"Sherlok" Almog |
Juligan’s a la vista (primera parte)
1
En la puerta exterior una placa, en su tiempo fue de bronce pulido, que hacía saber a los hipotéticos clientes el nombre y la profesión del ocupante de la oficina: Avigdor Almog – Agencia de Investigaciones. Una antigua vocación y una reciente decisión lo llevaron a alquilar la oficina en la calle Ajad Ham de Rejovot en un edificio húmedo, lúgubre, de escaleras estrechas y rasposas, con paredes descascaradas de un color anónimo.
Despedido de la empresa “Security Alliance SRL”, en la que se aburrió durante más de una década en la lidia con autos supuestamente robados, o choques falsos, y descubrir la cantidad exacta de joyas robadas a marroquís fallutas, decidió concretar el sueño de su niñez: dedicarse a la investigación privada, ser un investigador ocupado en sonados casos de robos y chantajes. Alquiló una oficina en la que fue la ciudad de los cítricos, a una cuadra de la calle principal, Hertzel, y a 150 metros de la estación de polícia.
El calor parecía suspendido de la calina húmeda que flotaba sobre Rejovot y sus alrededores. Era a fines de julio, escasa gente caminaba por Hertzel st., y pocos autos, sobrevivientes del gran éxodo veraniego de los israelíes, circulaban por Ajad Ham. El ventilador enano echaba un aire cálido que lo llevó a una conclusión: debía emplearlo en los días de invierno para climatizar la oficina.
Una mosca acrobática buscaba la salida, mientras él disfrutaba de ese espectáculo gratuito y silencioso. La mampara de vidrio veteado de la pequeña oficina separaba su cubil de la salita de espera, en la cual cuatro sillas plásticas de color verde reposaban cubiertas por un fino polvillo invisible. Ningún cliente le había brindado a las flamantes sillas el honor de estrenarlas.
Retomaba con frecuencia los recuerdos infantiles de Buenos Aires: no tenía nada más útil para hacer. En aquellos lejanos días envidiaba a Tinker, el ayudante de Sexton Blake. Recobró las lecturas por monedas de aquellas novelitas con ilustraciones en colores: cadáveres en callejones, las descripciones de Londres con sus autos de los años treinta, las calles del Soho, los inspectores imbéciles de Scotland Yard y las deducciones geniales del gran detective, que poseían el magnético encanto de arrastrarlo hasta el quiosco de barrio que revendía las novelitas de Sexton Blake. Pero esos recuerdos impalpables y cubiertos de polvo sólo le sirvieron para transcurrir, junto con el tiempo, papando moscas.
2
Dos semanas llevaba sentado sobre el sillón giratorio cuya tela algo descolorida era de tono entre marrón terroso y verde moho, y diminutas cagadas de moscas. El teléfono había sonado ese día un par de veces: se trataba de la misma mujer con acento a ajo preguntando por Shasha el pintor. Aún no había perdido las esperanzas aunque la mitad del alquiler había engrosado las arcas de “Anglo Saxo” sin darle ningún beneficio.
Era cerca de la una del mediodía y se disponía a ir a almorzar cuando una sombra se proyectó sobre la mampara. Dos golpes secos, tímidos, interrumpieron la danza acrobática del insecto díptero generándole una pasajera sensación de euforia. La imagen parada sobre el dintel le contempló, con los lentes calados sobre la nariz de pájaro. Ésta respiraba con el mismo esfuerzo que un émbolo oxidado. Luego hizo un saludo que pareció más un quejido, introdujo su sombra en la oficina y se sentó con una reverencia de viejo payaso de circo.
–¿Señor Almog? Mi nombre es Jacobo Meltz, soy el dueño del negocito del mercado municipal que está frente al puesto de falafel (bolitas de harina de garbanzios fritas).
–Lo conozco, señor Meltz, ¿usted no juega a veces al dominó en Pinatí? Además, cuando yo era un muchacho usted me pedía que le haga mandados... ¿no se acuerda de mí?
Lo miró en silencio. No le aclaró que conocía sus turbios negocios de prestamista. Le preguntó qué lo había traído por la oficina, cuál era su problema. Un suspiro en idish (oi vei) le hizo acordar a los paisanos de su viejo en Buenos Aires. Abrió y cerró los brazos, apoyó los codos sobre el escritorio, le mostró el número tatuado en el brazo, volvió a suspirar y susurró suavemente:
–Veo que usted es de esta ciudad… ¿Escuchó hablar de Itzik el Georgiano? Ese es mi problema, señor Almog.
