Marta Díaz Petenatti vive en Elortondo, Pcia. de Santa Fe. Publicó_”Contabilidad V Año” y “Mirada de Mujer” (Poemas-Narrativas y Leyendas) .Participó en 15 Antologías colectivas, 2010/2011. Colabora con revistas literarias y virtuales de distintos países del mundo. Leen sus escritos en radio de Quito-(Ecuador) y radio La Carlota ( Pcia. de Córdoba-Argentina). Obtuvo premios de carácter nacional e internacional.
Tenía 9 años y el coraje infinito que sólo da la falta de vivencias en la vida.
Es por eso que haciendo caso omiso a los rumores que había mamado desde mi nacimiento relacionados con “la pieza” , estuve varios días agazapada estudiando todos los movimientos de la casa para poder descifrar quién tenía la llave de entrada a la misma y dónde estaba escondida.
En ella vivían mis abuelos. Desde siempre perteneció a la familia, y por conversaciones que se interrumpían drásticamente cuando llegaba o me aproximaba, había llegado a la conclusión de que algo pasaba relacionado con la misma, pero nadie me lo quería decir.
Además, cada vez que inútilmente quería entrar en ella, los gritos de quien estaba más cerca en ese momento, coartaba mi impulso recibiendo, además, una larga y muy bien estudiada reprimenda.
Entonces, cansada de tanto misterio, resolví develarlo personalmente.
Me fue difícil encontrar el escondite de la famosa y bien cuidada llave, pero lo logré por un descuido verbal de mi querida y recordada abuela Teresa, quien nunca supo de su indiscreción.
Ese día estuve demasiado nerviosa, a tal punto que las horas, otrora lerdas y monótonas, pasaban cual vuelo de águilas.
Y la noche llegó, y con ella los preparativos minuciosamente programados.
Me puse el pijama, saludé a todos y me acosté. Debajo de la almohada ya tenía preparada la linterna.
Esperé ansiosa a que todos se acostaran. Mi corazón parecía un caballo desbocado corriendo por el prado sin lazos ni alambrados, tal eran los sonidos que producía y repercutían en mi adrenalina que circulaba a muchas revoluciones por segundos. Lo sentía latir en mi garganta y en mis sienes.
Cuando comprobé que todos dormían me levanté sigilosa y fui hasta la cocina a buscar la llave que estaba escondida detrás de un ladrillo flojo de la marlera, donde mi abuela almacenaba el indispensable combustible para su cocina a leña.
Ya los latidos repercutían como bombos en mi cabeza, y al poner la llave muy despacito en la cerradura comenzó a erizarse mi espinilla haciéndome sentir una sensación que iba del calor al frío y del quedarme al huir.
Pero me quedé… y entré.
Todo estaba en la más absoluta oscuridad. Prendí tímidamente la linterna y me petrifiqué.
Cerca de la ventana que daba al patio trasero, había una pequeña mesa, y detrás de ella, entre un humo verde que flotaba en casi toda la habitación, había un espectro sentado, con un turbante negro en su cabeza.
La penumbra sólo permitía que se notara su contorno por la iluminación que producían las velas que despedían un claro olor a incienso.
Comencé a desandar lo recorrido calculando el lugar de la puerta que estaba a mis espaldas con el sólo objeto de salir corriendo.
La figura se levantaba despacio, con una mano extendida hacia mí que ya hasta había perdido la noción de quién era, y en su avance, con una voz ronca y gutural decía cosas ininteligibles, suplicando que fuera a su encuentro, aunque me parecía que lo único que quería era atraparme y llevarme con él.
Cada vez estaba más cerca. Me parecía sentir su respiración caliente y putrefacta danzando sobre mi cara.
Mi mano volcada hacia atrás, tomó el picaporte que, negándose a que lo pudiera abrir, quemó intensa y profundamente mi piel.
Ya desmayaba. El terror me producía un dolor tan intenso en el pecho que creía que un infarto terminaría con mi corta vida.
De pronto sentí que me sacudían bruscamente. Abrí los ojos cargados de pánico pero encontré la cara dulce y serena de mi abuela.
Di un salto en la cama y la abracé tan fuerte que mi ímpetu desmedido le produjo mucha risa.
Me invitaba a desayunar, así que solamente calcé mis chinelas y fui tras ella dando gracias de haber despertado de esa terrible pesadilla.
Ya sentada, y mientras servía su siempre exquisito café, refunfuñó diciendo como todas las veces:
_¿A ver cómo están de limpias las manos? Las levanté rápida para mostrárselas, porque el aroma de ese brebaje me atrapaba, cuando escuché que me decía:
_¿Qué te pasó?, ¿te quemaste?
Mientras la garganta nuevamente se me cerraba de susto miré mis manos y ahí, justo ahí, en la palma de una de ellas y como grabado a fuego, estaba la marca irrefutable e inexplicable del picaporte de “la pieza”. ■
Marta Díaz Petenatti
Fantasía, sueño y realidad se entrelazan en un recuerdo de la niñez bellamente narrado. Oportuno suspenso rematado con un interrogante.
ResponderEliminarGracias por comentarme Ester, en realidad no sé aún donde comienza la fantasía o termina la realidad, tan fuerte es mi recuerdo de esos días-
ResponderEliminarGracias nuevamente
Marta Díaz Petenatti
Bienvenida Marta , otra del "interior" ¿Será que existe un exterior distinto?
ResponderEliminarMe gustó mucho el cuento , anda de nuevo quizás el espectro no sea tan malo. Me recordó el famoso "cuarto de atrás" donde se guardan cosa que nunca se usan y que en la antigüedad !Que horror ! Servía para confinar los locos.
Un abrazo .
amelia
Excelente trama donde el cotidiano vivir nos asombra con la existencia de otro mundo paralelo.
ResponderEliminarMagnífico. Me encantó.
Felicitaciones a la autora.
MARITA RAGOZZA
Agilidad en el suspenso que es renovado en la trama y con un final abierto que debe desentrañar el lector, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMientras leía el relato me identifiqué con la protagonista... Creo que sentí su temor y me alivió el abrazo de la abuela. Muy bien relatado y un final para que cada cual desarrolle su imaginación.
ResponderEliminarandrés
Muy lindo cuento. Me atrapó. Que lindo sería si las realidades a medio comprender de la niñez junto a las fantasías y sueños se entrelazaran así, en la vejez para gozar de cuentos como éste y convencidas de que es la más real de las realidades, no nos importe que los demás digan: ¡pobre vieja como desvaría! Es demencia senil .
ResponderEliminarEs simplemente que la vejez vuelve a visitarnos envuelta en la belleza que entre otras cosas nos dio la vida. Gracias
Cristina
Muchísimad gracias Cristina por su comentario y sí tiene razón es en la vejez quizá donde más se comprende la vida y donde más nos asustamos de que llegue el momento de marchar de ella, por eso elaboramos fantasías similares a la de los niños.
ResponderEliminarUn cariño enorme para usted
Marta Díaz Petenatti
Andrés,Carlos, Marita y Amelia, les doy las infinitas gracias por leerme y más aún por comentar, creo que de eso vivimos un poco los escritores, del placer que nos da saber que ha gustado lo que hemos elaborado.
ResponderEliminarMuchísimas gracias nuevamente
Marta Díaz Petenatti
Hala Marta....me emocionò tu texto, recorde en tanto me adentraba en èl, aromas, sensaciones, texturas, misterios, secretos, fantasias o realidades que tambien han formado parte de mi niñez. Aprecio y me gustan mucho tu manera de escribir...Abrazo y gracias por compartir tu obra.
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