La extraña historia del señor simón lemon
Entré en el bar con la sandía bajo el brazo. Ovalada, veteada de un
verde intenso y de un tamaño considerable parecía la abuela de una pelota de rugby. Un compañero de trabajo me había
insistido para que la comprara. Las sandías siempre me habían producido
desconfianza. Mala prensa Enrique eso es
lo que tienen, yo viví en Brasil y la gente chupa igual, antes y después de
comerlas.
La cuestión es que la compré y ahora debía portarla. La apoyé sobre el
mostrador.
El olor del sitio era áspero como el de las aceitunas en salmuera. Me
hallaba parado sobre unas baldosas en declive que enmarcaban un enrejado que
protegía las penumbras del sótano. De atrás de la máquina de café un hombre con
chaqueta beige y botones plateados me miró y alzó y bajó la cabeza en un gesto
inquisitivo.
-Un tinto, pedí.
El techo del bar parecía inalcanzable con su geografía de nubes de
humedad y ventiladores que pendían inactivos y albergaban planetas de arañas en
sus telas grises.
El hombre trabajó un instante de espaldas a mí y se dio vuelta con el
vaso colmado de vino. Lo depositó sobre el mostrador y miró de reojo a la
sandía.
-Por favor, puede poner la sandía en el
piso que esto no es una verdulería.
Sentí que las orejas se me ruborizaban pero
no dije nada, solo palmeé a la sandía para darle ánimos. Escancié el vino a
grandes tragos y apoyé el vaso con fuerza como para clavarlo en el mostrador y
ordené:-¡Otro!
-Hasta que la sandía no esté en el suelo,
no hay vino.
Era demasiada provocación sin embargo, hice méritos para el Nobel de la
paz, me di vuelta y dije en voz alta para el auditorio, el lustrabotas sin
pierna, un viejo con facha de quinielero y un ciruja sentado en un
rincón:-Todos nacemos igual pero morimos distinto, ella, y señalé a la sandía,
nació en el piso, giré y apunté con mi dedo índice al provocador,-y si usted
nos sigue jodiendo ella va a morir en su cabeza.
Al fin la paz también es confrontación. El hombre amagó salir de atrás
del mostrador y yo adopté posición de diestro.
El ciruja del fondo dijo en voz alta:-Pedro quédese en su sitio, el
hombre tiene razón, una sandía no jode a nadie, culminó convencido como un
garante de la paz y agregó hacia el defectuoso y el quinielero,-¿no les parece?
Las siluetas asintieron. El cirujón pacifista siguió:-Venga a mi mesa y traiga
a su amiga. Le hice caso.
Dispuse de una tercera silla para la sandía y estreché la mano del
pacificador:-Enrique Lotriski.
-Simón Lemon
-Qué desea tomar.
-Un anís, respondió Lemon
-Un anís y el vino pendiente, grité
animado
Cuando el uniformado trajo las bebidas con un gesto despojado de rencor
dije:-Gracias Pedro, cuánto le debo.
Pagué y no acepté el vuelto, el hombre regresó a su puesto.
-Usted sabe, comenzó a decir Lemon,-que
este sitio puede contener tantas historias como personas estamos aquí y más
historias que empalmen con otras y deriven así hasta el infinito que puede
contener hechos verídicos que jamás ocurrieron, hizo una pausa y dijo,-si
quiere le cuento una historia mía.
Encogí mis hombros antes de decir:-Como guste.
-Quiere que comamos algo, la historia es
larga y…
Adiviné enseguida por dónde venía la cuestión pero no me importó, yo
también tenía hambre y el señor Lemon se había portado bien con la sandía que
era la más débil del bar.
-Déle, pida nomás.
-Pedro, dos especiales de cocido y queso
en pan francés. Miró mi vaso y agregó:-Otro vino, un anís y un vaso de agua.
-Esperemos las vituallas y le cuento,
dijo e introdujo su mano en el bolsillo que reapareció con una moneda que puso
en la mesa delante de mi.
Era una moneda dorada de unos cinco centímetros de diámetro y de un
espesor considerable. Me invitó a que la sopesara y entonces observé que en una
de sus caras un libro abierto abarcaba un sol en relieve y en el anverso tres
goletas navegaban sobre unos pliegues. Acompañaban la circunferencia unas
inscripciones en latín.
-Como se dará cuenta soy millonario, no
solo la moneda es de oro sino que tiene un valor numismático con no menos de seis
ceros a la derecha.
La aparición de los sanguches y las bebidas produjo una pausa que se
prolongó para hacerlos desaparecer. El hombre comió rápido, vació su vaso de
agua y después puso sobre la mesa un sobre marrón del que asomaban marchitos
unos recortes de diario.
