sábado, 31 de agosto de 2013

Ester Mann


Historias de muñecas       

Por segunda vez en pocas semanas mis nietas me piden que les cuente algún recuerdo de la infancia.
Ya en la primera oportunidad la tarea se presentó muy difícil...Busco y rebusco sin encontrar nada que merezca ser contado. Sólo recuerdos tristes e incompletos: retazos de memorias que no estoy segura si son mías o son las evocaciones de anécdotas que me contaron a lo largo de los años.

Trato de recordar mi historia, repaso los cumpleaños, me veo sentada en el sofá-cama a los nueve o diez años, comiendo aceitunas y leyendo uno de los libros que había recibido de regalo; más atrás, a los siete u ocho años, el teatro de títeres al que me llevaron mis padres y el libro con figuras en relieve que reproducía obra representada en escena. Más atrás, a los tres años, cuando me regalaron un enorme muñeco de celuloide por la operación de las amígdalas....
Y así podría seguir...muchos sucesos, una sucesión de hechos exteriores en los cuales no consigo retomar el hilo afectivo que los une, que les da el aliento de vida.

Miro las fotos: una nena limpita, con tirabuzones que la mamá le hizo con mucho cuidado, vestidito blanco y almidonado, muy seria.... Otra, trencitas, vestido marinero, con papá y mamá, ¿seis años? No sonríe...
¿Qué pensaba, qué sentía esa nena que fui? Qué valor pueden tener esos presuntos recuerdos descoloridos, neutros...? ¿Son realmente mis recuerdos?

Esa linda nena debía pensar, sentir... Pero todo está olvidado, muerto, sepultado junto con esa infancia que debió ser feliz....

De pronto surge algo, un recuerdo verdadero y no la memoria de algo que me contaron: Nos veo en la calle,  mi papá,  mi mamá y yo caminando por las calles del barrio. Era verano y casi todos los días antes de la cena íbamos a dar una vuelta. Ese día pasamos por la juguetería de la calle Córdoba.