Miró al viejo y le preguntó:
–¿Fue a prestarle dólares para una operación de muchos ceros, don Meltz? Itzik lo trató mal, se quedó con una parte de su efectivo y no lo dejó hablar... ¿Verdad?
–No tengo dólares para cambiar: con mi negocio de compra y venta de cosas usadas apenas si saco para los gastos del local y para comer todos los días un falafel en el quiosco de Amsalem.
Las lamentaciones de mi interlocutor no lo conmovieron. Itzik Seloshvilli, el Georgiano, era un personaje morrudo y bajo, de anchas espaldas y piernas notoriamente cortas para su físico, cabello negro y corto, siempre de mal talante. Se dedicaba a cambiar dólares en el mercado negro, en la esquina de Iacob y Hertzel en el centro de Rejovot. También el viejo Meltz cambiaba dólares, e incluso prestaba dinero con altos intereses, pero la mención del Georgiano llamó su atención. Avigdor, pensó, ¡en qué quilombo te vas a meter!
–¿Cuál es su problema entonces, don Meltz?
–Desde hace dos meses Itzik viene a mi negocio y me dice que debo pagarle mil sheqel por mes para proteger mi negocio. Yo me negué: ayer vino a la mañana pegó un golpe sobre el mostrador de vidrio y lo rompió. “Este es el desayuno, viejo: la próxima vez si no pagás te voy a romper la cabeza” y dicho esto me sacó los lentes, se puso un guante de trabajo que uso cuando arreglo las máquinas de picar carne, agarró los anteojos y apretó su mano… Escuché el crac de los vidrios… los pulverizó, señor Almog – dijo medio sollozando.
–Tranquilícese, don Meltz –Aguardó un momento y le preguntó:
–¿Usted es el único al que Itzik le exige dinero, o conoce otros casos?
–También al religioso del bazar y a dos puesteros de verdura y fruta que están en la salida trasera del mercado municipal.
–¿Porqué no va a la policía, don Meltz? Lo que hace el Georgiano va contra la ley.
–¿Usted me está cachando, señor Almog? Fui a la estación de policía, hablé con Kobi Sharabani, ese oficial yemenita más feo que Frankestein: me tomó el pelo. ¿Sabe lo que me dijo?: “Escúcheme, viejo, hay que ayudar a los jóvenes que quieren abrirse camino en la vida; para usted mil shequel son una bicoca. Le recomiendo no hacer la denuncia porque ese georgiano la próxima vez no le va romper los anteojos –dejó sus palabras en suspenso el desgraciado…–; la próxima le va a quemar el negocito. Es una lástima, créame, usted saca el puchero, no le falta nada. Páguele, hágame caso.”.
Quiero hablar con el jefe,le dije enojado; me dijo que estaba ocupado. Insistí. Entonces puso cara de criminal y me gritó: Usted parece que no entiende viejo, se lo voy a decir de otra manera: ¡pague la contribución y mándese mudar antes que lo haga echar.
–Escúcheme bien, Meltz: su historia no me suena completa. Es muy guasa, como si le faltasen algunos datos. Usted, el Georgiano, Mordejai, Jaimito el brasileño y los otros se dedican al cambio de dólares. Por eso necesito saber por qué de pronto un colega suyo viene a amenazarlo… No me convence su cuento, Meltz.
–Ayúdeme señor Almog, créame, yo le voy a pagar con una máquina de picar carne casi nueva, y le voy a dar ahora algo de plata, pero no quiero perder mi negocio: este georgiano me lo va a quemar –dijo mientras le alargaba ciento cincuenta shkalim mugrientos y enrrollados–. No es un crimen comprar y vender verdes: ¿el banco puede hacer negocios? Nosotros no cobramos comisión, ¿qué hay de malo?
–Voy a ver lo que puedo hacer. No le prometo nada; ahora vaya a su negocio y quédese tranquilo.
La sombra de Meltz volvió a cruzar la puerta del refugio de Avigdor, atravesó la salita con las cuatro sillas verdes anegadas por el polvo y se perdió entre las escaleras gastadas por tantas huellas tediosas, planas y chuecas.
