Aserrín... Aserrán... *
Pensó perplejo que quizás
todo el pasado era un sueño,
no sólo el suyo sino también
el de la humanidad y el del universo,
y que en ese momento en que
creía
recordar hechos reales no hacía
más que
soñar que recordaba,
que soñar que recordaba sueños.
(Responso − Juan José Saer)
Hace bastante tiempo había resuelto recopilar aquéllos
de mis relatos que recogieron elementos anecdóticos de mi niñez y la
adolescencia. Tentativas malogradas... Cuando recobraba los recuerdos, me
parecía contemplar un atardecer con mirada perdida, dejándome envolver por esos
reflejos dorados y rojizos del horizonte de la infancia. Y como tantos otros,
que me acompañaron en las tardes de la pubertad, o cuando los primeros
estertores de las madrugadas, que me procuraban orgullo por el simple hecho de
despertar y echarme al patio antes de que mi viejo se levantara... Para
sorprenderlo; para preparar el primer mate del día y hacerle sentir
que era su hijo; para compartir, disfrutar y arrebatarle, orgulloso (para mi,
después...), el ejemplo cotidiano de su condición de clase, de obrero
disciplinado y fiel hasta su último día de vida proletaria... Que así era mi
padre. Mas fueron intentos inútiles. La pluma no se compadecía de los recuerdos
ni aceptaba mis decisiones. El empeño quedó a la expectativa, atascado en la
imposibilidad de darle vigencia. En mi último regreso de Buenos Aires,
aburrido, enervado e impaciente, me dejé llevar a rastras por evocaciones que
se disgregaban y me conducían a la infancia, al pasado. Entonces redescubrí que
las anécdotas que transporto en mi alforja están incorporadas, una a una, en
todos mis escritos, en las páginas que fui garabateando en los últimos doce
años, donde se mezclan aventuras que ocurrieron, y otras que fueron arrebatos,
sueños, fantasías.
No tengo intención de escribir mis memorias, apilarlas
sobre estantes prolijos en un orden meticuloso. No aspiro a que este libro se
convierta en un aséptico relato de fábulas cruzadas por poca realidad y
exorbitante fantasía.
Entonces, entonces... Se me dio por releer casi todo
lo que he escrito sobre añoranzas de la niñez. Allí encontré las secuencias que
jalonaron la historia de mi vida, la de un rusito hijo de inmigrantes que se
aferró al día a día rioplatense, que aprendió el lenguaje de la
calle, los juegos de la calle, el alma de la calle, el dios de papel glacé de
la calle, la delicada caricia del papel picado de la calle, y el abrazo profano
y cariñoso de las serpentinas de la calle, de las calles adoquinadas de un
Buenos Aires remoto y poco más que inexistente. Que marcaron mi vida con esas
suturas de la infancia; con el humo del cigarrillo de diez guitas; con el funyi
de los magnos pelandrunes acodados en el estaño de los cafés, empuñando los
tacos que amenazaban la integridad del paño verde... Y los vaivenes de las
minas que rajaban a la milonga, taconeando sobre las vereditas del barrio. Y
yo, el pibe republicano de Caballito, compartiendo fascinado e
ingenuo, las indelebles y maravillosas filigranas que me marcaron para
siempre...
Fue redescubrir la historia simple y memorable de los
años treinta y cuarenta. Mi tarea, por lo tanto, es la de juntar a todos,
soldar los requechos de aquellos episodios, consentirme algunos retoques que no
disipen los recuerdos y no quieran convertirlos en coartadas embusteras e
irreales ■ Andrés Aldao, enero, 2008
* Hay periodos en que nuestros pensamientos se recluyen en ideas fijas, en ideas que no nos abandonan, nos persigan, reclaman nuestra atención... Este introito a mi opúsculo Aserrín...Aserrán... escrito en el año 2008 fue, de alguna manera, un retorno a infancia y un vislumbre de las relaciones con mi viejo. Se aproxima un nuevo aniversario de su muerte (24 de diciembre de 1963) y, como esa proximidad no me pasa de largo, deseo publicar esta nota como un abrazo a la memoria de mi padre.
Siempre es un goce leerte , acompañarte, recorrer con vos parte de aquella historia que sigue vigente , actual , presente.
ResponderEliminarAbrazo
Profe, va un abrazo en ese 24 de diciembre, en el recuerdo de ese sastre y su perfección traducida en su trabajo y en haber dado vida a quien tanto nos ayuda con su estímulo permanente. Prueba es la Revista que nunca duerme de Ester y Andrés.
ResponderEliminarASERRÍN, me mira desde mi biblioteca cuando abro la puerta de mi habitación.
Como siempre, GRACIAS
Sonia
La memoria personal es una planta de la cual uno no puede elegir sus frutos, los que nos dejan marcas, los que se desvanecen, los que se guardan, los que se recuperan , como en tu escritura, Andrés, y viajan con una parte tuya hacia otra, como llave de vida.
ResponderEliminarHuellas que vencen el olvido.
Sigue tu instinto y tu vocación, Andrés
Un gran abrazo.
Felicitaciones por tus escritos... un grande.
ResponderEliminarFelicitaciones también por tu 23 de noviembre.
Abrazo gigante
María
¡¡¡MUY FELÍZ DÍA MAESTRO!!!
ResponderEliminarOLGA AJMA
Es difícil lograr que la pluma se compadezca de los recuerdos y sin embargo, querido amigo, lo has logrado y ese logro te trasciende y allí queda ante el lector sensible el alma del padre proletario, las postales porteñas y la vida de un Buenos Aires que parece el sueño de un recuerdo, abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLo maravilloso de tus ¨Tentativas malogradas...¨ es que nos permite irte reconociendo en el reflejo que emana la apertura del arcón de tus recuerdos...cada vez, toda vez, tantas veces...y por muchísimas veces más tus muchos más recuerdos que se disfrutan desde este estarte leyendo. Abrazo. Felicidades. ElsaJaná.
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