Observo la serenidad del mar, su calma. Las pequeñas olas
me acarician las plantas de los pies, yo cavo con los dedos en la arena húmeda.
El sol me calienta con suavidad. No está tan fuerte como antes. Irit, mi hermana
pequeña, salta en el agua. Da vueltas, se sumerge y grita de alegría. Nunca
entendí como puede estar todo el tiempo en el agua. Y ella no entiende como
puedo estar siempre afuera. Le explico que no me gusta el agua como a ella,
pero no es verdad. A mi me gusta el agua siempre que sea serena y tranquila.
Cuando vamos a algún arroyo me quedo todo el tiempo en el agua. Me acuesto con
la cabeza en una roca, miro los rayos de sol que se ven entre las copas de los
árboles y hacen que las hojas brillen con una luz suave, y me sumerjo en la
tranquilidad. Me encantan esos momentos, pero el agua salvaje no me gusta. En
ríos y mares, solo me siento en la orilla con las piernas en el agua y en
silencio.
Nadie me entiende, pero es porque desconocen mis
pesadillas. Todas las noches la misma: estoy en una cueva inmensa de roca
negra, el agua es suave como un espejo. Entro y empiezo a avanzar lentamente.
De pronto el agua deja de ser serena, se convierte en tormentosa y me anega con
fuerza. Trato de volver a la orilla pero el agua me empuja hasta que no hago
pie. Las fuertes olas me arrastran al fondo y alcanzo a tomar un poco de aire
antes de que me arrastren otra vez. Esto continúa hasta que el agua me lleva
fuera de la gruta y floto en un río inmenso, sin fin. Al final llego a la
desembocadura en el mar. Trato de nadar contra la corriente, pero estoy muy
débil y el agua del río me impulsa dentro de un mar embravecido. No puedo
respirar. Mi nariz, mi boca, mis oídos, se llenan de agua, caigo hacia el
fondo. Mis pulmones gritan por la falta de aire y momento a momento veo que el
cielo. que podía percibir a través del agua, se aleja inexorablemente.
En este instante siempre me despierto, mojado de sudor y
me prometo que nunca me acercaré al mar o a un río. Nunca grito o despierto a
mis padres: no quiero que traten de convencerme que el agua no es peligrosa si
estoy con ellos y que pretendan persuadirme de entrar.
Mientras pienso, el sol comenzó a declinar. El cielo se
pinta de rosado, naranja y violáceo. El sol brilla en oro y naranja. Parpadeo
con fuerza para que no se me cierren los ojos. ¡Qué vista asombrosa! Vale la
pena estar sentado todo el día en la playa para ver esto. Me acuesto boca abajo
mirando la orilla, un poco más abajo, donde llegan olas más grandes. El agua del
mar sigue acariciando mi cuerpo. A veces llega una ola más poderosa y moja mi
espalda. Mis manos descansan sobre la arena mojada, apoyo en ellas la cabeza y
sonrío tranquilo. ¿Quién necesita aguas profundas? Aquí, en la zona tranquila
del mar, uno se siente muy bien…
Shay Sela
Shay iakará, muy lindo relato. Cada vez escribes mejor, vas tras los pasos de tu mamá.
ResponderEliminarUn beso,
Ernesto.
Bonita conclusión de un relato poblado de imágenes que se fijan en la mente del lector, Carlos Arturo Trinelli
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