sábado, 17 de noviembre de 2012

Alejo Urdaneta




celebracion del día de difuntos
y la revolución mexicana.
una referencia a toda nuestra américa

La atracción de la muerte está muy acentuada en nuestros países herederos de la cultura hispánica, que a su vez se tiñe de múltiples creencias y ritos de diversas religiones. De España recibimos en tercer grado de consanguinidad la influencia del cristianismo en su vertiente católica, y también los hábitos religiosos de los pueblos que habitaron la Península Ibérica: celtas, íberos, judíos, musulmanes. Además de esa penetración hegemónica, la América del continente sur aceptó la presencia aborigen y la negra venida del África a título de esclavitud.
Todas esas culturas dan a la muerte un sentido de trascendencia o búsqueda de la inmortalidad; por eso es ritual y solemne, a diferencia de las culturas germánicas, para las que la muerte es un pasaje y nada más. Ese gusto por la muerte es ancestral para algunos de nuestros pueblos (me refiero aquí a México), y viene de las guerras floridas de los caballeros nahuas hasta su cristalización en figuras que representan la muerte, hechas de dulces con forma de esqueletos. El día de los muertos es en México un día de fiesta, como una manera de menguar la importancia a la vida. En toda nuestra América hallamos también el conflicto espiritual del hombre solitario que guarda su  intimidad para no perderse y se pone la máscara que disimula su asilamiento: “Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo, y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación” (Octavio Paz: El Laberinto de la soledad)
Hablamos aquí, principalmente, de la celebración que hace México del día de los difuntos, el dos de noviembre. El pueblo mexicano tiene en sus raíces una fuerte tendencia al mito, abolengo indígena que ha aprovechado la burguesía, a la que llamaba “la más inteligente de Hispanoamérica”. El mito revolucionario cayó en bancarrota cuando pasaron los ideales y el indio y el pobre se quedaron puertas adentro de la miseria. Lo mismo ha ocurrido en toda nuestra América.
En comentario acerca de la fiesta de los difuntos en México, hablé de la danza trágica, porque la fiesta de noviembre se asemeja a la obra de Saint-Saens, basada en un poema de Hernri Cazalis, que describe a la Muerte (con mayúscula) tocando el violín a media noche sobre una tumba. A sus ritmos acuden los esqueletos de los muertos para danzar. Es una viva melodía a ritmo  de vals francés. El canto del gallo que anuncia el día hace que todos se retiren a sus tumbas aterrorizados, volviendo la calma en la noche.
Todas las manifestaciones religiosas tienen un fondo social y ocultan un reclamo del más pobre. La Revolución Mexicana de 1910 parecía ser la terminación de las injusticias de los gobernantes del siglo anterior. La frustración que padeció el indio desplazado o el campesino clavado en la tierra, no pudo ser rescatada nunca más. El ideal revolucionario quedó en el intento de unos pocos por alterar el orden implantado por los seguidores de Porfirio Díaz, que de montoneros pasaron a ser dueños de bancos y grandes señores.
Eso mismo lo hemos vivido en Venezuela, y me atrevo a decir que en casi todos los países de la América del Sur. El General Gómez gobernó a Venezuela con brazo de acero durante treinta y cinco años, hasta su muerte natural el 17 de diciembre (el mismo día y mes de la muerte de Bolívar), y quiso sobrevivir con su nombre en generaciones futuras, muchas de las cuales recibieron la bendición y el dinero del viejo tirano.
Las letras mexicanas han tenido un gran acierto en develar causas y efectos de la pérdida irremediable de la fe del aborigen y del campesino.  “La revolución no pasó por aquí”, decía el pueblo que veía enriquecerse a los caciques que tanto ofrecieron. Y había que buscar causas, porque los efectos todavía los padecemos.
El escritor mexicano Samuel Ramos habló de un complejo social de minusvalía en la sociedad de su país, y se propuso presentar los rasgos tipológicos de los grupos sociales. Desnudar al “pelado” y descubrir lo que ocultaba la máscara sonriente de la burguesía, aquella con inteligencia excepcional.
El pueblo quedó igual después de la revolución, y sólo en la capital y en grandes ciudades se advirtió algún cambio en el desarrollo y el bienestar. Todavía el indio y el hombre del campo dicen: “La revolución no pasó por aquí”.
Tres escritores mexicanos acertaron en sus diagnósticos sobre el pueblo que esperaba. Mariano Azuela, José Revueltas y Agustín Yáñez dieron, cada uno desde su punto de vista social y literario, una explicación literaria de la situación.
Azuela asentó en sus novelas, y especialmente en “Los de abajo”, su visión de los cambios que las letras debían proporcionar: 1.- El cronista literario ha de hacer la denuncia a la par de los cambios naturales. Nuevos tiempos y nueva gente. Eso es todo.  2.- El receptor del mensaje debe ser activo y no caer en el fácil descanso que entretiene en el teatro o la lectura blanda.
El resultado del esfuerzo de Azuela fue destacar la falta de consistencia de la revolución, consciente como estaba de las desorientaciones que llevaron a intelectuales y artistas a formar parte de tropas, sin saber cómo desempeñarse.
José Revueltas era marxista practicante, y veía el proceso de la revolución mexicana como un ejemplo para la soviética de 1917. Su obra tomó otro camino  a causa de la influencia recibida de Faulkner, lo que le valió la acerba crítica del partido comunista ruso. El lirismo poético fue su enseña artística, ya que el autor mexicano afirmaba con toda razón que los revolucionarios pueden ser presas de la soledad y de la angustia metafísica. Fernando Alegría lo dijo: “El mundo de Revueltas, hondamente mexicano, oscila entre esencias poéticas y realidades brutales”. No era eso lo que quería el estalinismo.
El último de esta especial categoría fue Agustín Yáñez, con su obra: “Al filo del agua”, de 1947. Un pueblo de mujeres enlutadas de la provincia mexicana mostraba su viejo esqueleto de superstición y sexo, y de miedo. Yáñez ofrecía una nueva manera de mirar el paisaje, con el misterio heredado de siglos de dominación. “Al filo del agua” nos muestra el paso de la revolución por el borde del pueblo, a caballo, con figuras sin rostro. Un lugar donde ningún poblador, salvo María, sobrina del cura, abre el camino al éxodo y a la búsqueda de la libertad.
¿Qué ocurrió con la revolución mexicana? Es verdad que impuso cambios importantes, como la reforma agraria, pero el pueblo quedó igual que antes, esperando un campanazo de esperanza.
No creo que pueda hablarse de factores económicos, o políticos. Yo creo que la causa está en el mismo hombre que ha padecido y no sabe el camino de la liberación.
De allí la fiesta de los muertos: Una forma de menguar importancia a la vida.
¿No es igual en todo nuestro continente hispanoamericano?                                

















