Siempre se puede
Corrían bajo
una lluvia persistente que no daba tregua, chapoteando en el agua que se
escurría calle abajo. Ester vestía un impermeable un poco gastado, su pelo
largo mojado caía verticalmente sobre sus hombros empapados. Fabio la sujetaba
de la mano para evitar que resbalara, se había hecho de noche y la calle estaba
oscura.
Al llegar a la
casita tan bonita que habían alquilado en Malvín, a dos cuadras de la playa,
comenzaría para los dos una nueva vida. Ya no eran jóvenes, él tenía cuarenta y
dos y ella cuarenta. Habían acordado vivir juntos, una de las más antiguas
aventuras del hombre en busca de la felicidad.
A partir de esa
noche se amaron sin egoísmo, como si el mundo estuviera cerca del final. Cuando se vive así, con la alegría que da el
único sentimiento que es capaz de sostener este mundo tan duro, inexorablemente
el tiempo va pasando más rápido.
Pero el hombre
es depredador por naturaleza, y poco a poco, con el correr del tiempo, de
aquellos sueños y esperanzas fueron quedando jirones. Y la responsable no fue
la convivencia... cuando el amor es auténtico, el paso de los años no puede
matarlo.
Disfrutar de lo
que hay en común, ser complaciente en lo antagónico, y por sobre todas las
cosas mantener el equilibrio, todo debe darse de ambos lados. No es bueno
esperar mucho del otro dándole menos de lo que se es capaz.
Ester lo amaba
mucho, pero no de la forma más sana sino con celos enfermizos, producto de su
inseguridad, y buena dosis de egoísmo.
Fabio se sentía ahogado. Ella estaba convencida que Fabio era parte de su
patrimonio, lo quería como al auto, a la ropa u otro objeto propio. Como lo
sabía muy enamorado, daba por descontado que jamás la abandonaría.
Él, al
pretender evitar discusiones, a veces daba muestras de sumisión y estaba
creando en Ester el convencimiento de su dominio absoluto, de su control total.
A esa altura,
Fabio había perdido la autonomía de sus actos y hasta el más importante de los
valores que tiene el hombre: la libertad mental. Se sentía preso, y sin duda,
los grilletes que sujetaban su cuerpo y su mente, no eran más que el amor que
sentía por ella. Sólo él podía romper sus cadenas, pero empujaba los días con
la esperanza de que las cosas cambiaran y volvieran a ser como al comienzo...
mutilados sueños de enamorado. Cuando el amor se equivoca y toma rumbos
inadecuados para un sentimiento tan puro, ya está a punto de morir. Y el
momento de su muerte depende únicamente de cuánto el otro se aprecie para
lograr su salvación.
A Fabio le
quedaba algo de resto, y de ahí se aferró para salir a la superficie.
Lentamente se fue autoconvenciendo de que estaba en el camino equivocado, que
el destino le jugaba una mala pasada y lo estaba poniendo a prueba. Su instinto
de conservación le decía que debía escapar de esa trampa y salvar el poco
vestigio de dignidad que aún le quedaba.
―Qué temprano
te levantaste ―dijo Ester― y ya estás pronto para salir.
―No tenía
sueño ―contestó Fabio―.
―Sí, noté que
dormiste poco, ¿se puede saber en qué andás?
―Está todo
bien.
―¿Eso es
todo?... algo te está pasando, contame, soy tu mujer y tengo que saber... ayer
te llamé por teléfono al trabajo y no estabas, ¿dónde te habías metido?
―Habría ido al
baño, no sé... estaría en otra oficina...
―Siempre el
mismo pretexto, ¿vos pensás que soy idiota?, vos tenés otra mujer, pero cuando
lo descubra... lo vas a pasar muy mal, vos no sabés con quién te metés.
―¿Qué pasó con
la mujer que conocí hace diez años?, la que lloraba de amor en mis brazos, ¿era
todo una farsa?
―¿A qué viene
eso?
―Viene a que en
estos últimos años ¡te has convertido en un ser insoportable...!
―Si vos creés
que te vas a separar de mí estás muy equivocado.
―Qué, ¿me
compraste?, ¿soy de tu propiedad?
―No te compré,
pero me pertenecés.
―¿Estás segura?
―Por supuesto,
te conozco muy bien, me querés mucho y jamás te irías de mi lado.
―Lo que yo creo
es que me subestimaste porque sabés que te quiero.
Fabio la miró
muy fijo a los ojos con una mirada que Ester no reconoció.
―Pero te
equivocaste, esto se termina hoy
―prosiguió― no es posible que me
sigas acechando, vigilando, controlando. Tampoco que me reproches lo que hago y
lo que no hago. O me acuses injustamente de cosas que soy incapaz de hacer.
Estoy cansado de tu desconfianza enfermiza. Andá a tratarte si querés, o
quedate con tu locura... pero no quiero enloquecer contigo, ya esperé más que
suficiente para que te dieras cuenta que así no quiero vivir. Quedate con tu
obsesión, es toda tuya, no voy a participar más de ella.
Ester no podía
creer lo que escuchaba, sintió que Fabio se había transformado en un hombre
totalmente desconocido para ella. Pero
él continuaba.
―Renuncio a vos
porque ya no es posible vivir a tu lado. Me estoy desprendiendo de sueños y
fantasías que jamás se harán realidad. Renuncio a vos como un niño pobre a un
juguete. Renuncio a vos porque en algún momento de la vida renunciamos a lo que
queremos. Estoy en paz conmigo, he ganado mi autoestima y he recobrado mi
libertad total. Viví más preso que los condenados a cadena perpetua, porque
ellos están presos sólo físicamente y yo lo estuve mentalmente también. Ahora,
cuando me vaya, ya no tendrás paz. Vas a llorar el juguete perdido, aquél que
sentías más tuyo que vos misma. Me vas a ver revoloteando a tu alrededor sin
tenerme. Posiblemente llorarás sin saber por qué. Te sentirás vacía, impotente
ante tanta soledad. Buscarás mi silueta en la ciudad. Me verás en cualquier
hombre y sólo al acercarte te convencerás que no soy yo ―se levantó y abrió la puerta―. ¡Hasta nunca!
―Y... tus…
cosas ―preguntó Ester
desconcertada―, ¿no te las llevás?
―Me llevo lo
más maravilloso que tiene el hombre en este mundo y que nadie le puede quitar
sin matarlo: la libertad mental.
Miguel Ábalos
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