El jinete
Apuró al animal, le clavó las espuelas sin odio pero con
premura…Debía llegar antes que el tren. Si no llegaba a tiempo todo estaría
perdido, nada valdría ya la pena., no le importaba el peligro de que el tren lo
atropelle . Si eso ocurriera Agustín se tiraría del bayo para que por lo menos
él siguiera corriendo y se salvara.
Más rápido, más rápido, ya avistaba la curva y el reflejo
relumbrante de las vías, oía el ruido pero aún no se veía el tren. Tenía unos
pocos segundos, debía llegar con tiempo
para hacerlo frenar. Si alcanzaba a llegar valdría la pena vivir, vivir una
vida distinta, sería otra vida con la Mariela.
Sabía que ella sentía lo mismo que él, que se iba obligada,
sin querer, sin saber que él tendría el valor de buscarla, de pelearla, de
quererla…
Dos veces nomás la vió…Pero toda su vida la intuyó,
aparecía en sus sueños, la carita con esa sonrisa entre inocente y pícara…Por
eso nunca quiso que las mujeres del pueblo lo enredaran: él se guardaba para la
que vendría. Cuando la vió por primera vez a través de la vidriera de la
peluquería, quedó congelado en el movimiento, parado con un pie en el aire,
como si fuera víctima de un hechizo. Ella lo miró y le brindó la primera
sonrisa. Le costó arrancar pero al final siguió caminando, como entre sueños
llegó a la panadería y siguió descargando las bolsas de harina…
La segunda vez, el sábado a la noche, ayer, en el baile.
No se atrevió a sacarla, sólo la miraba y, en cierto momento, cuando se
cruzaron sus ojos, ella le sonrió otra vez. Fue demasiado para él, se dio la
vuelta y volvió para la casa aunque eran sólo las diez de la noche. Pero
Agustín vio que la carita de ella se iluminó cuando lo vió y eso lo convenció
de ir a verla al día siguiente.
Esa misma noche le contó a la madre, ella se puso sería,
y mientras seguía tejiendo, sin mirarlo a los ojos, le dijo que se estaba
metiendo en un lío, que se sacara esas pavadas de la cabeza. El no la escuchó
ni le confesó que nunca había hablado con la Mariela , que fueron sólo dos sonrisas y su
corazón quedó cautivo.
Ahora no había que pensar, solo galopar y galopar hasta
la curva. Ahí Agustín se bajaría del caballo y se pararía frente al tren que
iría frenando. En ese lugar Mariela bajaría, él la ayudaría con los bultos, se
montarían en el bayo y comenzaría otra vida para los dos.
Llegó al sitio preciso, ató el caballo en unos pastos y
se plantó en el centro de las vías, el ruido era ahora atronador, más parecido
al bramido de un animal monstruoso que al ruido de las ruedas sobre los rieles.
El corazón le latía tan atronador como el sonido del tren y de pronto lo vió.
Una boca inmensa de la que salían enormes llamas, un rugido terrible que lo
inmovilizó, el dragón se acercaba a grandes saltos, hasta que ya
fue tarde y Agustín quedó atrapado por ese agujero
caliente que lo devoró de un solo bocado.*
*El final
pretende ser una paráfrasis del cuento
"Dragón" de Ray Bradbury
Ay Nurit !! Yo , romántica incurable esperaba otro final!
ResponderEliminarMuy bueno y con mucho vértigo!
Siempre es un placer leerte Ester. Excelente.
ResponderEliminarLily Chavez
Un breve relato dentro de la tradición del género fantástico. Cumple su cometido con breves pinceladas, donde lo narrado se convierte en un final imprevisto y metafórico.
ResponderEliminarRoberto
En el relato queda de manifiesto que cuando el amor se va es imposible detenerlo por más valentía que se tenga, inteligente el juego con el final, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEl final en sí, tan fuerte y atropellador, sumerge al lector en una especie de excitación -queriendo tomar parte de algún modo, ya por el rescate o por el despertar de un sueño-. Excitación de la que uno ya no puede bajarse. Cautivante y sometedor como el secreto que invita a entrar y no da pistas del camino. Final excelente. Diría que en realidad, el final es un cuento en sí mismo que puede contarse por sí solo. Abrazo, Nurit. Gusto en leerte y saludarte. ElsaJaná.
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