La familia Joad. Fotograma de Las uvas de la ira (novela de John Steinbeck) de John Ford
Oda a la cultura popular con The Long Ryders
Por: Fernando Navarro
Decía el historiador Eric Hobsbawn en su imprescindible libro Historia del Siglo XX que el siglo XX ha estado protagonizado en el mundo de las artes por la gente común, cuando el arte ha sido hecho por y para la gente corriente. Y se refería a cómo, desde los primeros años del siglo, la cultura se fijaba en las costumbres, tradiciones y quehaceres del ciudadano de a pie, especialmente en Estados Unidos, con el nacimiento de la fotografía, la consolidación del reporterismo, el desarrollo del cine como fenómeno de masas y la música como vehículo expresivo sin parangón.
Con la gente corriente como protagonistas de un siglo donde, finalmente en más ocasiones de las deseables, la cultura ha terminado por ser mercancía barata, tendencia enfermiza o simple banalidad comercial, conviene detenerse en nombres esenciales en el desarrollo de la música popular. En el caso de esta ruta sonora, de la música popular norteamericana. En muchas ocasiones, nombres conocidos por un amplio público. En otras tantas, nombres absolutamente desconocidos para la gran mayoría. En unas y otras, creadores de verdadera cultura, entendida esta, como dice el gran Emilio Lledó como “educación en la libertad”. Desconocidos para unos, adorados por otros, pero siempre verdaderos creadores, instigadores de la libertad individual con sus guitarras y sus melodías, The Long Rydersforman parte de esa cultura en la que creo, a la que se refiere Hobsbawn.
Hoy, pasan por esta ruta al reeditarse su primer y fabuloso disco, Native Sons(Frontier/Karonte), publicado originalmente en 1984. Se trata de un álbum esencial para entender el desarrollo de la música popular estadounidense en los ochenta. Como anunciaron en su trabajo de debut, The Long Ryders se reivindicaban como hijos nativos de una cultura musical, que fue evolucionando desde Woody Guthrie, Hank Williams, Bob Dylan hasta The Byrds, Buffalo Springfield o Big Star. La reedición de Native Sons, acompañada de jugosos extras y tomas en directo, vuelve a poner sobre la mesa el valor de esta formación que, a partir de la base tradicional, avanzó hacia el futuro, diseñando un lenguaje musical nuevo y efusivo, propio de una juventud norteamericana que buscaba librarse de las cadenas impuestas por una industria del entretenimiento que quería alimentar a sus potenciales consumidores con productos de riesgo nulo como Duran, Duran, Lionel Richie, Chicago o Phil Collins. Pero no solo era falta de riesgo, era también que aquellas superestrellas no hablaban de sus problemas ni dibujaban en sus letras la realidad imperante entre los chavales de las ciudades en la América de la era de Ronald Reagan. Todo era tremendamente empalagoso y superficial mientras el país estaba marcado por los recortes sociales, la decadencia urbana, el conservadurismo moral y las ansias de victoria militar y política contra los soviéticos en los años finales de la Guerra Fría.
Gusten más o menos, The Long Ryders, como todo ese reguero de jóvenes grupos que formaron lo que en España se llamó Nuevo Rock Americano, eran cultura. Cultura popular. Porque Sid Griffin, Stephen McCarthy y compañía eran capaces de traducir su panorama humano en música real, certera, afilada, sentida. Música que liberaba y te hacía sentir especial.
En la presentación de mi libro el viernes en Madrid, decía Diego A. Manrique (al que agradezco muchísimo su apoyo, como a Fernando Neira, Toni Castarnado, Edu Izquierdo y Alfred Crespo, todos ellos invitados a las presentaciones en Madrid y Barcelona) que, echando un vistazo a los protagonistas de Acordes Rotos, valía la pena fijarse en la lista de nombres que hicieron música trascendental sin necesidad de subvenciones. Reflexionaba sobre esa posibilidad de crear arte sin tener que pensar en las ayudas económicas de las instituciones o los programas de marketing de las discográficas. Lanzaba preguntas sobre el panorama en España y ese mundo de la cultura que se moviliza cuando parece que la cultura forma parte de un programa concreto, y lanzaba preguntas sobre cuál es el verdadero motor de la creación.
A fin de cuentas, en mi opinión, la fuerza de la música popular está en su latido interno, en su propósito de contar historias, trascender con pequeñas cruzadas humanas que terminan por hacerse universales. Porque, escuchando radios, leyendo periódicos o viendo programas, lo malo de hoy en día es que cuando se habla de música se habla de todo menos de música. Tal vez, porque a la gran mayoría no le interesa la música y sí todo lo que la rodea y la desvirtúa.
En estos tiempos de crisis (crisis económica, de valores y de derechos), donde los mercados cambian Gobiernos y los políticos exigen sacrificios por irresponsabilidades cometidas por ellos o las corporaciones, bancos o grandes empresas que tienen beneficios muy superiores a comunidades enteras de personas en distintas partes del mundo, conviene reivindicar la cultura. Y la música popular es cultura. Reivindicar la cultura en el sentido que le oí a Emilio Lledó, recientemente (y otra vez), en una entrevista con Iñaki Gabilondo. “Ante el economismo actual, que todo lo domina, conviene defender la naturaleza y la cultura”, decía Lledó. ¡Cuánta razón! Por mucho que nos quieran hacer creer que somos cuantificables, productos, bajas o altas, números de una economía incontestable, somos naturaleza y somos cultura.
Por eso, hoy, en esta Ruta Norteamericana, solo quiero recordar el legado de esos semidesconocidos llamados The Long Ryders para sumarme a la defensa a ultranza de la cultura. Parafraseando a los Ryders, todos somos hijos nativos de nuestra cultura. No conviene renunciar a ella porque nos define y nos defiende de las mentiras, las medias verdades y los intereses poderosos de esos que solo piensan en cifras o en acaparar más poder. Pueden ser los Long Ryders como Charlie Parker, Robert Johnson, Bob Dylan, Odetta, Eddie Cochran, Bo Diddley, Elvis Presley, Jimi Hendrix, Townes Van Zandt, The Ramones, Steve Earle o Vic Chesnutt. O pueden ser Camarón, Caetano Veloso, Chavela Vargas, Serge Gainsgbourg, Los Tigres del Norte o The Clash. Cultura como una educación en la libertad. Hoy, tan importante como siempre. La libertad que da hacer tuyo, por ejemplo, ese sonido entusiasta, apoyado en los riffs de una guitarra eléctrica que busca sonar como el polvo del desierto al viento de media tarde. La libertad que da escuchar Still Get By, de The Long Ryders.
Conviene leer con atención esta nota dedicada a la cultura y a los personajes de esa cultura que colmaron la sed de las masas en todo el reclamo de arte popular.
ResponderEliminarAndrés
Muy buenooo!!!
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