volar
Me encontraba frente al árbol conmovida por su belleza. El árbol se alzaba frente a mí, orgulloso y tranquilo, balanceándose con la brisa de la tarde. Corrí hacia él y trepé hasta el nudo en que terminaban las ramas gruesas. Observé los trozos de cielo azul que aparecían ante mis ojos entre todo ese verde, y me envolvió un conocido sentimiento de pesar. Hubiera querido desplegar mis alas y despegar hacia el espacio. Hubiera deseado sentir el viento esparciendo mis cabellos y, finalmente, ser libre. Pero no podía…
Sabía lo que ocurriría si lo intentaba. Yo, junto con mis esperanzas, me estrellaría en el suelo. Y de todas maneras, sentí una verdadera opresión en el pecho por no poder volar. Creí que debía intentarlo, pero no tenía suficiente valor. Bajé del árbol y me dirigí a casa.
Todos los días lo mismo: me subía al árbol, llegaba a las ramas en que los pájaros inician su vuelo, miraba el cielo y recordaba la cuerda. La cuerda que me ataba a la tierra, la cuerda que me devuelve a la realidad, la culpable de que yo no sea libre.
Durante la cena estuve pensando en eso. Papá, le dije, ¿por qué los seres humanos no podemos volar?
Porque no estamos destinados al vuelo, me respondió, los pájaros pueden volar porque sus huesos son huecos y tienen alas con plumas que los ayudan. Nosotros no tenemos esos elementos, por lo tanto no podemos volar.
Esa noche antes de acostarme recé para que Dios me concediera la posibilidad de volar algún día. Estaba plenamente segura que Dios me lo otorgaría y me inundaba la sensación de que algo bueno ocurriría. Y sucedió.
En mitad de la noche me desperté. Era una sensación rara que me impulsaba a salir afuera. Abrí la ventana y salté al suelo. Corrí. Estaba descalza´y sentí escalofríos cuando pise la tierra mojada que se pegaba a mis plantas. Llegué hasta el árbol y me trepé en la oscuridad. Llegué al punto en el que era habitual que me detuviera. Miré los retazos de cielo que siempre eran tan azules y ahora se veían negros y espolvoreados por las estrellas.
Sin pensar trepé manteniendo el equilibrio y ayudándome con una rama más alta hasta que llegué al extremo. La rama se dobló por mi peso y por un instante mi corazón se llenó de temor. Miré hacia abajo, no veía el césped, solo percibía una oscuridad amenazadora e intimidante. Entonces dudé.
A pesar de mi gran voluntad sabía que era peligroso saltar, pero volvió a mi esa extraña sensación y me dije: No, debo hacerlo. ¡Debo!
Mientras lo pensaba, respiré hondo y salté. El viento soplaba sobre mi rostro. Extendí mis brazos, aunque sabía que era tonto. En realidad todo lo que estaba haciendo era tonto. Cerré los ojos con fuerza y esperé el golpe final que pusiese fin a mis expectativas. Esperé mucho tiempo pero el dolor no llegaba. Entreabrí un ojo y luego el otro, no caía al suelo, estaba volando...
Un dulce sabor me llenó la boca cuando entendí que lo había logrado, que desprendí la cuerda. No grité alborozada ni emití ningún sonido. Solo cerré los ojos, experimentando la extraordinaria sensación de elevación, que siempre deseé.
Despegué hacia las alturas, feliz y emocionada. Estaba como ebria, ebria de libertad. Miré el cielo negro y plagado de estrellas y pronuncié una sola palabra: Gracias ■
Hermoso sueño, compartido por casi todos. Ser libre, liberarnos de las ataduras que nos hacen mortales. Bellas metáforas.
ResponderEliminarMuy bello Shai, sigue volando sobre el papel.
ResponderEliminarErnesto.
Se puede volar sin los huesos huecos ni plumas este relato es un ejemplo de ello, felicitaciones, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarY sí, se me cae la baba y no me averguenzo... Esta fantasía de mi nieta Shai me hace sentir orgulloso: 12 años y toda la aventura del vivir por delante. Cuando le dije que ella sería una escritora, con su magnífico desparpajo de adolescente me respondió: abuelo, yo ya soy escritora (telón rápido). ¡Y tiene razón!
ResponderEliminarAndrés
Gracias por tus vuelos , pequeña Shai. Tienes los genes , se nota .
ResponderEliminarLa rama se parece al árbol .
Abrazos para ti y va un babero para Andrés.
amelia
Un cuento pleno de frescura y oxígeno, donde es posible levantar vuelo y desafiar los límites.
ResponderEliminarUna prosa impecable que llama la atención en una escritora tan joven
Gracias por hacernos volar.
¡Felicitaciones Shai!
MARITA RAGOZZA
Muchas gracias a todos, y en especial a mi abuelito. Shay
ResponderEliminarFelicitaciones Shai. Sos toda una escritora. Tenés estilo y sobre todo muchas ganas de volar y lo harás. Sin esas ganas ,el talento pierde color y fuerza. Seguí escribiendo y volá, siempre volá.Me sorprendiste mucho y con tu último mensaje de agradecimiento me enterneciste, también.
ResponderEliminarHasta pronto
Cristina