Nació en Buenos Aires en 1961. Es escritora. Participó de diversos talleres literarios y realizó el curso de “Coordinadora de taller literario” con la periodista y escritora, Beatriz Isoldi. Sus cuentos recibieron diversas distinciones:“Concurso Junín país “mención especial del jurado y mención de honor, “Concurso ediciones Ruinas Circulares”. La revista literaria “En sentido figurado” (España) y “Generación abierta” (Argentina) publicaron varios de sus cuentos. Participó por años en la antología de cuentos y relatos “Metamorfosis” de editorial Dunken (Argentina). Sus textos fueron elegidos por dicha editorial para publicar en los libros: “Lo que llega a la playa”, “La vida…ese enigma” y “Acaso la vida”. Dictó talleres literarios en centros comunitarios para adultos mayores.
Un sueño, ser escritor
El hombre caminaba febrilmente alrededor de la
mesa. Contaba los pasos. Primero los pares, después los impares. Cuando esto no
traía a su mente la inspiración que él estaba buscando, comenzaba a caminar por
los bordes de las baldosas. Seguía en
blanco. Entonces alargaba el paso y pisaba sólo cada dos rectángulos de mármol
gris o, de lo contrario, sus pies debían entrar, uno delante el otro atrás, en
la misma baldosa. Al llegar a este punto, comprendía que de este ejercicio no
saldría ninguna idea y se ponía a leer.
Él
quería ser escritor. Toda la vida lo había postergado; pero ahora, desde unos
meses atrás, iba a un taller literario. En casi un año llevaba escritos solo
tres cuentos. El primero, según la profesora, no tenía un conflicto fuerte. En
el segundo, según la profesora, no conseguía la focalización en el protagonista
y la historia se diluía en las voces de los otros personajes. Y en el tercero,
según la profesora, abusaba de la adjetivación y el relato no tenía coherencia.
Su
mujer lo veía desperdiciar los días, comenzando párrafos que destruía con furia
después de leerlos. Ella, sin herir sus sentimientos, trataba de hacerle
entender que no todos tienen condiciones para la literatura, algo así como que
se puede ser un gran lector, pero un pésimo escritor. Esto enfurecía al hombre,
que le argumentaba todas las teorías literarias que conocía y le decía que era
solo cuestión de saber aplicarlas.
Una
noche, el hombre leyó, La tristeza de
Chéjov. Y fue el cochero, y fue los estudiantes indiferentes, fue el hijo
muerto, fue el caballo. Las lágrimas corrían por su cara. Se había adueñado de
la tristeza del cuento. Le pertenecía. Pero no lloraba por compasión hacia el
pobre cochero que había perdido al hijo, lloraba por él, porque no era Chéjov,
porque la idea no se le había ocurrido a él.
Se
mecía los cabellos, se sentaba, se levantaba y caminaba en círculos por la
pequeña habitación mientras releía el cuento. Ahora sin lágrimas, con un rencor
ciego. Si hubiese estado dentro del cuento, él hubiese matado al cochero, para
que Chéjov se quedase sin historia. O mejor aún, hubiese matado al mismísimo
escritor. Le hubiese clavado un puñal en el medio del pecho, para despojarlo de
toda sensibilidad, para acabar con aquel hacedor de historias, con ese mago de
la palabra. Algo vedado para él, sueño imposible, entre todos los imposibles. El
aire estaba enrarecido. El hombre sudaba, temblaba. No podía comprender por qué,
quien quiera que fuese, no le había otorgado el don del talento.
Una
madrugada se levantó abruptamente y se puso a escribir. Vació media botella de
vodka en su estómago y comenzó. Se dijo que sí, que ese sería el día en que su
imaginación lo convertiría en el amo del cuento. Teoría del Iceberg, el cuento
como una burbuja, elipsis, prolepsis, analepsis, racconto, flash back,
metáforas, anáforas…, más y más y más. Aplicaría todos sus conocimientos y la
historia saldría perfecta, redonda, sin cabos sueltos, tendría cohesión y
coherencia… Sería… Sería elegido cuento del año, cuento del siglo. Lo
compararían con Borges, sí, sí, eso… Señoras y señores, el nuevo maestro del
cuento ante nosotros. Nos enorgullece entregarle el premio Cervantes de
Literatura al señor... No, no, no. El premio Nobel. Ganaría el Nobel. Sonreía con los ojos
entrecerrados, sumergido en una pila de papeles, frases sueltas, comienzos poco
originales, copias baratas, que había arrancado de la máquina de escribir con
furia segundos antes de su ensoñación.