Era un local angosto con un mostrador pequeño; a lo largo de las paredes tenía estantes altos hasta el techo cubiertos de cajas multicolores y de juguetes: trenes, cochecitos, muñecas, instrumentos musicales. Había también muchos ordenados en el suelo: mesas con sus sillitas, pizarrones, utensilios de cocina. Todo de lata o madera, el plástico no existía (¿pueden imaginarlo? ¡El plástico no existía!!).
En el negocio había un aroma especial, distinto. Un olor a carpintería mezclado con pintura y polvo. Es que esos juguetes quedaban mucho tiempo en los estantes. No los cambiaban una vez por semana, eran juguetes para toda la vida, para los hijos y los nietos después. ¡Todos los utensilios y los trencitos de lata, los camiones y los trompos de madera y las muñecas de trapo podían durar hasta la eternidad!
Mamá y papá se pusieron a hablar con el dueño y enseguida ví la muñeca y la levanté.
-¡Eh! ¡Nena, dejá la muñeca, mirá que es de porcelana y se puede romper!
La voz del hombre me sobresaltó: se me cayó la muñeca… y se le rompió una pierna…¡qué susto! La levanté rápido y la estreché  como si quisiera ocultar la rotura con mis brazos. No me atreví a mirar a mis padres y me quedé con los ojos clavados en el piso.
Como desde una gran distancia escuché al dueño que discutía con mi mamá: - no, señora, yo pongo los juguetes donde me parece, ¡lo que pasa es que su hija es una atrevida y una  malcriada!
 El hombre le gritaba a mi mamá y mi mamá le contestaba también a los gritos. Ella aducía que una muñeca tan frágil debía estar en un sitio más alto y no al alcance de la mano de una nena de seis años. Por supuesto que los mejores argumentos no resolverían la situación y así lo debe haber entendido mi padre. Sacando la billetera del bolsillo de sus pantalones, preguntó –entonces, ¿cuánto cuesta una muñeca de porcelana rota?
En el camino a casa, mis padres siguieron imaginando lo que podrían haber dicho y lo que les podría haber contestado el dueño de la juguetería, pero yo no escuchaba. Sostenía con fuerza mi nueva muñeca y las dos ya estábamos inmersas en el juego.
Al día siguiente mi papá arregló la pierna de la muñeca, la rotura no se notaba. La vecina del departamento de al lado me cosió muchísimos vestidos para la muñeca, un extenso guardarropa que incluía un tapado, pantalones y soleros, y por varios años muchos juguetes quedaron arrumbados en un rincón: el bebote de celuloide con sus bombachones y su camisita, grande como un bebé verdadero, el pizarrón con el borrador hecho a mano por mi mamá –una tablita, forrada con varias capas de una vieja camiseta de mi padre-, y varias muñecas que se intercambiaban en mis juegos. Pero la mesita con sillas de madera y el juego de té recobraron su magia cuando jugaba a las visitas con mi muñeca de porcelana. Me veo entre brumas sentada en el patio, sola, frente a la mesita plegadiza de tablas blancas y verdes, las tacitas y platos del juego de té ya preparados, leyendo un libro en voz alta con mi muñeca en la falda. Esas eran mis horas íntimas de hija única que sabía jugar y entretenerse sola, sin necesitar a nadie. Pero cuando quiero llamar a mi muñeca por su nombre, quiero evocarme hablándole, no logro recordar qué nombre le puse y qué se hizo de ella cuando crecí.
Rememoro , ahora si, esas épocas de la niñez temprana en que aprendí a vivir y a no temer la soledad, a disfrutar de la compañía pero también de mí misma. La muñeca cuyo nombre no recuerdo fue mi mejor amiga, la que modelé y creé a mi gusto y voluntad. Por unos meses o años inventé un mundo adaptado a mi capricho, en el que fui feliz. Quién piense que ese mundo no existía se equivoca. La prueba es que aún hoy lo sigo evocando y puedo ver con claridad a la nena de las trencitas sonriéndole a la muñeca sin nombre.

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5 comentarios:

  1. Que tierno relato Nurit...te acuerdas que las muñecas de antes eran gorditas , ahora son anorexicas...Un abrazo!!!

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  2. Ameno recuerdo hecho relato en donde la protagonista vuelve a ser niña por un instante y consigue transmitir la inocencia de su cosmovisión, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  3. La diafanidad de la infancia, suele constar, para varios, un precio alto de desilusión y traición. La historia se reescribe, se corrige desde el amor, por eso son tan importante los abuelas en nuestra temprana edad.
    La historia nos remite a la evocación , a la nostalgia, y quisiéramos sentarnos alrededor de aquella mesa plegadiza en donde se plasmó el mundo feliz.
    Encantadora narración. Me remitió a mis horas infantiles y mis preferencias.
    Felicitaciones, Ester, y cariños.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Nurit-Ester: que importantes son los muñecos, o juguetes en general, que amamos con ternura e ingenuidad. Tu relato me trajo varias asociaciones de mi propia infancia. Me gusto mucho.
    Graciela
    PD: no se porque no puedo contestarte desde el correo (no me lo permite). Esas cosas inexplicables de Internet. No estuve en Jerusalem. Cuando pueda les escribo más extenso.
    Graciela

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  5. La infancia ese momento de la historia de un ser donde todo es más grande, más profundo, más difícil, inevitables las asociaciones a las propias infancias e inevitable no recordar la primera muñeca ''marilú'' tan deseada y tan difícil de lograr....'' fue mi mejor amiga, la que modelé y creé a mi gusto y voluntad. Por unos meses o años inventé un mundo adaptado a mi capricho, en el que fui feliz.'', poco más, poco menos algo similar a lo que nos pasó a muchas. Me gustó mucho. marta comelli

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