sábado, 25 de febrero de 2012

Los olores que no volverán y otras sensaciones perdidas.


 Cristina Pailos


Los olores que no volverán y otras sensaciones perdidas.
Los ruidos y los olores son los que más faltan en la memoria, como si fueran los elementos más reales, la sustancia del tiempo perdido”.
Estas palabras pertenecen a J.M.G Le Clézio . premio Nobel 2008 y  se repiten en su novela Revoluciones que aunque escrita en 2003, aparece ahora en castellano editada por Adriana Hidalgo. Es autobiografía novelada y el autor en la voz de un narrador, con otro nombre, por supuesto, repasa  las revoluciones interiores , personales e íntimas como también las revoluciones sociales o políticas que fueron ocurriendo en el mundo durante gran parte de su vida.
La reseña bibliográfica de Página Doce del domingo pasado  me pareció muy estimulante: incita a leer la novela y siempre celebro la aparición de un nuevo libro que parece prometedor.
Pero no pretendo hacer un comentario bibliográfico, ni hablar de Le Clezio
Algo muy fuerte me pasó con la lectura de ese comentario. Me quedé clavada en la cita de las palabras de Le Clezio :Los ruidos y los olores son los que más faltan en la memoria, como si fueran los elementos más reales, la sustancia del tiempo perdido”. Parece que esas palabras conforman  una idea que se repite en la novela y que es muy importante en este autor. Es que no es una idea cualquiera para mí, aunque parezca insignificante.. De inmediato sentí el aguijón.   Pasan los días y la sigo repitiendo sorprendida aunque no es nueva para mí. Me la vengo repitiendo con bastante frecuencia desde antes de leer la nota, mucho antes. Esa idea me llegó con tanta intensidad que pasan los días y no la olvido. En realidad me la vengo repitiendo a menudo. Esa idea es mía. Duerme un tiempo y reaparece. Me asalta en la calle, en un restaurante, en un hotel, en una casa cualquiera o en la mía propia.
A veces se manifiesta por un deseo enorme, una obstinación en querer reproducir en el tacto aquella textura o recordar un aroma pero nada ocurre. Algunas veces creo percibir algo pero se esfuma de inmediato. Recién el domingo, quizás porque la idea estaba bien expresada, la extraje y la hice mas mía que nunca y hasta fantasee que Le Clezió me la había robado.
    Nunca la comuniqué a nadie porque hasta me daba un poco de vergüenza comentar que muchas veces ando detrás del ruido, del olor, del sabor perdido para siempre y que  he llegado a llorarlos como a las pérdidas definitivas de mis seres queridos. Casi es el mismo tipo de recuerdo amoroso ¿Cómo se puede sentir con la misma intensidad  la pérdida de una madre o el olor de una planta hoy imposible de hallar y que yo olía jugando en el jardín de mi abuela?. ¿Cómo se puede sentir el olor del mar en una ciudad donde el aire marítimo no llega? 
En mi infancia y adolescencia bastante lejos por cierto, todas las casas tenían su olor peculiar que tampoco sé como se conseguía.  Glade, Pinoluz, saumerios, Mr. Músculo no existían así que aquellos olores tan diversos tenían un origen misterioso. Durante mucho tiempo al recordar la casa de mis tíos siempre  me desesperaba comprobar que el olor de la casa no acompañaba las imágenes que estaba evocando .  Sólo alguna vez creo haberlo logrado, o tuve que conformarme con un olor parecido que duraba apenas un instante.
Cuando mi mamá hacía  puré, el olor de la papa era calidez, maternidad, cercanía del campo. La papa tenía un aroma que las papas actuales desconocen y cuando se juntaba con la manteca y la leche caliente, era otro aroma que nunca apareció en los purés del presente . ¿Por qué el olfato no tiene su memoria propia con mejor resolución?
Pasar por una frutería era una competencia de fragancias que nos hacía sentir dolor en la boca, indicio de que las glándulas salivares ya estaban en funcionamiento . Creo que eran frutas verdaderamente orgánicas.  No es que hoy la fruta no huela, pero aquella intensidad en una manzana, en un durazno no se puede explicar . Es una sensación intransferible.Las verduras, a través de sus perfumes nos hacían sentir el olor a tierra recién mojada por la lluvia.
Las telas,  la ropa de entonces también tenía olores. En mi adolescencia yo me jactaba diciendo que si fuera ciega, igualmente reconocería el roce afelpado de una viyela para los camisones y pijamas, un popelin para las camisas, batista para las blusas, el piqué con sus delgados realces para los vestidos , y el broderie suizo o la organza para vestidos más elegantes o el voile y la cretona para las cortinas. El contacto con esas texturas suaves, aterciopeladas o vaporosas me provocaban una sensualidad que disfrutaba muchísimo. Y ni hablar cuando ya se transformaban en prendas porque ahí se agregaban los ruidos que cada tela producía en el roce al caminar o al sentarnos; al abrazar o al acostarnos.
Las polleras escocesas , el tweed para sacones y el casimir inglés para los trajes de hombre o trajecitos de mujer , todos, tenían su olor. Las prendas de lana, lo mismo. Ocurre que entonces, las telas no eran   sintéticas o mezcladas con productos químicos  . Parecía que tenían vida, que traían un mensaje, que incentivaban un ritual. No estoy haciendo una apología del pasado. Por el contrario, me parece muy interesante que hoy haya telas que no se planchan, que no se arrugan y que nuestras ropas no tengan tantas complicaciones de alforzas, tableados, chaveaux , filstiré o godets (porque ni la modista podía decir “cae en pliegues”, había que decir “cae en godets” y había que ser una gimnasta de alto rendimiento con la plancha para evitar que la punta de dicho aparato no se introdujera en alguno de los agujeritos del filstiré o del broderie y lo rompiera. Está bien que entonces existía el Surcidor invisible de un profesionalismo insuperable.
Las represiones que  vivíamos los niños jamás la podrían imaginar los niños actuales y de unas cuantas décadas atrás. No podíamos  ensuciarnos con ganas porque no existían los jeans y siempre nos tenían de punta en blanco y desde el sombrerito blanco almidonado hasta los zapatitos blancos de cuero o unas zapatillas que todos los días limpiaban con no sé que preparado para que estuvieran siempre blanquísimas. Y el cuero también tenía un olor que el pobre cuero sintético no conoce. No nos teníamos que ensuciar porque lavar y planchar no era una pavada.
No todo era lindo, es cierto, pero como las costumbres eran esas y no sabíamos que estábamos reprimidos, vivíamos felices y si nos venía el bajón nadie sabía a qué se debía. El colesterol tampoco parecía ser conocido, así que se comía con felicidad chorizos, morcillas, merengues con crema y todo en cantidad. Si alguien moría comiendo hasta había cierto orgullo. Era un signo de buena vida, de status, de recursos económicos, de una clara diferencia de clase porque se suponía que había mucha tuberculosis y era la enfermedad de los pobres y de los bohemios . Con este panorama no creo que puedan considerarme nostalgiosa del pasado ,  pero no había necesidad de que me robaran  los aromas, las distintas sensaciones al tacto, algunos ruidos. ¿Por qué la memoria no los puede traer?¿ Por qué no se puede explicar, transmitir, comunicar a otros la sensualidad  por las pequeñas cosas  que están en mí y morirán conmigo aunque apenas puedo sentirlos en forma confusa?

