viernes, 20 de mayo de 2011

DIEGO TATIÁN


 

Réquiem con trompeta

La mañana del día de mi muerte no tendré ningún recuerdo de la infancia, nadie golpeará mi puerta, no tomaré agua.
A la mañana siguiente de ese día, mi mujer saldrá a la calle sin dinero, sólo para caminar y mirar, y las cosas estarán allí; le asombrará sentir el aire más intenso, el cuerpo más leve, una inmensa despreocupación. Mi hija mandará al colegio a la suya, que aún no ha nacido, alguien escuchará Love is here to stay mientras se lava la cara, en la tumba contigua de la mía una anciana dejará flores como siempre. Esa mañana nacerá un perrito que muchos años después morderá a un poeta cuando aún no había escrito nada, una mujer que en alguna parte de su casa conserva una foto mía sin recordarlo tomará su té, alguien que leyó mi nombre en el periódico con el que mata el tiempo saldrá de prisión.
Y esa noche, la noche de esa mañana ya sin mí, un trompetista tocará en la oscuridad sin que nadie lo escuche, sin saber que he muerto, sin saber siquiera que había nacido.

Perfección


No conozco ninguna persona que haya guardado los dientes que perdemos a lo largo de la vida. En mi caso, reviso todo el tiempo mis veinte chiquititos dientes de leche, a los que siento como si hubieran sido de otro, de un desviado o un perdido. Lo cierto es que todas las semanas debo trasladarme hasta la ciudad de P. porque ningún dentista en mi pueblo acepta el trabajo de mantener los dientitos preservados de la corrosión del mundo. Sólo un joven dentista de la ciudad de P. los examina semana tras semana, los limpia, mantiene su coloración. No alcanzo a concebir por qué esos pequeños elementos en su mayor plenitud y perfección abandonan nuestro cuerpo, que viaja de manera continua hacia el deterioro. Son los dientes perdidos en la niñez, que nadie conserva, lo único perfecto que dejamos en el mundo. Ningún sistema educativo advierte a los niños a tiempo sobre el particular, los sistemas de educación enseñan sólo a tratar en vano de conservar lo que tiene la pudrición por destino. A veces me parece que tal vez sea yo, entre tantos seres humanos malogrados por nuestras Instituciones, el único en conservar, por azar o revelación, el secreto de sí mismo. En algún lugar, pienso, estarán dispersos todos los dientitos que enteras generaciones de hombres han dejado caer como si nada; una inmensa perfección desperdigada y oculta a la que han contribuido hasta los seres más malvados resiste desde alguna parte a las Instituciones, a los sistemas educativos, a los dentistas, a la aniquilación...
       
Eternidad

La casa está a oscuras, encantada por su ausencia, envuelta en el sonido de los insectos y las ranas; se diría que ese sonido es lo único que existe ahora donde antes había un lugar con una casa. Me acerco con lentitud hasta tocar la puerta y abrir. Una vez adentro, la presencia de las ranas y los grillos se desvanece. Camino hacia el interior y permanezco inmóvil en el centro de esa inexistencia oscura y silenciosa; sereno el aliento hasta casi extinguirme también yo. En ese instante de abandono perfecto, una cadencia de respiraciones infantiles, pequeños quejidos de muebles cansados, una discreta gota de agua, un reloj, y otros ruidos mínimos forman una composición incomprensible. Acerco despacio el oído al pecho de las criaturas que duermen elementales, escucho los corazones ininterrumpidos. Y me pregunto qué es esa eternidad en las respiraciones crédulas y los indiferentes corazones de los seres que duermen cuando llego en la noche.
©Diego Tatián

2 comentarios:

  1. EScribe con la perfección de la eternidad pero siempre con un requien de trompeta en el fondo.
    Sin estar seguro de la etermidad, ni de la perfección ni del trompetista, pero que hermoso es vivir asi, de contrabando, en las cosas, cuando la realidad es otra.

    Celmiro Koryto

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  2. La humana búsqueda de trascender y el convencimiento de lo vano narrado con síntesis y maestría. Carlos Arturo Trinelli

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