jueves, 21 de febrero de 2013

Miguel Ábalos



Siempre se puede

Corrían bajo una lluvia persistente que no daba tregua, chapoteando en el agua que se escurría calle abajo. Ester vestía un impermeable un poco gastado, su pelo largo mojado caía verticalmente sobre sus hombros empapados. Fabio la sujetaba de la mano para evitar que resbalara, se había hecho de noche y la calle estaba oscura.
Al llegar a la casita tan bonita que habían alquilado en Malvín, a dos cuadras de la playa, comenzaría para los dos una nueva vida. Ya no eran jóvenes, él tenía cuarenta y dos y ella cuarenta. Habían acordado vivir juntos, una de las más antiguas aventuras del hombre en busca de la felicidad.
A partir de esa noche se amaron sin egoísmo, como si el mundo estuviera cerca del final.  Cuando se vive así, con la alegría que da el único sentimiento que es capaz de sostener este mundo tan duro, inexorablemente el tiempo va pasando más rápido.
Pero el hombre es depredador por naturaleza, y poco a poco, con el correr del tiempo, de aquellos sueños y esperanzas fueron quedando jirones. Y la responsable no fue la convivencia... cuando el amor es auténtico, el paso de los años no puede matarlo.
Disfrutar de lo que hay en común, ser complaciente en lo antagónico, y por sobre todas las cosas mantener el equilibrio, todo debe darse de ambos lados. No es bueno esperar mucho del otro dándole menos de lo que se es capaz.
Ester lo amaba mucho, pero no de la forma más sana sino con celos enfermizos, producto de su inseguridad,  y buena dosis de egoísmo. Fabio se sentía ahogado. Ella estaba convencida que Fabio era parte de su patrimonio, lo quería como al auto, a la ropa u otro objeto propio. Como lo sabía muy enamorado, daba por descontado que jamás la abandonaría.
Él, al pretender evitar discusiones, a veces daba muestras de sumisión y estaba creando en Ester el convencimiento de su dominio absoluto, de su control total.
A esa altura, Fabio había perdido la autonomía de sus actos y hasta el más importante de los valores que tiene el hombre: la libertad mental. Se sentía preso, y sin duda, los grilletes que sujetaban su cuerpo y su mente, no eran más que el amor que sentía por ella. Sólo él podía romper sus cadenas, pero empujaba los días con la esperanza de que las cosas cambiaran y volvieran a ser como al comienzo... mutilados sueños de enamorado. Cuando el amor se equivoca y toma rumbos inadecuados para un sentimiento tan puro, ya está a punto de morir. Y el momento de su muerte depende únicamente de cuánto el otro se aprecie para lograr su salvación.
A Fabio le quedaba algo de resto, y de ahí se aferró para salir a la superficie. Lentamente se fue autoconvenciendo de que estaba en el camino equivocado, que el destino le jugaba una mala pasada y lo estaba poniendo a prueba. Su instinto de conservación le decía que debía escapar de esa trampa y salvar el poco vestigio de dignidad que aún le quedaba.
―Qué temprano te levantaste  ―dijo Ester―  y ya estás pronto para salir.
―No tenía sueño  ―contestó Fabio―.
―Sí, noté que dormiste poco, ¿se puede saber en qué andás?
―Está todo bien.
―¿Eso es todo?... algo te está pasando, contame, soy tu mujer y tengo que saber... ayer te llamé por teléfono al trabajo y no estabas, ¿dónde te habías metido?
―Habría ido al baño, no sé... estaría en otra oficina...
―Siempre el mismo pretexto, ¿vos pensás que soy idiota?, vos tenés otra mujer, pero cuando lo descubra... lo vas a pasar muy mal, vos no sabés con quién te metés.
―¿Qué pasó con la mujer que conocí hace diez años?, la que lloraba de amor en mis brazos, ¿era todo una farsa?
―¿A qué viene eso?
―Viene a que en estos últimos años ¡te has convertido en un ser insoportable...!
―Si vos creés que te vas a separar de mí estás muy equivocado.
―Qué, ¿me compraste?, ¿soy de tu propiedad?
―No te compré, pero me pertenecés.
―¿Estás segura?    
―Por supuesto, te conozco muy bien, me querés mucho y jamás te irías de mi lado.
―Lo que yo creo es que me subestimaste porque sabés que te quiero. 

Fabio la miró muy fijo a los ojos con una mirada que Ester no reconoció.
―Pero te equivocaste, esto se termina hoy  ―prosiguió―  no es posible que me sigas acechando, vigilando, controlando. Tampoco que me reproches lo que hago y lo que no hago. O me acuses injustamente de cosas que soy incapaz de hacer. Estoy cansado de tu desconfianza enfermiza. Andá a tratarte si querés, o quedate con tu locura... pero no quiero enloquecer contigo, ya esperé más que suficiente para que te dieras cuenta que así no quiero vivir. Quedate con tu obsesión, es toda tuya, no voy a participar más de ella.
Ester no podía creer lo que escuchaba, sintió que Fabio se había transformado en un hombre totalmente desconocido para ella.  Pero él continuaba.
―Renuncio a vos porque ya no es posible vivir a tu lado. Me estoy desprendiendo de sueños y fantasías que jamás se harán realidad. Renuncio a vos como un niño pobre a un juguete. Renuncio a vos porque en algún momento de la vida renunciamos a lo que queremos. Estoy en paz conmigo, he ganado mi autoestima y he recobrado mi libertad total. Viví más preso que los condenados a cadena perpetua, porque ellos están presos sólo físicamente y yo lo estuve mentalmente también. Ahora, cuando me vaya, ya no tendrás paz. Vas a llorar el juguete perdido, aquél que sentías más tuyo que vos misma. Me vas a ver revoloteando a tu alrededor sin tenerme. Posiblemente llorarás sin saber por qué. Te sentirás vacía, impotente ante tanta soledad. Buscarás mi silueta en la ciudad. Me verás en cualquier hombre y sólo al acercarte te convencerás que no soy yo  ―se levantó y abrió la puerta―.  ¡Hasta nunca!
―Y... tus… cosas  ―preguntó Ester desconcertada―,  ¿no te las llevás?
―Me llevo lo más maravilloso que tiene el hombre en este mundo y que nadie le puede quitar sin matarlo: la libertad mental.

Miguel Ábalos

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