9 comentarios:

  1. Este comentario lo escribí hace ya un tiempo, de manera que la referencia a la nota bibliográfica de Página Doce "el domingo pasado" no tiene vigencia. No sé si guardé el borrador. Si lo encuentro les voy a enviar la fecha exacta de este artículo. Gracias a la revista por publicarlo de todos modos.
    Cristina

    ResponderEliminar
  2. Una nota que lleva a la nostalgia, al recuerdo, escrita con pulcritud y amplio conocimiento del tema. Hace poco tiempo escribí un relato en el que mencionaba la sopa de pollo que se olía en mi casa paterna-materna. Y no mencioné el cuarto de trabajo de mi padre sastre, el olor de las telas, la plancha caliente, el aceite que mantenía a punto la máquina de coser Singer. Evocaciones legítimas que llevan a la nostalgia y despierta la melancolía por un tiempo en que todos vivían y disfrutaban de un mundo definitivamente muerto y sepulto.
    Felicitciones por la forma y el contenido, Cristina.
    Andrés

    ResponderEliminar
  3. ¡Cuánta frescura y espontaneidad tiene el escrito!Esa pérdida de los dos sentidos que no acompañan a los recuerdos nos despiertan y avivan nuestras nostalgias.
    Felicitaciones, Cristina, y saludos.
    MARITA RAGOZZA

    ResponderEliminar
  4. Justamente, varias veces me ocurrió que soñé con el olor de algún lugar perdido en los años y la distancia...En el sueño recuperaba esos aromas. Es verdad que los olores nos llevan a vivencias olvidadas. ¿Sabías que en los supermercados tienen olores sintéticos para promover la venta? -Chocolate, pan fresco, factura tibia, etc...

    ResponderEliminar
  5. Gracias por los comentarios, por los saludos de Marita, y por el dato de Ester y el supermercado, o Andrés evocando el taller del padre. Recuerdo muy bien esos talleres porque a veces acompañaba a mi padre . Él se probaba y yo jugaba con el chiquito del sastre. Estaba fascinada por la plancha y la rapidez con que Don Arsenio marcaba con tiza sobre la tela. Aquí les envío los datos de la nota bibliográfica sobre la novela de Le Clezio en Página Doce: Radar, domingo 22 de enero 2012.

    ResponderEliminar
  6. Me olvidé de firmar el comentario que está arriba de éste y aunque ya se habrán dado cuenta, certifico que esa soy yo.
    Cristina

    ResponderEliminar
  7. Como dice la canción, todo está en la memoria, sucede que el mundo en que crecimos cambió sin embargo, a veces los aromas reaparecen por ejemplo, el olor a espirales contra mosquitos cuando se entra en un cuarto donde estuvieron prendidos, en fin, es cuestión de convocarlos, muy bueno el artículo, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  8. Este ha sido uno de los ARTÍCULOS QUE MÁS ME HA GUSTADO .
    cREO QUE LOS OLORES, SABORES, ETC , PASADOS, FORMAN PARTE DE NUESTRA IDENTIDAD...Y SI , VUELVEN.
    fELICITACIONES

    ResponderEliminar
  9. Cristina me llegó hondo tu escrito me trajo a CALVINO A LA MAGDALENA EN EL TE DE PROUST.EL OLFATO ES EL SENTIDO MÁS ARCAICO Y PARECE PERDIDO EN NUESTRO MUNDO DESODORIZADO. NUESTRA NARIZ PERDIO A LO MEJOR POR EL CIGARRILLO.Recuerdo el olor sabor de una sopa en un hotel de mar del plata, que nunca volví a probar.

    Cariños de cristina Villanueva a vos y a todos los que agegaron la riqueza de sus comentarios.

    ResponderEliminar