miércoles, 8 de febrero de 2012

ERNESTO RAMÍREZ



Bala perdida

Promediaba septiembre. En nuestro pueblo los ánimos se habían aplacado tras la reciente obtención del campeonato mundial de futbol. Maracaná había sido silenciado por once gladiadores celestes. El gol de Alcides Edgardo Ghigglia fue por todos referido y desmenuzado hasta el hartazgo en detalles milimétricos. Detalles ignorados incluso por el propio goleador. Es que la realidad solo encuentra acomodo en el imaginario popular. Por cuarto año consecutivo los mismos rumores alteraban la calma de nuestra pequeña villa perdida entre serranías. Quedándose al parecer, otra vez, sólo en ello. Y era comprensible. Qué podía haber de interesante o beneficioso en un pueblito de 150 almas distante más de trescientos kilómetros de Montevideo y casi 15 leguas –la mitad camino de tierra- de Sañoram, la estación más cercana. Donde el periódico de los lunes llagaba el domingo y la opción de viajar a la capital pasaba por empeñar a la familia enfermándose de gravedad. Y en el que el verbo tener se conjugaba íntegramente en manos latifundistas que estrangulaban el caserío con su poder y avaricia. La radio era la única voz foránea que llegaba –casi siempre como un ronquido entrecortado- a nuestros oídos de tierra adentro.
Se decían maravillas de él… Se decía que cautivaba de tal manera que al marcharse provocaba dolor en los ojos y en el pecho. En los ojos porque quedaba prendida de tal forma su imagen libre y alocada que dolía el ir desprendiéndose día a día de ella. En el pecho porque era tan intensa su forma de vivir que despertaba, en quien la descubría, un deseo irresistible de seguir sus pasos. En los varones por el ansia de aventura y conquistas  y en las mujeres –aquellas en edad de merecer todavía solteras y, secretamente, también alguna de las casadas- cautivas de su audacia y su romanticismo. Sobre todo en lugares como aquel donde eran tan exiguas las emociones que los sentimientos, postergados casi siempre por la carencia, recurrían para no morir del todo a la simbiosis con hábitos hacedores de normalidad: ruedas de mate, ennoviarse a la primera oportunidad y casarse pronto, compartir el tabaco y la caña, reproducirse holgadamente y por supuesto, trabajar por un salario miserable. Era tal la cortedad y el ostracismo con que se sobrevivía que la gente cuando llegaba la noticia de algún suceso de notoriedad se aferraba a él con tozudez y vehemencia. Soslayaban así durante semanas sus miserias y acababan todos implicados en el tema al punto de generarse discusiones y enemistades –siempre pasajeras- defendiendo una u otra postura en tal o cual circunstancia. Posturas y circunstancias que ya no eran, ni remotamente, las de los propios actores responsables del hecho. Fue famoso el distanciamiento -durante toda la zafra del boniato- entre dos vecinos linderos al saberse la noticia de la muerte del Che: uno sostenía que el cuerpo presentaba más de 20 agujeros de bala y Guevara se cargó a los que le tirotearon; el otro que fue ultimado de 17 puñaladas, la mayoría por la espalda pues recusó el enfrentamiento con el valeroso sargento mexicano.         
Pero a pesar de ese subsistir olvidado y lleno de privaciones la gente albergaba en su interior, como rescoldos de una hoguera cubiertos de ceniza para avivar el fuego en la mañana, la ilusión por vivir. E incluso esta forma intrínseca y sin límites de vivir no estaba exenta aquí de parquedad. Las ilusiones albergadas en estos corazones mantenían una proporción directa con la realidad circundante. Así unos soñaban con poder mejorar el desvencijado rancho que habitaban, otros con ver a sus hijos recibidos de maestros, rurales por supuesto; también estaban los que pretendían ahorrar para comprarse una bicicleta, las jóvenes casamenteras preparando largamente y con sus propias manos, por si acaso, el ajuar, y los que no cejaban en su empeño de conocer un día el mar. Todos estos grandes deseos de gente sencilla la mayor parte de las veces no llegaban a ser realizados. Pero contribuían a confirmar la máxima de Calderón aún en un contexto tan precario.    

Se decían maravillas de él… Aunque también, por lo bajo, y sobre todo al regresar de misa –celebración hecha en un galpón cada quince días cuando llegaba el párroco desde Sañoram, que por faltar hasta cura faltaba- las viejas mascullaban palabras como: engaño, descaro, libertinaje. Pero nadie, ni siquiera los más ancianos, jamás lo habían visto. Siempre se rumoreaba, nunca llegaba. Los jóvenes eran presa de la agitación para luego volver poco a poco a la rutina. Las adolescentes se excitaban recayendo después en una abulia más espesa aún de la que recientemente lograran sacudirse. Con los mayores era distinto si bien sentían curiosidad por el hecho de ser tan mentado. Pero les inquietaba la posibilidad que lo desconocido, lo audaz y extravagante y proclive a embaucar, por más que fuera atractivo y famoso, resultara un mal ejemplo para los de menor vivencia. Máxime en un lugar tan lejano, tan apartado de todo como ése, en donde hasta el futuro era atávico. En nosotros el escepticismo también había derrotado a la ilusión. Era una decepción semejante a la experimentada cada seis de enero, en que los zapatos amanecían cargando bastante menos de lo contenido en las cartas -que ya eran parcas gracias a los paternales consejos de recorte. Con el agravante de que ahora, lo esperado, ni siquiera comparecía. Hasta la tarde en que mientras emparchábamos el cielo de cometas escuchamos un gran estruendo proveniente de la carretera. Enseguida aquel hombre elíptico, todo de rojo y sonriente, pasó como un bólido sobre nuestras cabezas desplegando un gran cartel. Sólo entonces acreditamos que por fin, el circo había llegado a Villa Escasa. 
                                                Ernesto Ramírez 11/2011


2 comentarios:

  1. Mantienes el suspenso hasta el final, amigo!! Creí que hablabas de un famoso actor o un político y hasta pensé en el mesías....Pero nunca imaginé un circo!! Podrá disfrutarlo esa pobre gente?

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  2. Ay Ernesto ya estaba por pedirte la dirección del hombre.
    El vértigo y la velocidad del cuento , acompañan la puntuación.
    amelia

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