DIALOGANDO CON UN
CUENTO *
Leer un relato del regreso también me trajo
de regreso. Aunque como dice don Ata, uno se va yendo despacito pa quedarse un
poco más, y yo soy de los que de vez en cuando vuelven, mañoso decimos en el
campo. Me sentí de nuevo como en el bar Ramos, después del ’83 y del regreso a
la democracia. Digamos, un marciano verde con antenitas y todo sentado junto a
la vidriera del café que en las noches de años antes era una masa de humo de
Particulares y discusiones políticas. Esa esquina había sido reducto de jóvenes
de izquierda, sobre todo del Partido Comunista; y la temible coordinación
federal, un brazo armado de la policía, hacía apariciones periódicas como
chorros de nitrógeno líquido.
En la otra esquina estaba La Paz , lugar recurrente en mi
memoria, donde se mezclaban peronistas históricos, jóvenes peronistas muy a la
izquierda y sobre todo bohemios, allí asomaba con fuerza el recién nacido rock
nacional.
Cuando volví al Ramos tantos años después
era un “Salad Bar”, había cromados por todas partes y se ofrecían “burguers” y
“hot dogs”. Eso sí, nadie discutía, todos parroquianos muy bien educados.
Crucé Corrientes hacia La Paz , allí el ambiente seguía
parecido a mis recuerdos. Me senté en una mesa que calculé podía ser una de las
que frecuentaba, pedí el cafecito a un mozo que no quise mirar, porque tenía
que ser el mismo aquél con voz de fumador y camisa arrugada. No quería ver al
joven prolijo y atildado que seguramente estaba parado junto a la mesa.
Entonces me tomó a traición la imagen de La Maga , con sus grandes
anteojos de marco grueso, su pelo largo y negro sujeto en una vincha y su
figura disimulada bajo camisolas informes teñidas en casa y pantalones anchos.
Cosas increíbles de la memoria, la vi aparecer en la puerta. Cosa menos
creíble, tenía esplendentes veinte años, los anteojos eran Rayban, la camisola
Guido Cazzo, el cinturón y la vincha artesanales de Costa Rica…
Le hice un leve saludo con la cabeza y
ella…me contestó. Desplegó una gran sonrisa, agitó unos deditos finos y delicados
y demostró que sí, que me reconocía…
A los pocos segundos se escuchó un rugido
que hizo temblar los vidrios, un joven atlético subió a la vereda montando una
moto Kawasaky “Endemoniada” de dos cilindros y tablero electrónico. La Maga volvió a saludarme
encogiéndose de hombros y subió al bólido tremolante. Se fue.
Corrí hasta la calle, le grité que no, que
ella tenía que tomarse el colectivo a Castelar, que todavía no habíamos tomado
el café, que…Me tocaron el hombro. Era el mozo para recordarme que no me fuera
sin pagar.
Creo que después de todo, cuando me vaya, no
voy a pagar nada. No estoy conforme con el servicio, qué joder.
* Inspirado
en un cuento de Andrés Aldao
* * * * *
Desde Villa Tortafrita
Querido amigo, la foto que gentilmente me enviaste me hizo
acordar cuando venía Sylvia a tomar mate a nuestra casa de Nueva York.
Seguramente vos no te acordás porque eras muy chico, le gustaba sentarse en el
patio del fondo con el banquito de madera. Hablábamos de arte, y me comentaba
que recorría esos barrios marginales en busca de talentos porque su papá tenía
un museo para descargar impuestos y la había puesto a ella al frente. Entre
mate y mate me explicaba cómo era el negocio, había centenares de jóvenes
artistas en el Village, en Queens, en Brooklin, que pasaban hambre, muy
transgresores y rebeldes, muy libres en sus obras. Entonces ella les pasaba
unos mangos para pagar el alquiler, les armaba una exposición en la galería de algún
amigo de confianza y luego mandaba expertos del museo para que compraran varios
cuadros, lo publicitaba muy bien en revistas especializadas donde los jóvenes
transgresores salían con declaraciones como “el arte ha muerto” y esas cosas
que a mí me extrañaban mucho. Luego los que habían matado el arte empezaban a
cobrar sumas escandalosas por obras…de arte.
Sylvia y su museo pasaban a ser los poseedores de cuadros
millonarios, millones que se descontaban de los impuestos de papá, y las
galerías de los amigos vendían y cobraban las comisiones adecuadas.
Claro que hablamos de aquellas épocas en que vos eras muy chico,
la gente de plata de Norteamérica iba a Europa, hacía breves cursitos sobre
arte, se relacionaba con algún marchand y el arte seguía llegando de Europa.
Entonces Sylvia y su grupo de mecenas tuvieron la virtud de crear un arte
norteamericano desde la nada. Ni un cursito breve, nada.
Pero con identidad norteamericana.
Como yo no tenía esa identidad seguía sin entender, pero por
suerte vos jugando con tu balero de madera que pintó Quinquela Martín rompiste
el brazo de la estatua de la libertad, el que le hicieron de nuevo con
plástico, y tuvimos que escaparnos a México.
Desde que me
vine de nuevo a Villa Tortafrita escribí algunas notas sobre arte en una
revista que empezó a andar muy bien, creció y la compró un lobby empresario. Me
pagaban exorbitancias por mis notas, te cuento que me parecía demasiada plata,
hasta que escribí sobre el arte que ha muerto inspirado en mi experiencia en Nueva
York.
¿No tendrás un trabajito para mí en México?
Tu amigo, el
del balero.
Ironía y nostalgia en dos cuentos que retratan la sociedad en que vivimos: consumir y hacer plata para poder consumir más. Me gustaron, amigo!
ResponderEliminarLa Maga que se va en una moto de gran cilindrada, un balero destructor, ironías que enmascaran un presente esquivo, amenos, bien escritos disfruté de sus lecturas, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEl Bar Ramos, el café en La Paz, Cortazar bajo el brazo y la Maga circulando de mesa en mesa y diarios y revistas políticas que escondíamos como podíamos. Charlas apasionadas o con preocupación en la nube de humo. Y entró Coordinación Federal. Le dí tal patada por debajo de la mesa a los diarios y revistas que se deslizaron por el piso quien sabe adonde.Muy buena la ironía y muy buena la evocación que me permitió.
ResponderEliminarCristina Pailos