Coleccionista de suposiciones
Alocado ir y venir. La masa apretuja a
empujones, liberando el desaforado colectivo en aras del próximo viaje. Una mujer
se acerca como descolgada del entorno. Con sosiego y a paso corto, pero firme.
Importante carga de bolsos y paquetes, el bagaje de su ser en la estación. Llega
a este andén, conforme al tablero de inestabilidad digital que confunde. ¿Sabrá
que se trata de una vía en desuso?
La espera y la exactitud del tiempo en
su rutina. En contraste y para no defraudar hábitos, arribos y partidas
insisten en la impuntualidad. La mujer apoya los bártulos junto a los pies. Por
alto parlante, vociferan anuncios incomprensibles, pero, dada la costumbre de no entender nada de
lo que ocurre, cada quien sacará conclusiones propias. Lo demás, azar. Y de andén
en anden, ya ejercicio de rutina.
Letras y números desaparecen del
tablero anunciador. Arribos y partidas, en suspenso. No veo el tren, pero el raudo
movimiento de la masa confirma que el esperado en plataforma 2 entrará en la 3.
El viaje con destino al punto que uno tiene que llegar a horario y nunca puede,
pasará del 5 al 4 con demoras habituales, restando premios a un sueldo que
nunca alcanza ni con ellos incluidos. Lo habitual, desde tiempo ha.
Pareciendo saber que han rehabilitado
esta vía, la mujer toma asiento sobre uno de los bolsos y espera. Imperturbable,
obvia el sitio libre junto a mí. Solo su sombra tiesa, alargada sobre el
cemento más allá de la columna, indicio de emoción humana. Tal vez, impaciencia,
cansancio o algo de espera nostálgica, que intuyo por la sombra de su cabeza
ladeada en dirección a la venida del tren que no vendrá.
Ahora, la sombra se incorpora y toma los
paquetes. Veo que la mujer recoge el último bolso y retoma la marcha. Mirada en
alto, hacia el tablero de luces apagadas, como si buscara respuestas -típico de
mujer. Luego, si es típicamente mujer, existe y su sombra es real, aunque
durante hora y media de espera, no haya registrado mi presencia. De hacerlo,
sabría que está en el lugar equivocado.
Sus pasos cortos cambian, van a destiempo
y sin ritmo, evidencian indefinición. Expresión humana más que convincente esto
de la incertidumbre e inseguridad (¿estará perdida?). No pregunta a nadie. Tal vez, ya sepa que a la hora del andén, nadie sabe
nada. Empiezo a confundir su presencia con el enjambre de zapatos repiqueteantes
de aquí para allá. El entorno podría tragarse hasta esta mujer que veo.
Múltiples “pancherías al paso” (¿todo
lo “para comer”?), van ocultándola. Y el resto: controles sin control -síndrome
de descontrol; los pacientes ciudadanos en máximo estrés despojados de su
paciencia (¿ya no tan controlables?); molinetes que dan acceso sin cobrar (¿Cómo
exigir pago para una muerte anunciada?). Y también, columnas y armazones de
hierro: fortalezas de un ayer ajeno a muchos…
Ella retorna la mirada al andén y recupero
su cabeza. ¿Qué mira? Intuyo en la actitud cierta “esperanza agregada”: que el
tren por fin se detenga de acuerdo con el tablero carente de indicaciones y luces…
Carente… (¿Símbolo de falta de luz y dígitos por estos rieles cotidianos del
desuso?). He aquí, buena dupla de indicio ciudadano: mantener la esperanza y
carecer. Yo, al menos, he recuperado la cabeza.
Conjeturo. Tal vez, no pretendía subir
al tren. Y la sombra de su cabeza antes ladeada, clara señal de ensoñación, ansiedad
o añoranza teñida de espera…o quizá, sólo
cansancio… Toda suposición, inútil. Como rieles “enyuyados”. Me apena no poder incluir
como evidencia real de su paso por la estación, estas emociones que presiento
en ella. Y me sorprendo de que aun no haya advertido que la sigo, no muy de cerca.
Alejándome del banco (así, sin mayúsculas),
quedaron expuestas mis pertenencias. Corro al andén y las cubro con los
cartones que registran mi propiedad hasta que nuevo aguacero los inutilice. Y vuelvo tras ella. Quiero hablarle, saber de
su estar en el andén, pero dada esta apariencia de tantos días (o meses o… que
importa) de ninguna otra vida más que un banco en desuso, no me prestará
atención.
Tal vez, ofrecerle ayuda con los
paquetes... Pero podría desconfiar, y no quiero asustarla… Quizá, encararla
para que sepa que la muerte de las vías hace más de tantos errores e
indiferencia… ¡No!... Enojada creería que me burlo y acusaría –con razón- mi
atrevimiento. De haberme visto en el banco, me reconocería… ¿Y si no me vio? Me
desconozco. Y pensar que me llamaban coleccionista de aventuras.
Apenas esa corrida al banco para no
perderla de vista y
No solía ser tímido. Y hoy, existo en
esta nueva condición de pasajero de un andén sin viajes, tornándose cada vez
más simio postergado. Levanto la vista (¿qué mas ver?). No veo, pero intuyo: la
estación, igual; la muchedumbre, igual; trenes, igual… Solo ella, no. Hace frío
y duele…mucho duele… Mis suposiciones, avasalladas como si un tren arremetiendo
de pronto contra la gente indefensa… Y ahí, en la masa “masificadora”, el nuevo
indicio, prueba irrefutable de existencia: la mujer de mis suposiciones ha desaparecido.
ElsaJaná.
Interesante forma de reflejar un paneo (que bien podría entenderse como cotidiano) entre la masa "masificadora" que pulula por el no lugar.
ResponderEliminarCómo ve la realidad, cómo nos ve a nosotros, los "existentes" ese hombre que no es visto por nadie? Tu mirada lo hace visible y lo rescata de nuestra ceguera.
ResponderEliminarUna aguda observación de lo cotidiano que traslada su vértigo al lector, Carlos Arturo Trinelli
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