Lógica de Baltasar
Ruth Patricia Rodríguez: Escritora y profesora universitaria (Universidad San Francisco de Quito. Escuela Politécnica Nacional). Ganadora de concursos nacionales de cuento infantil (Círculo de Lectores) y de cuento juvenil (Pablo Palacio). Representante del Ecuador ante la Asamblea Mundial de Jóvenes Artistas por la Paz, en la República de Bulgaria. Miembro del Taller de Literatura Pablo Palacio y de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al búlgaro y publicados en varias revistas literarias del país. En 2005 obtuvo la Condecoración Pablo Palacio al Mérito Literario, otorgada por el Consejo Provincial de Loja. Entre sus obras se cuentan:Algo más que un sueño (1978, cuento), Desde el barro azul (1988, prosa poética y cuento). El balcón de los colores (1990, cuento), Lengua de siervo (Poesía). Al filo de Clepsidra (1995, novela). Deseábulos (1998, libro colectivo de la Red Cultural Imaginar). Impúdica (2007, poesía). Putas de Cristal (novela inédita). Escribir es Formidable (2008, texto de estudio para el área de composición escrita).
Habla solo en medio de la calle, tiene las piernas mutiladas y ríe cuando los conductores le echan monedas. Los voceadores de periódicos lo conocen bien, dicen que se llama Baltasar y que vive muy lejos de su esquina de trabajo. El mendigo negro no se da cuenta que mendiga; piensa que es normal recibir dinero de los conductores. Tampoco se inmuta frente a las miradas desviadas de quienes se avergüenzan al verlo, porque la risa de Baltasar humilla, es casi una afrenta al sentido común pues lo que menos se espera es que un pobre pueda reír. Melchor, quien está cansado de vender loterías y revistas, piensa que su amigo está loco, de lo contrario no se burlaría de tantos seres irreales que parecen merodear su diestra y siniestra e insistirle sobre algo que él acaba por refutar a carcajadas.
Hace pocos días, una institución de beneficencia pretendió recoger y salvar de una vez y para siempre a Baltasar, le pidieron papeles y él les entregó a cambio un libro de lógica que curiosamente le estaba molestando debajo de la axila. No, no queremos libros, queremos papeles, cédula de identidad, partida de bautizo, libreta militar… ¿me entiende, señor? Ah, pues, claro que tengo, en el bolsillo trasero, sólo que estoy sudado, sabe, así que tendrá que disculpar los trazados húmedos de mi fotografía. Baltasar Homero Tomalá Alegre, treinta y tres años, nacido un veinticuatro de Diciembre bajo las luces perezosas de Chone, Manabí, pueblo de perros vagabundos que ladran asustados por el polvo que levantan los fantasmas.
● Sí, je, je, como ve nací en Navidad, je, je, soy un hombre de suerte. Ahora déjeme en paz, que mal no estoy, je, je. Mire, si quiere pregunte a mis vecinos, ellos saben mi historia.
Gaspar, el mudo que vive de la venta de fundas de basura, alza la mano para dar de ello testimonio. En su mirada clama la verdad. Yo lo conozco parece decir; pero no les puedo contar ni media palabra. A lo mejor podría escribirlo, si me lo permiten. Saben, yo estudié hasta la mitad del primer año de universidad, les dice en señas, pero nadie lo entiende.
A la tarde, cuando el peligro ha pasado y Baltasar sigue en medio de la calle, libre, Gaspar comienza a escribir la historia sobre los márgenes de un diario no vendido que Melchor ha dejado olvidado en el parterre:
Si le cuento que allá, en ese pueblo, siendo época de Navidad, la cantidad de fantasmas aumenta… Estos van en busca de la tibieza que da ilusión de hogar y que permite, aunque sea de forma pasajera, ser dueños de alguna realidad. A los fantasmas les interesa vivir, es sin duda su único y más tormentoso objetivo, y qué mejor si lo pueden hacer a través de la imaginación que derrochan los hombres. Pero aquella vez, cuando Baltasar nació, la imaginación no era posible porque estaba instalada en las guirnaldas de luces que serpenteaban el contorno de las ventanas y en un pino seco, carente de estrella; la imaginación se había convertido en realidad, y aquel niño venía sin piernas, a aumentar el número de hijos hambrientos de una familia a punto de romperse.
Ha nacido un niño partido por la mitad. - Comentaron los fantasmas a la salida de la misa de domingo.
Sí, y es demasiado feo. Dicen que tiene un risco de nariz y una pronunciada quijada; que es parecido a Belcebú. Yo le he visto: es peludo, de cola corta, lo único que le falta es que sea tonto.
