandescente, deslumbrante, me encandiló y
una música de ángeles repicó en mis oídos como violines. Bueno, estoy muerto.
Ya llegué. Es quimérico que haya aparecido en el Paraíso, estaba seguro de
tener mi ubicación en el Infierno.
No, no. La luz y la música celestial venían de
enfrente, argüí. ¿Chopin? No, no. “Un baile, es “Berlioz, ¡cuánta belleza! ¿Y
si me animara a fisgonear mujeres y hombres en plena danza? Hace tanto ya que
no convivo entre las gentes que olvidé cómo son.
Crucé la calle, me
acerqué a la verja de la casa de donde provenían sonidos y luces, compuse mi
ropa medio deslucida por la caída y traspasé la puerta. Jamás había hecho
semejante acto con tan singular desenfado.
Recorrí salones despojados de todo. Estaban
desiertos. Qué desperdicio del buen gusto, exclamé en alta voz que resonó
haciendo eco. Esperaba ver danzarines en pleno regocijo y no los había. Sólo
luz, mucha luz.
Al paso de los jardines que se sucedían, mojé
mis manos en una alberca de agua cristalina, olí el aroma que emanaban rosas de
un Edén y la vi.
El Universo todo
envolvía su cuello alabastrino cual cisne, y ella, doncella de las aguas
en despliegue etéreo, dejaba su estela
iridiscente.
Desde el fondo del
salón, oculto detrás de una columna cómplice, distinguí su piel de seda, tersa,
delicada. La gracia plena en sus pechos hirientes en un torso de infinitud
extrema, llevaba inevitablemente a lineales piernas perfectas.
¿A quién me recordaba?
¿En qué galaxia supe de su belleza?
En su totalidad, dejaba al girar aromas
lujuriosos de rosas y alhucemas. Me acometió un lejano recuerdo y afloró el
deseo viejo, inalcanzable, perdido.
¿Dónde habrás ido cisne
de oro? ¿Adónde te empujaron tus tiempos? ¿Al recinto en que las ninfas guardan
sus secretos? El tiempo arcaico se hizo presente. Las hojas del almanaque
cayeron una a una en soplo fugaz.
Y recordé…mas…un viento inmoral, disparatado
esfumó el recuerdo del ayer, la tibieza de sus manos, las palabras que debieron
ser inolvidables y los besos, los besos, esos sí que persistían en mi boca.
Ese viento fue el
maligno que me susurró al oído: fue inútil conseguir su permanencia, viejo
muchacho.
¿La noche era día o el
día era noche?...era noche.
A mi alrededor el mundo
y su oscura opacidad esparcieron cenizas empecinadas y ennegrecieron la oquedad
de la enigmática noche.
La tiniebla me colmó de
presencias y estallaron en este corazón cuadriculado en cuadrículas de círculos
perfectos. Círculos. Crueles carceleros de un sin fin de angustias y tristezas.
Fue inútil, hombre, no
supiste conservar la permanencia, susurré en el tanteo del camastro.
Inundó mi pieza una luz
similar a la que me deslumbró y oí musitar una voz muy cerca de mi oído:
- ¿Y si te
despabilaras, si entrevieras en este sopor que te quita vida día a día, si me
vieras? Mirame. Fijate hombre mío. Nunca, jamás, supiste de mi lugar pequeñito
donde tengo mis pesares. Que no conoces mis colores preferidos ni siquiera de
la flor que me perfuma. Tampoco los olores que me gustan. Ni el placer ansiado
del acurruco a tu lado. Menos de lo que siento cuando tus manos hermosas
acarician mi cuerpo o en un instante se posan sobre mis hombros. Cuánto no supiste de mí. Mis ojos con lágrimas presumiste o no quisiste verlas. Pero sí habrás sabido que un día te amé y sé que me has amado tal vez no con el frenesí que yo deseaba. Si no ¿cuál fue el sentido de permanecer a tu lado?
Mi corazón circular cuadriculado se completó en perfecta ecuación. Acababa de penetrar en la realidad. Ésa, la que no permite la sensatez de mi raciocinio. La que me persigue con su constante chacoteo. La que me acosa noche tras noche. Que me azuza. Es en las sombras mi constante cazador. El censor de mi conciencia.
Me acosté, entrecerré los ojos y estiré la mano a la botella que me esperaba. ■
Un cuento diferente a tu escritura - o, por lo menos-de la que yo he leído.
ResponderEliminarLa autora describe un mundo paralelo para soportar la realidad, con un encantamiento original, hipnotizante, sin siquiera olvidarse del modernista cisme, mientras ondea con filosofía vital el tema complejo de la " permanencia".
Genial. Me encantó. Abrazos, Sonia.
MARITA RAGOZZA