AHOGOS
VENECIANOS
II
Los delicados y fríos tonos
de un Crucifijo del siglo XIV parecen ahogarse ante las ‘’Catorce Estaciones
del Viacrucis ’’ de Tiépolo. Allí estoy y sobrevivo al paso del tiempo, al
atropello humano, descarnado, a los colores tiernos y desfachatados de Venecia.
¿Sin Ti?
Parada en San Paolo, luego de verlo
sofisticadamente envuelto en su turbante de oros y amarillos, el Indú, me mira
con recelo. Parece recordarme cuando Murano, Lido, los ahogos de entonces, como
estos de una cruz que entregué hace un momento en manos de San Giácomo de
Rialto. La bocanada de aire puro llega al bajar las escalinatas para acceder a
su campo, donde el ‘’gobbo’’ atrapa mi
mirada, ese hombre fatal y arrodillado que la sostiene. Piedra de siglos, mito,
allí están juntos, escalinata y jorobado del Rialto, fe, esperanza de
misericordia en las velas encendidas al santo de la reconciliación.
¿Él me sigue o me persigue?
Rosas blancas,
inmaculadas, cuelgan sobre un
puente y se deshojan al roce de mis
manos ávidas buscando, entregando caricias. Sutil descubrimiento de la tersura
de esos pétalos, sensuales, aterciopelados. Me asfixio. Él me mira fijo ahora y
enfrenta. Nos mezclamos, nos buscamos entre los frutos del mercado, entre las
flores, sus perfumes. Tú, ¿ dónde estas?
Él, juega con su turbante, lo acaricia, Yo con los frutos. El espacio se ilumina con un sol abrazador,
las conversaciones musicalizadas, el
colorido coloquio de ese mundo matinal
al que nos sometemos, a sus sensaciones, sus delicias. Jugamos el juego
de la caricia y el olvido, de la lejanía
y el casual rencuentro luego de años, cuando su mirada fue una llave al candado
de mi angustia.
Entonces, Tú corrías puentes
desde mis manos, brotabas palabras desde los ojos autómatas, desprolijos de
incredulidad y miedo.
¿Él, dónde se gestaba, surgido de la
imaginación de quién, en qué ocultas miradas o palabras?
Otro campo, es San Polo de
imprevista austeridad ante los ojos. Me aquieto. Palacios que conservan con
orgullo su belleza, y allí, Él se acerca, ya no me mira con miedo, en sus manos
oscuras brilla un vaso rebosante de un líquido rojo, lo acerca a su boca, bebe,
sensual bebe, me mira luego y lo eleva en un brindis. En sus ojos no hay
desesperanza, desamparo, ni en los míos.
Ofrece con su mano una aceituna que bordeara el vaso, pasa y sigue, pasa y
quedan, su aroma, su no voz, su mirada serena de tierras delicadamente oscuras,
distantes.
Desde lejos, con la mano en
alto, Tú me reclamas. Otra vez el hueco
del que me rescatas, y salto.
Venecia, 27 de octubre 2013, Marta Comelli
Una crónica poética que resalta la magia del imaginario que todos llevamos dentro respecto de ese sitio. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarDos espacios, dos campos, dos descripciones de ensueño e interrogación. Vértigo, ascenso, descenso... Poesía en cada renglón. Un juego literario magnífico.
ResponderEliminarFelicitaciones, Marta y cariños.
MARITA RAGOZZA
Permitime despojar tu relato de toda evocación, nombres y descripciones, y encontrarlo aquí: "Entonces, Tú corrías puentes desde mis manos, brotabas palabras desde los ojos autómatas, desprolijos de incredulidad y miedo. ¿Él, dónde se gestaba, surgido de la imaginación de quién, en qué ocultas miradas o palabras?" En ellas, el collar de perlas: el amor, el vértigo y el puente para cruzar o quedarse en la contemplación. ElsaJaná.
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