QUIÉN LO IBA A PENSAR…
Le juro, pero que se mató, se mató. Así, no sé si de repente o fue poco a
poco, sólo le puedo decir que nadie, pero nadie iba a pensar que terminaría
como terminó.
Todos lo admirábamos un poco, fíjese que ser escritor y en esta ciudad.
Casi un héroe. O casi todos lo admirábamos, la verdad ahora que lo pienso es
que para algunos era un perdedor, un iluso. Para otros nada más que un tipo
pintoresco.
Tal vez empezó hace tiempo, cuando un día que lo fui a visitar estaba
charlando sentado al fresco, bajo el gran damasco del fondo. Hablaba muy
animado y en eso vi cómo caían damascos maduros. Le juro, caían y caían sobre
él, que seguía conversando con alguien que yo no pude ver. Cosa muy rara,
porque la fruta por más que esté madura no cae así, toda en una tarde. Pero los
damascos no paraban de caer. Cuando él estaba tapado por esa pila fragante
empezaron a llegar abejas, saludé nomás desde la galería y salí a la calle.
No, ya le dije que no pude ver con quién hablaba. Después salió publicado
ese cuento tan lindo sobre las abejas que llevaban néctar de los damascos a la
abuelita que hacía dulce y la planta que hablaba. No sé para qué se lo cuento,
usted lo debe haber leído.
Ahora le digo que susto grande me llevé cuando lo vi con unas gotas de
sangre en la camisa. En ese momento fue tal la impresión que no reparé en que
era una camisa cuello duro ni en que tenía un moño de seda desarmado
bamboleándose sobre el pecho. Aparte de las gotas rojas me llamó la atención
una larga pluma como de águila que esgrimía en el aire y una música que llenaba
toda la casa. Pero no tenía radio ni tocadiscos ahora que lo pienso. Le juro
que esa vez le grité… ¿Qué te pasó? Le dije mientras trataba de verle alguna
herida. “Nada – me dijo- estoy escribiendo palabras de amor, tal vez un poema o
tal vez no”. Me quedé parado sin saber qué hacer y él se trepó a la vieja
escalera de hierro haciendo ademanes, como dirigiendo la orquesta que ya no
tocaba, y tampoco tenía ya la pluma en la mano. La risa de un chico que pasaba en
bicicleta cortó todo, ni supe en qué momento desapareció dentro de la casa.
Después de publicado el libro de poesías lo vi más flaco…no sé, quizá
tendría que haber sospechado, estaba más pálido. Pensé alejarme pero no pude,
éramos muy amigos desde la infancia. Para colmo me dijo lleno de entusiasmo:
¡Ahora a meterme de cabeza a escribir una novela! ¡Será mi novela! Tendría que
haberlo acompañado más, pero le juro que nadie iba a pensar.
Aunque no, ahora creo que no, no se mató. Fue ese día que le preguntaron ¿Y
para qué sirve escribir? ¿Para qué leer tanto? Aunque no me acuerdo si lo
escuché o lo leí en su libro.
No señor, ahora por fin es el dueño inmortal de su propia novela, esa que
termina con un pobre tipo sentado con los ojos muy abiertos, evaporándose con
el humo el día que quemaron todos sus libros, los libros que él leía a lo largo
de la novela.
Recién ahora lo pienso y creo que por fin está todo bien.
Gerardo Penini
Imágenes y metáforas hacen disfrutar al lector de un paseo fantástico y de un final que nos participa y devela. Por fin está todo bien. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarUna narración envolvente donde le autor expresa la situación con dulzura y cierta dureza. SE adentra hacia la pregunta que nos suele invadir acerca del destino de las palabras.
ResponderEliminarExcelente. Felicitaciones.
MARITA RAGOZZA
El relator sueña al escritor? El personaje es su delirio? No lo se ni me importa porque este relato abre las puertas de mi imaginación y lo puedo seguir pensando durante mucho tiempo...Ester Mann
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Ud, Gerardo Penini. Ud. lo fue a pensar. Y nosotros degustamos de sus palabras y cuestionamientos. ElsaJaná.
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