Un cuento acabado
A veces hay historias que le dan vuelta a
uno en la cabeza y que pugnan por ser contadas. Son personas, caras,
circunstancias o hechos que ocurrieron, que uno no recuerda con mucha
exactitud, que no fueron decisivos y que se entremezclan por la acción del
tiempo.
¿Por qué algunos de esos sucesos tienen más
fuerza que otros y no los olvidamos, no los dejamos atrás y retornan a nuestra
mente una y otra vez?
A mi me gusta contar historias, a veces las
invento del principio al final, pero siempre hay en ellas elementos verdaderos,
hechos que se "cuelan" en la fantasía y la acercan a la verdad. Una
verdad deformada, claro, incompleta, tambien mentirosa. Aunque sea paradójico,
las verdades de los cuentos que yo cuento son engañadoras. En fin, la que sigue
es una de esas historias que no me dejan en paz y que intento relatar desde
hace varios años sin que el resultado me deje satisfecha por completo.
Como expliqué, tiene algo de verdad y mucho
de fantasía…Porque en realidad, qué puedo saber yo de lo que quería y sentía
una adolescente de hace más de cincuenta años? E.M
…..
Tenía quince años y nunca había tenido
novio. Solía ir a las fiestas que organizaba mi prima —"asaltos",
las llamaban. Allí se bailaba a los sones del tocadiscos música de moda,
jazz y melódica, "lento", para que las parejas pudieran
bailar más juntas. La época en que "Al compás del reloj",
(un rock que se escuchó por primera vez en una película con Glenn Ford:Semillas
de maldad), hacía furia.
Descubría de pronto que estaba sola, parada
al lado de la mesa con las bebidas y los bocaditos. No me sacaban a bailar. No
sabía cómo, en el otro extremo de la habitación siempre se formaban corrillos,
charlaban y reían pero yo nunca estaba allí. Muchas veces, ya en mi casa, me
miraba en el espejo del dormitorio y me preguntaba: ¿Seré fea? ¿Estaré mal
vestida? ¿Seré aburrida?
Pero cada vez que, con disimulo, me acercaba
a los grupitos que desde lejos parecían divertirse, solo oía conversaciones
tontas. Desde el otro lado de la habitación, cuando veía a las chicas,
arrobadas, escuchando a los muchachos, creía que charlaban de algo fascinante,
pero en realidad ellos hablaban y ellas reían, los festejaban sin importarles
qué habían dicho. A veces era un equipo de futbol, otras los detalles de una
nueva pizzería en el barrio, algún profesor especialmente insoportable, nunca
era un tema que justificara los hoes de admiración o los
gestos de interés. Nunca era algo profundo y sincero como me imaginaba desde
lejos. Y yo era incapaz de participar en ese juego de falsedades.
Aunque sabía que el secreto para que me
invitaran a bailar era estar en el grupito cuando empezara la música, nunca lo
conseguía, siempre era la tercera o la quinta, la chica que quedaba sin
emparejar.
Una tarde uno de los muchachos trajo a un
primo que vivía en Brasil y estaría de visita por dos semanas. El chico era de
ojos claros, rubio. Apuesto, pero no al estilo de esos años. Su cara era
demasiado masculina para sus diez y siete años, vestía con descuido, no usaba
corbata y sus ondas rebeldes desconocían el peine. Además, casi no hablaba
castellano.
En cierto momento los dos quedamos solos
cerca de la mesa mirando a los otros que bailaban. Empezamos a charlar en una
mezcla de portugués y español sobre música, sobre libros. Habíamos leído los
mismos. El me contó sobre la música de Brasil, sobre Dorival Caymmi, me
prometió prestarme un disco que había traído. Sin saber cómo había ocurrido, y
sin despedirme de mi prima, salí con él y nos dirigimos hacia la casa en la que
se hospedaba.
Después de charlar y escuchar varias veces
ese único disco, Daniel me acompañó a mi casa. En la esquina nos besamos. Todas
mis dudas, acerca de si sabría besar cuando llegara el momento, se disiparon.
Fue un lindo beso, aunque no vi estrellas ni me estremecí de emoción. Durante
los días que quedaban nos vimos todas las tardes, lo llevé al Rosedal y siempre
nos besábamos. Era emocionante pensar que yo formaba parte de una pareja, como
las otras que solía ver, acariciándose en el parque….
Pocos días después, él volvió a Río de
Janeiro. Nos despedimos en la casa del primo con un casto beso y la promesa de
escribirnos. Él me regaló el disco de Caymmi y cuando recibía sus cartas lo
ponía en el Winco* mientras la leía. Aunque no entendía mucho el
portugués escrito, le contestaba con cartas apasionadas: era mucho más fácil
quererlo a la distancia, vivir una historia de amor a través del papel y
dejarse llevar por el deseo de amar.
Después de varios meses y decenas de cartas,
cuando ya había olvidado la mesa con las bebidas y los bocaditos, cuando
bailaba sin descanso en las reuniones, comprendí que el muro que me separaba de
los demás se había derrumbado, que tal vez era fea, pero no aburrida; que no
necesitaba reírme de las pavadas que decían los chicos para ser aceptada. El
novio que había tenido, aunque hubiera durado solo unos días, me cambió, me
hizo visible para los demás y me aclaró que si bien yo era diferente, esa
distinción no era un defecto, sino mi forma de ser.
.....
Hasta aquí el recuerdo y ya basta! Ahora
está aquí, sobre un papel virtual. Hice todo lo posible para compartirlo y
ponerle punto final.
* aparato pasadiscos muy popular en la Argentina en los años 50.
Recuerdo prendidos en la memoria . Lo disfruté .
ResponderEliminarAbrazo .
Tu relato tiene la verdad de lo que todavía eres: sensible y profunda, muy distante de este mundo de hoy (no tan diferente del que vivimos en nuestra adolescencia), cargado de espectáculo y vanidad, vacío de las dudas tan necesarias para comprender esto que llamamos vida social.
ResponderEliminarSi eras diferente del común y lo eres todavía. Por eso eres poeta y narradora. Tus cuentos tienen siempre el sentido de la magia.
Un beso.
Alejo
Ay, Este mucho de fantasía, mucho de verdad,recuerdos de épocas paralelas. En este cuento, jovencita que te creías fea o desapercibida, por lo menos fuste al Rosedal... hay otra que ni eso, nunca los primos de sus compañeras, todos de "la cole" y ella totalmente integrada, la sacaban a bailar en los asaltos y sólo le decían que era rápida para entender. (Por su cara de asentimiento que ponía para pertenecer).
ResponderEliminarMuchas emociones, recuerdos, en un cuento perfectito.
Gracias
Sonia
Me llevó a épocas y situaciones...fué un regalo haber sido tan "diferente", un regalo que solo se aprecia en la distancia de vivencias y que esperaba el toque del primer novio. O a veces, novia.
ResponderEliminarUn relato que viene de atrás del espejo del tiempo y con la pátina del recuerdo.
ResponderEliminarUna adolescente que seguro no " acertaba" en la vida social, porque ya era germen de una personalidad que iba a marcar la diferencia.
Además es un excelente friso de una época que también yo viví, y que se desempolva a través del valor de la palabra.
Limpidez en cada secuencia.
Felicitaciones, Ester, y cariños.
MARITA RAGOZZA
El cuento nunca está acabado siempre existirán las o los distintos y a su tiempo se irán hallando. Tierna remembranza, un gusto su lectura, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLeerte es como estarte viendo, es decir, un placer. Recuerdo, fantasía-verdad, elementos combinándose...y tu ternura en el decir. Caricia. ElsaJaná.
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