5 comentarios:

  1. Muy bueno el análisis amigo , yo agregaría que estamos , además , en una cultura necrófila en donde a veces no se conmemora el día del nacimiento sino que se "celebra " el día de la muerte"
    Hay culturas en donde la muerte es una celebración.
    Gracias Alejo.
    Abrazo

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  2. El autor nos regala una medulosa reflexión respecto al culto que se le otorga a los muertos, donde en nuestro continente americano tiene contenidos de color y música, con raíces de distintas culturas.
    Me causó gran impresión los elementos mexicanos tan parecidos a la obra musical francesa "La Danza Macabra".
    En lo profundo duerme un sueño en toda la Humanidad y es la inmortalidad, pero no separada de un mundo ahora y aquí más justo e igualitario.
    Muy bueno el análisis de la Revolución Mexicana. Por eso la pregunta de A.A. apunta a que se celebre la muerte porque " los hombres todavía no conocemos la manera de liberarnos".
    Leerte, Alejo, es abrir un vado en el río de la realidad.
    Felicitaciones y un gran abrazo.
    MARITA RAGOZZA

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  3. El interrogante del final es todo un disparador para la reflexión y el debate, muy bueno el ensayo, Carlos Arturo Trinelli

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  4. Un escrito muy interesante y movilizador. Es cierto: en todo el continente se percibe una relación especial con la muerte. Quizás una no lo nota pero quienes vienen de otras culturas u otras latitudes dicen que no la respetamos lo suficiente. Creo que la hemos visto vagar muchas veces cerca nuestro, se transforma en casi una vecina, que hay que esquivar , claro, pero está siempre tan cerca que es preferible minimizarla un poco. En los velorios de los pueblos rurales argentinos hay tanta comida, bebida, cuentos y chistes que no se puede creer, pero creo que México y sus "calaveritas" y los caramelos con forma de calaveras y los grabados de José Guadalupe Posadas es como un instrumento solista en este concierto de naciones regadas con sangre, idealismos, desilusiones y sangre
    Cristina Pailos

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  5. Amigo Alejo, la revolución mejicana, como la mayoría de las revolucionas, estalla y luego, como una maldición común, se despedaza, los jefes muchas veces cambian "el fusil de hombro" o se burocratizan o la traicionan. Nuestras revoluciones de la independencia de Sudamérica han hecho de la muerte un componente básico de la historia, desde el fusilamiento de Dorrego y las persecuciones a los caudillos. Un tema apasionante que exige nueva bibliografía y una mirada más amplia y renovadora. Tu trabajo es muy serio y esperamos más de tu pluma,

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