Como si fuera poco, la certeza de que los presagios de las ánimas son temibles se cumplió, pues Baltasar heredó de su tatarabuelo todo: la fealdad, la locura, dos muñones y aquella garrafal miopía que desde pequeño le hizo ver los objetos a su modo, con increíble accesibilidad, hasta tal punto que no le era difícil subirse a los árboles o correr cien leguas hasta lograr descubrir la naturaleza de sus pies escondidos. Era tan reacio a utilizar lentes, que muy pronto logró encontrar en las sombras a verdaderos seres con quienes hablar de asuntos incomprensibles para la visión humana.
No se peinaba, su cabello era una fiesta de enredos encendidos por las chispas de su propia oscuridad, y su camisa, siempre de revés, se convertía en el sonrojo de las tías que evitaban su saludo en media calle. Tampoco le gustaba estar quieto, aunque sí, atender. Fue por esto que ninguna escuela soportó sus intempestivas salidas de la clase y Baltasar tuvo que conformarse con decenas de fugitivos profesores, que tarde o temprano le asestaban un golpe, desistiendo de su indomable curiosidad.
Cuando Baltasar cumplió los diez pensó: “ya sé lo suficiente para poder marcharme” y se marchó, robándose un libro de lógica que hasta ahora trata de entender; tenía para entonces su cabeza repleta de ideas y el presentimiento de que aquel libro contenía los secretos de la felicidad. Ya sea en medio de un parque o debajo de los puentes, el pequeño mendigo aprendía a descifrar preceptos lógicos para obtener respuestas falsas o verdaderas a los problemas que le confería el mundo: si la lluvia que se confunde en el agua deja de ser fría, y yo soy agua y llueve, entonces tengo la capacidad de soportarlo todo incluso el frío y la lluvia, se decía.
Cuando Baltasar conoció el mar quiso dibujarlo y no encontró otro sitio para hacerlo que la arena. Vio el más allá del mar y supo que el horizonte no era la muerte sino la creación. Con la brisa sobre el rostro, distinguió el soplo de sus fantasmas vivos: Khro, Shmra, Visvará y Gaudí. Con ellos va conversando y se detiene para indicarles con el índice sus implicaciones deductivas según sea el fenómeno. Baltasar tiene la convicción de que no hay nada más valioso que los relámpagos, los truenos y la vida, por eso no desperdicia el tiempo pensando en normas de conducta, simplemente hace lo que le gusta hacer; sus daños nunca han sido atroces, pero sus excentricidades le hicieron ganar un alias de loco y a la vez, le hicieron perder amigos que no eran amigos de verdad. Si la premisa antecedente dice que un amigo es quien está contigo en todos los momentos, y la premisa consecuente supone que hay momentos de silencio, entonces un amigo puede soportar que no se hable; pero todos quieren hablar, decir tonterías, desperdiciar el silencio, y se van. La implicación lógica es simple: quien se va hablando no es un amigo.
Por eso Khro, Shmra, Visvará y Gaudí, aunque fantasmas, son amigos. Están para reírse cuando un pájaro se defeca en la cabeza de un príncipe de piedra. Luego callan, hasta que de nuevo una hoja seca rompe la quietud del paisaje que se tiene al frente. ¿La viste? No, la agarré justo antes de que tope el suelo. ¿Quién dijo eso? ¿Fuiste tú Khro? Déjala ver. ¡Es una hoja, una hoja, una hoja!
En otra ocasión, Baltasar dijo: “Shmra ha venido a abrazarme y soy tan feliz”. Los demás se rieron:
-¿Abrazar a alguien como tú, que eres tan feo?
-Y... ¿quién es Shmra?... ¿Existe acaso?
- Claro cómo no va existir si me ha abrazado. También ustedes existen, me hablan.
- No, sólo somos producto de tu ansiedad de silencio. ¿No te das cuenta que eres tú el que habla demás? Sólo te callas cuando hablamos.
Baltasar se rió, se repitió: ergo, me callo porque existen.
Baltasar escucha música, baila; pero no tiene sonidos ni walkman de verdad. Es feliz cuando la gente le lanza monedas, piensa que es afortunado en entender la lógica de la simple felicidad y que esta cae del cielo. No se baña, no está enamorado. No sufre. Y las personas se sienten avergonzadas ante él por tener que aceptar sus formas imperfectas. Baltasar tiene el poder de bajar la mirada de los transeúntes. Baltasar es un dios que ríe y todos lo escuchan sin verlo.