-Aquí están las pruebas de lo que le voy
a contar, no me gusta hablar al pedo.
Asentí atragantado con el pan. Lemon mudó de semblante y comenzó a
narrar:-Heredé de mi padre una casa en San Telmo. Esta casa había pertenecido
por varias generaciones a mi familia, creo que cuando comenzó mi infortunio la
casa tenía ya más de 120 años. Vivía allí con mi esposa y mis dos hijos, un
varón de diez años y una niña de siete. Había decidido limpiar el sótano y
aprovechar el sitio para montar un pequeño taller con el fin último de tener un
lugar propio para descansar, despejarme y efectuar las manualidades que tanto
me gustaban.
En la evocación Lemon entrecerraba los ojos como si apreciara una
película a la distancia o leyera un parlamento que no pasaba por su estilo.
-Hacer la limpieza, prosiguió,- no era
sencillo, primero encendí unas cápsulas de veneno y sellé todo durante dos
días. Después comencé a separar las cosas que consideré inútiles acumuladas
allí por años. En un antiguo reloj de sonería, al desarmarlo, hallé este papel.
Buscó dentro del sobre y me lo dio, con un gesto me instó a que lo abra. Los
pliegues estaban gastados y temí que se me deshiciera entre las manos. En el
borde superior izquierdo un sello rojizo había grabado vivas a la federación y
deseado con fatal indignación la muerte a los salvajes unitarios. La tinta y la
caligrafía hacían al escrito ilegible, lo puse al trasluz y Lemon dijo:-No me
fue fácil descifrarlo pero menos fácil fue hallar el sitio exacto que describe
el escrito fue depositado el tesoro.
-Pareciera que falta una segunda hoja,
apunté.
-Exacto, de haberla hallado, tal vez, no
estaría yo aquí en este estado de abandono. Digo tal vez porque también es
probable que hubiera descreído de las advertencias. Prosigo, el lugar indicado
en el escrito era una estancia loteada desde hacia años en el partido de Pilar.
Revisé el catastro municipal y con ayuda de un agrimensor determiné el sitio
aproximado donde se hallaba enterrado el tesoro. La fracción de tierra abarcaba
cuatro lotes que se hallaban desocupados. Localicé al dueño y lo persuadí de
que me los venda por supuesto a un precio superior al del mercado. No me
importó invertir todos mis ahorros, me hallaba preso de una honda angustia que
excitaba mis sentidos y alentaba una de las partes más negras de la condición
humana, la codicia. En esos meses febriles abandoné el trabajo y mantuve
engañada a mi familia. Construí una vivienda modesta y me mudé allí de lunes a
sábado. Inútil considero referirle el esfuerzo en esos meses, cada pozo
excavado, cada metro de tierra removido sin éxito minaban mi ánimo a la vez
que, algo dentro de mi, me empujaba a continuar al borde mis fuerzas. Después
comprobé que no era la voluntad sino un designio que tensaba, en la
contradicción, a mi espíritu. Por fin, una noche, sí, la oscuridad no me
detenía, hallé el cofre. En la desesperación no podía abrirlo y destrocé con un
hacha la tapa. Un olor húmedo, agrio, me embotó, era el olor de lo corrompido
pero las monedas brillaban con magnificencia y caí de rodillas, postrado como
ante Dios absorto por la inminencia de mi fortuna. Cuando reaccioné el alba se
mezclaba con el resplandor de mi oro, envolví el cofre con bolsas y lo cargué
en el auto.
-Quiere otro anís, pregunté a modo de
flexibilizar la tensión del relato.
Pareció no gustarle la interrupción y con voz desganada llamó al mozo.
-En mi casa lo escondí en el sótano,
tomé una moneda y me fui a ver a un conocido que tenía un negocio de compra
venta de oro. La tasación por su peso en oro era por demás generosa pero mi
cabeza la multiplicaba por la cantidad que estimaba en el cofre y entonces mi
fortuna parecía no tener límites.
Llegaron las bebidas, Pedro nos miró de soslayo y mordió, en un gesto imperceptible,
su labio inferior, no sé si molesto por nuestra estancia o por la sandía
sentada allí entre nosotros o quizá porque sabía la historia que ya le habría
reparado otras consumiciones.
Lemon bebió un sorbo de su anís y siguió:-Faltaba discernir el valor
numismático, nos fuimos juntos a ver a un especialista que intermediaba entre
coleccionistas de todo el mundo. La estudió, consultó manuales, hizo llamados
telefónicos y finalmente dio una cifra que multiplicada por la cantidad de
ellas que poseía era astronómica. Me mantuve circunspecto y acepté venderla
para no malograr el trabajo de mi conocido ya vería cómo hacer valer el resto
del tesoro, así pensaba luego de este primer éxito. Regresé a mi sótano con la
idea de contar las monedas. Ensimismado en la tarea comencé a percibir un olor
de cloaca abierta que me hizo tomar conciencia de que no estaba solo.
