LUCRECIA MALDONADO
Lucrecia Maldonado (Quito, 1962), profesora de español, lengua y literatura, y escritora sobre todo de narrativa, con cuatro volúmenes de cuentos: No es el amor quien muere (1994), Mi sombra te ha de hacer falta (1998), Todos los armarios (2002) yComo el silencio (2004). Su novela Salvo el Calvario obtuvo el premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit 2005, ha publicado también un volumen de poesía, Ganas de Hablar (2005) y uno de ensayo,Érase un niño que un día descubrió el aire de la calle (2006). Como narradora consta en algunas antologías, como Antología de narradoras ecuatorianas (Miguel Donoso Pareja), Cuentan las mujeres (Cecilia Ansaldo) y Antología básica del Relato Ecuatoriano (Eugenia Viteri) También está presente en la antología de poesía erótica femenina recopilada por Sheila Bravo, poeta ecuatoriana.
Cómo se llamaba ese país
de repente todo parece tan claro y al mismo tiempo hay tanta sombra en todas partes
de repente como que ya se acaba el dolor y sin embargo duele tanto que uno ni siquiera puede mantenerse en pie
de repente uno se olvida de todo pero vienen esas caras tristes los niños llorando agarrados a las perneras del pantalón no te vayas papi y de tales pero fui yo alguna vez el papi de alguien cuándo cómo dónde y con quién
de repente uno se ve otra vez llegando alucinado y obnubilado buscando con los ojos perdidos y perdido uno también oyendo un idioma que dijeron que era el propio pero que con ese maldito acento nadie lo entiende
de repente uno sabe que nadie nos espera en ninguna parte y sin embargo sigue buscando con los ojos alelados aleteantes de sombras viejas la cara conocida que tal vez no nos identificó entre la multitud
de repente dos y tres días en que no se sabe qué mismo irá a pasar
de repente uno pregunta y nadie contesta porque nadie sabe nada
de repente el peso del equipaje que terminamos botando por ahí porque nos sobrepasa las fuerzas el olor de la ropa sucia que ya no podemos recambiar la plata que ya se acabó en llamadas y búsquedas inútiles y el miedo de salir a la calle y de que alguien nos meta en algún lugar del que ya jamás podremos salir
de repente la vergüenza
de repente el hambre
de repente también la soledad en esta maraña de caras que poco a poco se van volviendo conocidas aunque no hablemos con nadie aunque simplemente sea la costumbre de dormir en estas sillas duras o en este suelo frío con olor a desinfectante de repente una voz que nos pregunta qué nos pasa y no hay palabras ni lágrimas ni ninguna respuesta porque no nos pasa nada o simplemente de golpe nos pasa todo lo que nos ha podido pasar en un solo minuto
de repente una moneda desconocida en la mano que no hemos extendido para eso
de repente un bocadillo un poco de refresco algo y esa gratitud que también es ignominia y humillación y ganas de morirse pero después de comer recién al tercer día de no y de repente el ruido de otro avión que sale de otro avión que llega nadie sabe para qué
de repente una figura de mujer nos vuelve a encender brevemente el deseo pero ya no hay fuerzas ni siquiera para eso
de repente aquellos papeles que casi no podíamos firmar con el obstinado temblor de las manos con los ojos empañados y la expectativa atenazando la garganta sin poder evitar mirar la sonrisa satisfecha del prestamista
de repente las deudas de repente los niños de repente la primera prostituta barata y maloliente de repente la escuela de repente la voz de la mamá que nos dice desde la ventana que ya está la comida de repente una calle y la pelota de trapo que alguna vez pateamos
de repente la sensación de estar comenzando otra vez a volar de volver a los llorosos abrazos de la despedida de volver a la cuna caliente de volver al hueco profundo y oscuro del abrazo mayor y de no acordarse ni saber de qué color eran los ojos de la madre ni quién mismo es uno ni cómo se llamaba ese país
Los perros de la División Anti Drogas del aeropuerto olisquearon un par de veces el cuerpo tendido en el ángulo del suelo y la pared. Cuando uno de ellos quiso mordisquear una mano, el guardia se lo impidió halando de la traílla y preguntó al barrendero negro:
–¿Cuándo parece que fue?
El barrendero se encogió de hombros:
–No sé. Yo volví de vacaciones recién esta mañana. Tal vez no había comido desde que me fui –se quitó la gorra y pasó el dorso de la mano por los ojos amarillentos–. Pobre.
La gente comenzó a amontonarse alrededor. Alguien quiso tomarle el pulso, alguna cosa. El guardia lo detuvo:
–No, déjelo. Si quiere ser útil, mejor vaya a buscar a un comisario. Solamente él puede levantar el cadáver.
Lucrecia Maldonado, Quito, Ecuador
Formato muy original que enumera los flagelos de una sociedad indiferente ( muchos ) , prejuiciosa ( varios ) aprovechadores ( otros ), El final es una cachetada. Hay que evitar el límite de que el comisario llegue a levantar el cadáver. EXCELENTE
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
Cuentista ecuatoriana, ha escrito un relato dramático, una visión de la crueldad de la sociedad de la opulencia de pocos y la negra existencia y soledad de muchos habitantes del mundo de la despreocupación.
ResponderEliminarAndrés