El último tren a Jujuy | |
En este país sólo un hombre que va para viejo puede recordar el tiempo aquel cuando pertenecíamos al Primer Mundo. En estas crueles provincias, según se sabe, hay atavismos rebeldes: la gente tarda un tiempo cultural considerable en olvidar el discurso de los políticos y de allí que los sociólogos y otros maestros tiendan a considerarnos como pertenecientes a franjas conservadoras o reacias al cambio. Cuando yo era niño, significaba una prenda de orgullo saber que esta nación era la primera, en Sudamérica, por la extensión de sus líneas ferroviarias. Ahora estamos viendo pasar, en esta tarde y en la polvorosa aldea, quizá los penúltimos trenes antes de que desaparezcan como desaparecieron las recuas de asnos y de mulas cargadas con bienes y enseres para el trueque. O las tropas indigentes de las últimas guerras de En algunas de nuestras casas, decadentes, aún se guardan papeles, cartas, memorias descriptivas, pero sería imposible avivar en estos días aquella polémica absurda de tan muerta: cuando el general Mitre, valetudinario santón de Mi maestro en Yala repetía y nos hacía copiar: en 1870, Entre esos principios transcurrió mi infancia, alimentada por lo grueso del discurso político de entonces, que proclamaba que la voluntad nacional de un país se mide por la eficacia de sus transportes y comunicaciones, por la voluntad integradora de todas las regiones que componen Ahora, en estos días, desde mi casa no muy lejana de las vías ferroviarias hace un siglo trazadas y trajinadas, rumbo a Bolivia, escucho un tren que pasa y pienso que será uno de los últimos. La posmodernidad ha llegado también a estas tierras. Atravieso el flaco bosque de eucaliptos que separa el confín de mi casa y los predios ferroviarios y en el borde me quedo, junto al gaucho Demetrio Hernández, recientemente fallecido y cuya inverosímil historia podría contar en otro capítulo. Es el atardecer, casi noche, y el tren arrastra una decena de vagones semiiluminados, lleno de indígenas trashumantes rumbo a la frontera. Yo no digo nada. El gaucho Hernández dice, sólo por decir: "Se para para nada, ya ni siquiera toma agua, como antes". Yo digo entonces, sólo para que no dure el silencio: "Dicen que ya no pasará". El me mira. "Por el progreso del Primer Mundo", digo. Y él dice: "He oído hablar de eso". "¿El progreso significa la muerte, don Hernández?", pregunto yo. Y él, cuando el último tren arranca, dice: "No. No significa nada". | |
de Tierras de frontera, Alfaguara, 2000 | |
sábado, 8 de octubre de 2011
HÉCTOR TIZÓN
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Héctor Tizón siempre me emociona , esta vez no ha sido la excepción . Gracias por traerlo.
ResponderEliminaramelia
Con sobriedad, bien lejos de cualquier pintoresquismo, Tizón es el paisaje, la voz del norte. Gracias
ResponderEliminarCristina
Tizón escribe desde una realidad provinciana, la cual , a todos los que vivimos en el interior argentino, nos sentimos identificados.
ResponderEliminarPero es literatura que trasciende y desenmascara las contradicciones sociales.
Un lujo leerlo en Artesanías.
MARITA RAGOZZA
Le alcanzó con unos pocos párrafos para trazar un cuadro de situación con una mirada inteligente de la realidad, C.A.T.
ResponderEliminarToda demora en el tiempo trae una historia añeja que escueta habla de de ubicación y el significado rico de su nada. Como si el tiempo no le quitara nada de su valor.
ResponderEliminarCelmiro Koryto