En dos palabras, masculló: un trabajo de mierda a cambio de una máquina de picar carne que de seguro voy a donar a un asilo de ancianos o a una fábrica de alimentos para gatos. Lo que no le dije a Meltz es que la picadora la voy a tomar como regalo, pero que me tendrá que pagar con verdes apilados uno sobre otro…
3
Mientras almorzaba en el boliche del iraqui de la calle Iacob, pensó: Justo tuve que ligar como primer laburo al georgiano matón. Terminó el vaso de tinto y pidió la cuenta. En el interín elaboró los que iban a ser sus primeros pasos en la investigación. Había escuchado algunas historias sobre el georgiano Itzik. Incluso fue vecino de algunos de sus paisanos pero el tema de la protección era nuevo ... Y la primera conclusión a la que llegó era que estas actividades no eran esporádicas. Siempre hay alguien, o algunos, que planean la extorsión, compran el silencio de la policía y de personajes inescrupulosos que medran en la burocracia municipal.
Regresó a la oficina empapado por la saludable humedad de la planicie. Abrió la puerta de la oficina, sacó de la heladerita la botella de agua helada, mojó su cabeza: la satisfacción que le produjo fue como la de un orgasmo de a pie en un zaguán oscuro. Sacó un suplemento del HARETZ y se puso a leer. Olvidó por algunos minutos al viejo Meltz, al georgiano juligan y a la protection…
Se hicieron las cinco de la tarde, el calor apretaba, chorros de agua le caían desde el cuello y recorrían los recovecos de su espalda. De pronto sonó el teléfono y una voz vodkosa, sin ningún preámbulo anunció: Escucháme, aprendiz de Sam Spade, el último infeliz que metió sus puercas narices en asuntos que no son de su incumbencia amaneció en un baldío de Oshiot con el cogote afeitado. Cuidáte y no te metas a defensor de viejos prestamistas. Colgó el auricular con la misma delicadeza que un avión cruza la barrera del sonido. No le causó gracia pero entendió que debía comenzar a moverse.
Cerró la oficina y se fue caminando hasta la estación de policía. Preguntó en el mostrador quién era el oficial de guardia: se trataba de Dany Shvartz, un poli conocido con quien conversaba en el pasado en la oficina de “Security Alliance”. Se acercó al cuartucho del inspector, la puerta abierta le dejó ver un cubo antiguo, una estantería metálica y un archivero abierto con carpetas alineadas en fila, una maceta cuya planta estaba reseca, una foto de Sharón y un mapa de Rejovot sobre una pared sucia y triste. La escuálida decoración de la oficinita de guardia constaba de un escritorio de madera de la época del mandato inglés, reluciente de mugre, un cenicero en el que supuraban puchos y envoltorios de chicles, y un teléfono de los tiempos de Graham Bell. Detrás de tanta prolijidad permanecía tieso y ausente el poli Dany Shvartz.
–Puedo hablar con vos un par de palabras, Dany, o estás muy ocupado…
–Estoy contando la cantidad de sueldos que voy a cobrar en la policía hasta el día que me jubile, pero si tenés algo interesante para desaburrirme estoy dispuesto a escucharte –sugirió.
–¿Conocés a Itzik el Georgiano, verdad? Quiero preguntarte algunas cosas sobre él.
–Lo conozco muy bien. De qué se trata…
–Este matón fue a apretar a un viejo comerciante del mercado municipal… a protegerlo mejor dicho. El viejo se negó y entonces le rompió el mostrador e hizo de sus lentes un cabab de vidrio.
–Avigdor… dejá el asunto, hacéme caso.
–No es posible que ocurran estas cosas, Dany: hay que cortarlo antes de que se extienda como una peste. Vos sos de la poli y no me podés pedir que me haga el burro. –Puso su más expresiva jeta de boludo.
–Avigdor, te lo voy a decir de otra manera: recibo un sueldo de mierda pero es lo único que tengo, con eso mantengo a mi mujer y mis tres hijos. Trabajo a veces hasta doce horas por día, incluidos viernes y sábados, salgo de patrulla para enfrentar a la resaca que envenena a esta ciudad: mafiosos, ladrones de autos, traficantes de drogas, falopeados que golpean a gente vieja hasta matarla. y todo por cinco mil shequel al mes. El ciudadano común duerme arropado en su cama con acondicionador de aire, la televisión extra chata y la cena calentita, no la pizza recalentada o los sánguches y burecas de Samy que engullo generalmente de parado, o mientras recorro las calles oscuras con delincuentes acechando en las alcantarillas de la ciudad. En este negocio de la protección están metidos tipos de fuste, y yo no me voy a jugar el trabajo y la vida: no tengo opciones más interesantes ni me interesan, porque no existen. Lo siento, Avigdor, y escuchá mi consejo, dedicate a maridos o mujeres infieles, a la búsqueda de pibas o adolescentes que se escapan de sus casas, a robos miserables de mujeres más miserables aún, que hacen la limpieza y cuyas patronas no quieren denunciarlas a la policía por que no les pagan los beneficios sociales.