Hizo una pausa para beber y me pareció notar cierta malicia en el manejo
del suspenso sin embargo, dijo:-No sé como encarar lo que sigue.
La moneda brillaba impávida ante nuestros ojos y la sandía parecía ajena
a todo. Lemon apoyó los codos sobre la mesa, acortó distancia y dijo con su
aliento anisado:-De entre las sombras de un rincón, un hombre vestido de negro
se acercó hasta el límite del haz de luz. No podía verle la cara, solo las
manos, largas, finas, blancas en extremo gesticulaban ante mí. Su voz
estremecía como si la impostara pero sin intención de impresionar sus modos
eran humildes. Palabras más o menos me dijo que él era el custodio del tesoro
como lo indicaba el mensaje. Me sorprendí pero no le resultaría fácil
convencerme con ramplonerías después de haber luchado día y noche más de un año
para hallar mi tesoro. Me animé a decirle que yo no había leído nada semejante
en el manuscrito. Entonces rió con tal fuerza que los pilones de monedas
contadas se desmoronaron y debí taparme los oídos a riesgo de que me estallaran
los tímpanos y cuando paró dijo que esas eran las trampas que le enseñaba el maestro. Dicho esto se asomó a la luz
y pude verle la cara tan blanca como las manos. Los ojos eran vivaces con un
brillo nebuloso y del mentón prominente
apuntaba una barba afilada, tuve miedo cuando me enseñó la segunda hoja del
escrito y me advirtió que a cada reducción del tesoro le correspondería una
pérdida que no podría medirse en dinero. En ese momento golpearon la puerta del
sótano y el hombre, o lo que fuera desapareció y con él el olor fétido. Junté
las monedas caídas en el piso y guardé el cofre. Subí las escaleras y abrí la puerta,
mi esposa hipaba un llanto y me reprochó que me habían estado buscando, con más
temor que al homúnculo, pregunté qué había sucedido, mi hijo Tomás había sido
atropellado por un auto mientras andaba en bicicleta y estaba grave en el
hospital. Fuimos para el hospital y el médico nos alertó que debíamos
prepararnos para lo peor. Así fue.
Ahora sí necesitó hacer una pausa y nos quedamos callados como la
sandía.
-En el cementerio en la ceremonia del entierro
de Tomasito volví a percibir aquél olor nauseabundo, busqué y el hombre me
saludó con descaro desde la calle de enfrente. A esa distancia moduló unas
palabras que sonaron en mis oídos, debes
reponer el tesoro completo a su sitio o las desgracias seguirán…
Esa noche mi esposa se acostó temprano y
me quedé solo con mi hija y sus preguntas de inocente crueldad sobre el destino
de su hermano. Cuando después de acostarla entré en mi cuarto, mi esposa yacía
en el piso, había ingerido un frasco de píldoras para dormir. Otra vez el
hospital, la espera, el desenlace, el ritual, el dolor ¿por qué? Y otra vez el
hombre ¿el demonio? Para responder. Obnubilado lo desafié a que se llevara su
tesoro al infierno y él me contestó que debía hacerlo yo como portador del
pecado Simonónico. Cuando me dispuse a llevarlo de nuevo al terreno de Pilar,
él me recordó que faltaba una moneda. Llevé a mi hija a la casa de unos amigos
y fui al domicilio del reducidor con el dinero de la transacción. El hombre me
explicó que sería difícil deshacer la operación y no por lo que él hubiera
ganado sino porque la moneda había sido vendida a un coleccionista extranjero.
Como mi estado no era explicable, como tampoco poseía argumentos y los que
tenía no eran entendibles, supongo que la consideración por haber sufrido en
tres días las pérdidas de mi hijo y de mi esposa o no sé cuál mágica
circunstancia fui llevado en presencia del comprador, un español de gira por
Sudamérica a la compra de reliquias. El comprador no pudo evitar un gesto de
repulsa al ver mi aspecto, pasado de sueño, sucio, desaliñado y con una carga
de tétricos acontecimientos sobre mis espaldas. Expliqué lo que me sucedía, le
hablé con la verdad. El español me escuchó, como lo hace usted ahora y hombre
práctico al fin, concluyó como si todo lo narrado fuera un episodio más de los
que se leen en los diarios, que él, esa moneda podría venderla en un remate en
más de ochenta veces lo pagado pero que, dadas las circunstancias atendibles de
estar el diablo de por medio, si yo le daba esa cifra me restituiría la moneda.