Baltasar tiene ases en los bolsillos, son objetitos inútiles y desgastados que ha encontrado al azar: tornillos, cerillas, hojas verdes, hojas secas, lápices enanos, mariposas muertas, reflejos, monedas, restos de huesos y hasta cauchos. Todos son como él: están echados a la suerte.
Baltasar pinta con su índice. Es un pájaro en el cielo del asfalto, y no es feo. ¿Cómo puede ser feo un pájaro? No lo admite, no se enoja, se ríe, a carcajadas.
A media noche, llegan los demás. Khro es un fantasma hablantín, de recocidos parches alrededor de su boca; Gaudí, un filibustero que se ingenia para ponerle la cara de mendigo y darle de comer; Visvará, el lógico serio y callado que siempre sabe qué hacer y no se preocupa. Baltasar es feliz con esta clase de amigos. No importa que nadie los vea. Ver es una manifestación del sentido de la vista, si uno ve, ve lo que se manifiesta, por lo tanto lo que se manifiesta tiene sentido, él no está loco si los ve, razona Baltasar.
Los conductores lo ven asentir, piensan que él asiente ante los centavos. La verdad es que asiente ante lo bien que ha entendido de la vieja asignatura de lógica.
● Yo sé, señora, que usted no me cree. Yo sé que a usted le parecerá que estoy inventando porque no tengo nada más que hacer que vender fundas de basura, -me dice Gaspar. Pero sepa usted que yo soy un mulato que lee. Ya ve como he podido contarle lo que sé de Baltasar. Puede fallarme mi hortografia, y sin embargo, le puedo asegurar que no me fallan las fuerzas para impedir que a mi amigo se lo lleven los psiquiatras. Si usted supiera que a Baltasar solo le gusta vivir a su manera… y si yo lo supiera siempre como ahora que le escribo. Mire, un loco es libre, siempre es libre.
● Bueno, no es nada cuerdo aceptar que un vendedor de fundas de basura pueda escribir este cuento, pero se da. Nada puedo hacer para que sea diferente. - Le digo desde afuera, queriendo entender su letra apretujada en los bordes del diario.
● Ah, sí que lo puede hacer! Nomás mírele a Melchor ondeando la revista “Soho” hasta tal punto que a la mujer de la portada casi que se le vuelan los senos. Sólo diga, más allá de mí, que soy uno de sus personajes, que Melchor logró vender esa revista.
● Melchor logró vender con éxito ésa y todas las revistas.
● Gracias, aunque usted sabe que eso no se da. Usted me está ayudando a fantasear dentro de este cuento. Nos estamos dando un buen día. Hasta podríamos decir, que luego de esta magnánima venta, nos daremos un festín.
● Pues somos libres, podemos decir lo que sea.
● Todos los escritores son libres.
● Todos los locos son libres.
● Ergo: todos los escritores están locos. –Aduce Baltasar y se ríe.
● Oiga, su novio me compró una revista Soho hoy, se burla de mí Melchor. Sí, ese novio que no se aparecía desde hace tiempo. Ese mismo.
● Oiga Melchor, de cuándo a acá yo tengo que aceptar sus chismes- le reprocho.
Baltasar vuelve a reírse. Hoy ha ganado el doble que ayer y ha visto caer una pluma sobre un parabrisas. La vida es leve. Baltasar baila sobre el pavimento, pita, lo escuchamos, bajamos los ojos mientras adentro cenamos y comentamos las noticias.
Los tres seres que portan nombres de reyes legendarios y que viven en una calle como todas de una ciudad cualquiera, como hombres deben ingeniarse para sobrevivir sin olvidar la belleza de las pequeñas cosas. Muy bueno.
ResponderEliminarCuando lo ilógico se hace cuerdo o cuando los personajes del cuento, los reyes legendarios arman un juego de irrealidad, fluctúan en los fantasmas reales de la imaginación y la magia.
ResponderEliminarBien escrito con un lenguaje diferente, une la fantasía con la realidad comportándose como un cuento para niños.
Celmiro Koryto
Baltasar nos gana el corazón, pero no con golpes bajos, sino con recursos de la escritora sobre las circunstancias humanas tan a contramano.
ResponderEliminarHay entrelíneas un aire poético envuelto en un halo de cierta ternura.
Felicitaciones a la Revista por esta publicación.
MARITA RAGOZZA
El cuento presenta una realidad social de muchos países, sobre todo latinomericanos, convertida en eje transversal de una creación literaria fresca e ingeniosa.
ResponderEliminarEduardo Almeida Reyes