domingo, 27 de abril de 2014

Shay Sela



La Zona Tranquila del Mar


Observo la serenidad del mar, su calma. Las pequeñas olas me acarician las plantas de los pies, yo cavo con los dedos en la arena húmeda. El sol me calienta con suavidad. No está tan fuerte como antes. Irit, mi hermana pequeña, salta en el agua. Da vueltas, se sumerge y grita de alegría. Nunca entendí como puede estar todo el tiempo en el agua. Y ella no entiende como puedo estar siempre afuera. Le explico que no me gusta el agua como a ella, pero no es verdad. A mi me gusta el agua siempre que sea serena y tranquila. Cuando vamos a algún arroyo me quedo todo el tiempo en el agua. Me acuesto con la cabeza en una roca, miro los rayos de sol que se ven entre las copas de los árboles y hacen que las hojas brillen con una luz suave, y me sumerjo en la tranquilidad. Me encantan esos momentos, pero el agua salvaje no me gusta. En ríos y mares, solo me siento en la orilla con las piernas en el agua y en silencio.
Nadie me entiende, pero es porque desconocen mis pesadillas. Todas las noches la misma: estoy en una cueva inmensa de roca negra, el agua es suave como un espejo. Entro y empiezo a avanzar lentamente. De pronto el agua deja de ser serena, se convierte en tormentosa y me anega con fuerza. Trato de volver a la orilla pero el agua me empuja hasta que no hago pie. Las fuertes olas me arrastran al fondo y alcanzo a tomar un poco de aire antes de que me arrastren otra vez. Esto continúa hasta que el agua me lleva fuera de la gruta y floto en un río inmenso, sin fin. Al final llego a la desembocadura en el mar. Trato de nadar contra la corriente, pero estoy muy débil y el agua del río me impulsa dentro de un mar embravecido. No puedo respirar. Mi nariz, mi boca, mis oídos, se llenan de agua, caigo hacia el fondo. Mis pulmones gritan por la falta de aire y momento a momento veo que el cielo. que podía percibir a través del agua, se aleja inexorablemente.
En este instante siempre me despierto, mojado de sudor y me prometo que nunca me acercaré al mar o a un río. Nunca grito o despierto a mis padres: no quiero que traten de convencerme que el agua no es peligrosa si estoy con ellos y que pretendan persuadirme de entrar.

Mientras pienso, el sol comenzó a declinar. El cielo se pinta de rosado, naranja y violáceo. El sol brilla en oro y naranja. Parpadeo con fuerza para que no se me cierren los ojos. ¡Qué vista asombrosa! Vale la pena estar sentado todo el día en la playa para ver esto. Me acuesto boca abajo mirando la orilla, un poco más abajo, donde llegan olas más grandes. El agua del mar sigue acariciando mi cuerpo. A veces llega una ola más poderosa y moja mi espalda. Mis manos descansan sobre la arena mojada, apoyo en ellas la cabeza y sonrío tranquilo. ¿Quién necesita aguas profundas? Aquí, en la zona tranquila del mar, uno se siente muy bien…


Shay Sela

2 comentarios:

  1. Shay iakará, muy lindo relato. Cada vez escribes mejor, vas tras los pasos de tu mamá.
    Un beso,
    Ernesto.

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  2. Bonita conclusión de un relato poblado de imágenes que se fijan en la mente del lector, Carlos Arturo Trinelli

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