Claro que yo no la poseía. El intermediario propuso una solución que en nada me
favorecía pero que no me importó, ceder, mediante un poder, mi propiedad en San
Telmo. Un escribano despertado de apuro se avino a realizar el trámite y
rescaté la moneda. Esa misma madrugada, con el cofre completo, viajé a Pilar y
lo enterré en su sitio de donde nunca debió haber salido. Esa es la historia.
Permanecimos un rato callados. Las luces mortecinas del bar se habían
encendido y la sandía brillaba verde de silencio. Entonces me percaté que
también brillaba la moneda sobre la mesa y mis ojos se abrieron por demás
repartidos entre Lemon y la moneda quien agregó:-Así es estimado contertulio,
como le dije, las historias generan más historias que se enhebran sin fin por
el ojo del destino. Me mudé a Pilar. Le expliqué a mi hija que comenzaríamos
una nueva vida. Hicimos planes. Comprar un caballo, hacer una granja y mi hija
sonrió varias veces y yo sentí que me redimía. Esa noche, mientras ella dormía,
se repitió lo del olor putrefacto y el personaje reapareció para señalarme en
buenos términos que la pesadilla había concluido con la diferencia que en ésta
las consecuencias eran reales y las pagaba el soñador. Estaba tan cansado de
todo que los argumentos me parecieron razonables y más procediendo de quien los
elaboraba. Además, aún tenía una hija, donde vivir y un proyecto. El diablo se
despidió con la ambigüedad que lo caracteriza con un hasta pronto. Pasaron los días, desmantelamos la casa, hicimos
varios viajes de San Telmo a Pilar y una tarde en la que estábamos en el
sótano, yo guardaba unas herramientas y la pequeña se me acerca encandilada por
el hallazgo de una moneda, esa que está frente a usted. Pensé que se trataba de
alguna extraviada en el día que se desmoronaron las pilas y recordé el hasta pronto. Entré en pánico y pensé
que no se detendría hasta quitarme lo único que me quedaba, mi hija. Abandoné
todo y con mi hija y la moneda subimos al auto en un intento por llegar lo
antes posible a Pilar y poner la moneda con el resto del tesoro. Lo que sucedió
está descrito aquí, concluyó y con sus manos tiznadas de mugre abrió el sobre
marrón y sacó de su interior los recortes amarillentos de diario.
Los leí. Él espero con la gimnasia del que ya lo ha hecho otras veces,
después retomó:-Estuve dos días en el hospital, tengo prisión en suspenso por
homicidio culposo por habérseme hallado culpable del accidente que ocasionó la
muerte de la persona que viajaba en el otro auto, enterré a mi hija, me
remataron la casa de Pilar y me convertí en lo que usted ve.
-Pero no enterró a esta moneda, dije con
duda.
-No, cuando iba a hacerlo, él apareció
de nuevo y me aclaró que no pertenecía al tesoro ¡vaya uno a creerle! Fue la
última vez que lo vi., lo último que me dijo fue que esta jugada no la había
preparado el maestro, solo él había torcido un poco el destino para ayudarme y
que a veces, las fuerzas del mal entran en pugna y, o bien se neutralizan, o
triunfa la más fuerte.
Guardó la moneda, el sobre marrón y se quedó dispuesto a seguir allí. Le
aferré el antebrazo en un intento de consuelo que devolvió con una mueca que
quiso ser risa. Me incorporé, puse a la sandía bajo mi brazo y le dije adiós. De pasada por delante del
mostrador le dejé paga otra copa de anís.
No me gustan los cuentos con "EL DIABLO", pero me apasionan los cuentos con sandías...Muy bueno, amigo. Un abrazo
ResponderEliminarMe encantó!!! Me pregunto si Lemon es Lemon. Y hay que ser equilibrista para contar tan buen cuento , con una sandía bajo el brazo.
ResponderEliminarSaludos CAT.
No estaba todo dicho sobre los tesoros escondidos. La vuelta de tuerca de este cuento me pareció muy buena.
ResponderEliminarCristina Pailos
Una "interna" en el infierno, diablo con parte piadosa, muy loco! Me encantó cómo está contado
ResponderEliminarUna historia larga con diversas peripecias contada por la pluma efectiva de Trinelli. La sandía no me influyó, tal vez porque en esta región estamos con el clima frío, De todos modos, también ella es un personaje esencial.
ResponderEliminarandrés
Un buen cuento que interesa del principio al fin
Eliminarbuena escritura felicitaciones
Carmen passano
Lo importante de la historia es lo fútil en lo que se apoya para contar la verdadera historia...y salir airoso. Como siempre exponiendo esa locura que lo invade a escribir bien.
ResponderEliminarUn abrazo
Celmiro Koryto