–Yo no tengo sueldo ni patrones, tomé un trabajo y voy a romperme el lomo para ganar mi puchero y servir a mi cliente mientras su propuesta sea legal y no contradiga la ley: no me interesan las coimas y los arreglos. Lo lamento por vos, Dany, debo reconocer que lo que me has dicho es cierto, aunque a mí no me obliga. Gracias de todos modos: te dejo una tarjeta con mi teléfono por si cambiás de parecer, tengo mi oficina muy cerca de aquí. Eso sí, no pienso abandonar el asunto. Adiós; y gracias.
Salió de la comisería con una sensación de bronca. La yuta israelí, como todas, está anegada de corrupción, coimas y ceguera premeditada. Con respecto a Dany, aún no se había formado una opinión acabada…
4
Decidió terminar temprano su trabajo. Volvió a su departamento en el sexto piso de la calle Ajad Haam, en el edificio más alto del barrio. Salió del ascensor, abrió la puerta y se tiró sobre la cama luego de sacarse la ropa empapapada de sudor Comenzó a trazar planes para continuar la investigación pero decidió cenar en la casa, tomar un vaso de vodka con hielo y jugo de pomelo, mirar el informativo de la televisión comentado por el idiota de Jaim Iavin, ver alguna serie e irse a dormir.
Sonó el teléfono: se trataba de Shlomi, el redactor del semanario local que le preguntó si era cierto que buscaba información sobre Itzik el Georgiano. Se citaron en un bar a las ocho de la mañana…
“¿De dónde le vino el soplo a éste?”, masculló. O fue el boludo de Meltz, supuso, o una batida confidencial de Dany por alguna ventajita.
Se ducho y preparó unos huevos revueltos mezclados con trozos de fiambre ahumado, aceitunas y cebolla cruda que le dejó un aliento tan fresco como una cloaca tapada. Prendió la TV justo cuando Iavin informaba sobre un ajuste de cuentas entre mafiosos pero no escuchó en qué lugares. La cara de este Iavin lo fastidiaba, así que apagó el aparato y mientras fumaba un Kent largo pensaba en el viejo Meltz y sus actividades. Decidió ir a verlo: Meltz tenía un camastro de hierro en el fondo de su boliche y ya no salía de noche a jugar al dominó.
El mercado municipal está a pocas cuadras de su casa. Tomó por Hertzl y dobló en la peatonal de la calle Bilu, que lleva a los negocios rumorosos de día, y mudos y solitarios a esa hora mortecina. No se veía gente: sólo gatos solitarios y hambrientos merodeaban entre los fardos de desperdicios arrojados por los puesteros antes del cierre. Se acercó al negocio del viejo: estaba a oscuras pero decidió probar suerte. Pensaba que el viejo estaría acostado viendo la tele, o leyendo. Golpeó sobre la puerta con suavidad: le extrañó que la cortina no estuviese baja. Volvió a golpear, probó el picaporte y la puerta cedió con facilidad. Entró en silencio y cerró; se quedó inmóvil hasta que los ojos se acostumbraron a las tinieblas.
Sobre el mostrador cuya tapa de vidrio había sido víctima de la ira del Georgiano, vislumbró una tabla y sobre ella baratijas desordenadas, la estantería repleta de objetos extravagantes, roñosos e inútiles. Contempló la cortina que separaba el taller del pequeño dormitorio, estaba algo corrida. Prendió el encendedor: la pequeña llama titiló sobre el rostro de Meltz, tumbado en el camastro, inmóvil, los ojos abiertos con desmesura y en la frente un orificio del cual manaba un chorro de sangre negruzca y espesa. Puso la mano sobre la yogular del viejo: comprobó que estaba delante de un cadáver aún tibio. Observó sobre su antebrazo el número tatuado y sintió una enorme pena; Meltz, salvado de los hornos nazis halló de todas maneras una muerte trágica Distinguió una cajonera volcada y una cantidad de papeles y notas desparramados debajo del camastro. Era evidente que el o los asesinos, buscaron algún documento. El cuarto apestaba a medias sucias, había ropas desordenadas en los estantes de una reliquia que en un tiempo fue ropero, sobre la pared una foto antigua (Meltz y la mujer) sin marco adherida con papel engomado, y una foto de Beguin recortada de un diario. Echó un vistazo, el viejo tenía puestos un pantalón corto y una remera sin mangas; entre los papeles tirados no percibió nada extraño aunque un ínfimo triángulo negro sobresalía, apenas, debajo de la almohada: tiró del mismo y apareció una libreta de tapas negras que guardó en su bolsillo.
