Cuento la historia como la recuerdo aunque a lo mejor no sucedió así.
La verdad que este es un relato ficcional, el yo lírico debe estar totalmente alejado de proceso de creación, pero no estoy seguro, estamos en Latinoamérica y aquí el realismo mágico funciona y por lo demás, nunca quisiera emular a Nabokov. Bueno, ahí vamos!...
Unas pocas pecas esparcidas sobre un rostro grácil, dueña de una piel suave y de un olor y un sudor que jamás olvidaría. Pelirroja natural, ondulante. Nuca de garza. Hombros descubiertos. Es un sábado por la mañana y nos encontramos sentados en mesas diferentes en el desayunador del Hotel “Los Pinos” de Río Ceballos.
En la mano sostiene una taza de té con sabor a manzanas. Ahora cuando bebe, los labios se entreabren porque el líquido está caliente y cristalino.
Usa una falda larga, negra, que la cubre más allá de sus rodillas. Habla con voz tenue, insinuante como la transparencia de su blusa blanca que no oculta sus senos maduros, pequeños, redondos, firmes. Vuelve a llevar la taza a su boca y muestra sus dientes diáfanos, impecables. Sonríe, me sonríe, intuyo que es educada y conciente de su belleza seduce sutilmente. Es una fruta fresca al paladar y una tentación demasiado evidente, fácil de aceptar. El ingrediente que más impulso produce este tipo de vínculo para un hombre adulto, es la adolescencia de quien será su pareja, la diferencia de edad y la fantasía que aparece primero, en creer que el más joven aportará espontaneidad, capacidad de largo aliento y que él, el más maduro, hará lo propio con su experiencia, capacidad abierta a mostrarse plenamente íntegro, pleno, vital. Pero esto es sólo una aproximación a una estética erótica muy relativa. Pero no sólo eso. La imaginación es más importante que el saber y la desnudez de una mujer, cual reflejo de un diamante de Dios, es el mármol carnal donde Rodin puede modelar lo mejor del arte. Cuando teníamos menos años creíamos que sólo la armonía escondía el perfil de una mujer interesante, mientras que cuando vamos avanzando advertimos que la mujer que nos atrae es un conjunto de imperfecciones, que toda belleza notable tiene algo de desproporción y como apunta Baudelaire… “¿qué importa que vengas del cielo o del infierno, belleza, monstruo enorme, ingenuo y atrevido, si tu mirar, tu pie, tu faz, me abren la puerta de un infinito que busco y nunca he conocido?”.
La mujer adulta habita el mismo universo que el hombre; la muchacha en cambio, se mueve en una porción impenetrable y la disparidad restablece una distancia y una atracción que son los polos indispensables para el imán de un deseo latente.
Lo que más me cautiva es su ser floreciente y saludable, sus ganas de beberse el cielo si es necesario. Aunque tenga lo suyo, parece que aun las lecciones que le ha dado la vida son para ella demasiado confusas como para haber aprendido suficiente. Por un instante no tiene pasado, conserva algo de púber, esa línea sutil que puja por convertirse en una identidad es el ingrediente que le pone más sabor al asunto que si se piensa, dura poco, muy poco, tanto biológicamente como psicológicamente, pero cuyo transcurrrir es magnífico y bendecido.
Los pliegues del ser de esta mujer apenas permiten intuirlo aunque uno quede atrapado por un fuerte sentido de intriga, tanto oculto como develado.
Comencé a besarla en las mejillas y seguí por sus labios, sacudió mi ímpetu. Por esos días, el verano estalló en todo su esplendor. Después, como una música de fondo, recordé una vieja canción francesa: “placer de amor, no dura más que un momento; dolor de amor, dura toda la vida”.
Yo dormía pero mi corazón velaba. Me restablecí. En el fondo, pensé, todo erotismo implica una resignificación en contra del tiempo y del espacio y los lugares, un paréntesis de rebelión por nuestra finitud, del individuo en contra de la comunidad. La edad es lo de menos y el amor sucede, simple, fugar, en la misma frecuencia, con la suma intensidad de las altas pasiones, las bajas acciones, y perdura para siempre como el fuego. Escalofrío, en toda víspera es posible: llévame, entre las dulces sustancias y perfumes que aun se sienten y no mueren en el ayer de otros encuentros pasados. Tú fundas horas y utopías y me das ánimo para seguir, confiar, fortalecerme. Me llueve todo y hasta lo que no sabes de ti. Me rodeas de distracciones, mordeduras, lamidas que debo recibir como un huérfano de una fiesta prohibida pero que me deja ser transgresor y entrar por puertas múltiples. Pareces huir pero vuelves del vuelo: todo temblor, apuro, despojo, entrega, mío, tuya, instante limpio, profundísimo de ti, he aquí mi pecho, has desbaratado otra vez la muerte…
Ahora los miedos no son tantos porque pesan igual que la esperanza. Inaguran expectativas. Es fascinante observar cuánto el destino nos dirije mientras nosotros, meros instrumentos sin darnos cuenta, tambaleamos, con la tensa seguridad de los acróbatas en danza, ignorando el siguiente salto pero condenados a darlo.
De seguro, buscarla encendería de nuevo la pasión.
Agudo, preciso, justo, maravilloso, ¿ breve ?
¿Un adiós placentero como la levedad de una hoja que muere al llegar el otoño? “Esto también pasará…”. Esto también tuvo que pasar. Todos pasamos al fin como sombras, como nubes, como naves…
Lo más bello que podemos experimentar, mientras se pueda y sin dañarnos ni dañar a otros, es el insondable misterio que existe cuando dos seres se entregan. Feliz el amor cuando no hay ni poseedor ni poseído sino dos que pactando acuerdan.
Recostado en tu vientre, después, recordé la advertencia del cardiólogo: al hacer el amor es cuando más se exigen las arterias, pero esa sangre es la más intensa, la que purifica el ser y da potencia al espíritu. ¿No es esta una paradoja digna de Zenón el eléata?
Sentí de nuevo el sueño, la locura y furia de estar vivo, los grietas del gran músculo blando doliente todavía, la cama del caminante, la flor de loto invertida, la almohada de jade, el centro supremo.
Sin embargo, ella me había llamado y hechizado y en mí sólo estaba seguirle. ■
En tus últimos textos, inclusos en los poéticos querido Alfredo, has pasado el umbral, muchos dicen de vos,tienen una sensualidad especial, has desgajado tus sentimientos, los dejaste aflorar con el perfume enajenado por el amor; lo sentí así en El Beso, en La musa amante y en otros tantos. Feliz de encontrar tus textos y sugiero que leas y opines sobre otros trabajos que hacen de la revista un abanico de voces increíbles. Un abrazo
ResponderEliminarLily Chavez
Alegato, erotismo fundante, identificación de género, impecable relato, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEncantador relato donde lo la sensualidad, la poesia y el misterio del encuentro entregan disfrute y deleite al lector.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
No conozco a Lemon pero coincido con los demás, se disfruta de la sensualidad de este texto
ResponderEliminarAnalía