Regresó al negocio y abrió la caja registradora con un punzón: había dinero en billetes y monedas pero no encontró cheques. Dio una última mirada y salió del antro con precaución: no había nadie por los alrededores. En el único teléfono público llamó a la estación de policía diciéndoles que en el boliche de Meltz había ocurrido algo raro. Preguntaron sus datos y entonces colgó. Regresó a su casa, bebió un vaso de sprait con vodka, fumó el último cigarrillo y se dispuso a leer una novela. Mañana será otro día, dijo, en tanto un bostezo prolongado anunciaba que era la hora del apoliyo. Intentó leer otro capítulo: imposible. Apagó el velador y se dispuso a soñar con Geraldine Chaplin, de quien estaba enamorado...
(la segunda parte se publicará en el próximo número)
A ver Pibe, sus relatos siempre sorprenden gratamente, uno no sabe cual es el límite , la línea divisoria entre realidad y fantasía.
ResponderEliminarSumado eso a tu extraordinaria capacidad descriptiva , hacen que uno sea un personaje mas. también me encanta esa veta de humor que encontramos , aveces explícita , otras encubierta.
Muy bueno el recurso de la protagonista de " mañana será otro día"
Lo disfruté!! Un fuerte abrazo, pibito , espero el próximo y por favor no lo entregues a la cana....
Avigdor Almog, bienvenido, un gusto conocerte. El estar enamorado de Geraldine Chaplin, me está esbozando tu perfil. Te espero
ResponderEliminarOlga Ajma
Interesante cuento en entregas. Me gusta el relato de lo miserable y anónimo, (como el color de las paredes que por ahí describes), mezquino etc de el mundo del dinero, presatmistas. Etc.
ResponderEliminarEspero los próximos capítulos.
Graciela U.
Me gustaron mucho los pequeños detalles de las calles, los personajes, los mercados de esa ciudad que pareciera que se hamaca entre lo moderno y lo oriental, propio del Medio Oriente. Espero ansiosamente la continuación. ¿Avigdor dará su vida en la lucha contra la corrupción?
ResponderEliminarComo siempre en los relatos de Andrés el lector se desliza por la prosa como si anduviera en patines disfrutando del aire fresco de las descripciones y el lenguaje con el agregado, en este caso, que el escenario de la trama mudó de Buenos Aires a Israel aportando un plus extra a la narración, aguardaré ansioso la continuación de la aventura de este nuevo personaje, un placer leerte, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarEspero con interés las próximas entregas, para disfrutar de las andanzas de Avigdor, personaje que,cual héroe mítico, parece capaz de sumergirse en el submundo de la ciudad, para luchar por la justicia y resurgir triunfante. ¿Podrá? Coincido con Amalia,en literatura, la división entre realidad y ficción es difusa.
ResponderEliminarGracias,
Ofelia
Avezado Avigdor Almog en combatir la aviesa avidez de almas. Mis respetos, Capi. Lina
ResponderEliminarVolvemos a la Doble A intrínseca del personaje, ahora en tiempo policial. Con un Rejovot de barrio y una pluma que tiene el sortilegio de bordar historia cotidiana haciéndonos resbalar en las palabras a su ritmo con detalles que compran al lector y lo sumergen en el teatro de los personajes.
ResponderEliminarMuy bueno su estilo profe...no deja cabo suelto
Un abrazo
Celmiro
Dentro del marco ambiental de un país que no conozco, el protagonista está bien perfilado y dosis de suspenso que no adelantan tempranamente al lector.
ResponderEliminarLos detalles suman como una orfebrería literaria.
Ya caí en la intriga. . . y espero.
Un abrazo grande, Andrés.
MARITA RAGOZZA