Hasta
que sintió unos golpecitos en el hombro. Giro la cabeza y a los pies de la
cama, sentado, fumando un cigarrillo negro, un hombre delgado y de aspecto
sombrío, lo observaba. Le preguntó quién era.
– Soy
un personaje de Roberto Arlt. Un tipo marginal, que va a los prostíbulos, un
tipo desencantado y amargo.
– ¡No
lo puedo creer! Ese es el personaje que yo estoy buscando. Sobre usted quiero
escribir.
– ¿Quién,
usted? Mire, che, usted no sirve, usted no existe. Piense en otra cosa. ¿No le
gustaría trabajar en un banco? Tiene cara de inteligente, debe ser bueno para
los números. Se levantaría todos los días a las ocho, nada de trasnochar,
ojito, eh. Una vida tranquila, cobrando un sueldo a fin de mes, pero todos los
meses, sin ningún tipo de sobresaltos. Seguro que su padre siempre quiso eso,
que fuese igual a él. No lo quiero desanimar ni me interesa, pero usted no
tiene chance como escritor. No sé si me entiende.
Al
decir esto último, lo único que quedó en la habitación fue el olor a tabaco.
A la
noche siguiente, se le apareció un hombre vestido de negro, con ojeras oscuras
alrededor de los ojos.
– ¿Y
usted quién es? – preguntó el hombre.
– Soy
un personaje del romanticismo.
– ¡Romanticismo!
Sobre eso quiero escribir.
– Caballero,
disculpe que interfiera en sus ideas. Pero no lo veo con la sensibilidad suficiente
como para escribir sobre tuberculosis, amores imposibles, suicidio. La verdad,
¿puede imaginarse a alguien muriendo de amor? No, no, esto no es para usted. Dígame:
su madre ¿no hizo de todo para que fuese contador, como su padre? No la
defraude, hombre. Madre hay una sola.
– ¿Le
parece?– contestó él.
Y el
personaje se esfumó en algo parecido a la niebla, que enfrió súbitamente la
habitación.
Así,
el hombre esperaba ansioso la llegada de la noche –junto con el sueño apacible
de su mujer–, para ver qué nuevo personaje conocería. Alguno creería en él,
alguno le daría una chance.
Tuvo
muchas visitas. Personajes agobiados, fantásticos, realistas, burgueses,
surrealistas. Todos coincidieron en lo mismo. Hasta la noche en que lo visitó
el protagonista de un cuento de Borges.
– De los
de cuchilleros– le dijo él.
– Sí,
pero todos somos el mismo. Yo soy el hombre de El Sur, pero también el de Las
ruinas circulares. Todos somos el sueño de otro. Tal vez alguien lo está
soñando a usted como escritor desde tiempos infinitos. Entre al corazón del
laberinto, pero tenga cuidado con los caminos que se bifurcan. Elija el
correcto. Está en nuestro destino lo que inexorablemente tiene que ocurrir,
como el puñal busca la mano del asesino.
– Ve,
a esos personajes quiero llegar. Cuchilleros metafísicos.
– No
se ofenda. Borges hubo solo uno. Disculpe mi arrogancia, pero yo soy su
creación. Aunque, como diría él, el
Universo es el laberinto. Pase sin miedo y se encontrará.
Estas
palabras lo llenaron de esperanza. Su historia estaba ahí, esperándolo. Sólo
tenía que entrar al laberinto y, si no se equivocaba de camino, su destino de
escritor y él serían uno.
Se
preparó para el viaje. Compró una enorme mochila, cantimplora, víveres, ropa
abrigada. Se dirigía al corazón del laberinto, en busca de sí mismo. Quizás el
viaje durase una eternidad. Debía ir bien preparado.
Ahora
está estable, la medicación funciona. Según dicen los médicos del psiquiátrico,
los personajes desaparecieron.
El que
sí lo visita todas las noches es Cortázar. El hombre, por si acaso, no se lo
cuenta a nadie. Lo que pasa es que tiene una gran duda acerca de qué es
exactamente el “estado cubo”.
Si en
Paris no nieva, Cortázar entra en la galería Vivienne y cruza al pasaje Güemes.
Se toma un taxi en Lavalle y va a ver al hombre al psiquiátrico. No tiene
ningún problema en explicarle lo del “estado cubo”. Él mismo reconoce que Anillo de Moebius es un cuento extraño.
Adriana Lisnovsky
Un cuento interesante con un personaje que es el cuento de un cuentista fracasado a través de los personajes de la literatura.
ResponderEliminarMuy ameno
Celmiro Koryto
Me gustó la idea y también la presencia de tantos personajes y escritores.
ResponderEliminarDentro de la idea ya delineada en la literatura, el cuento tiene facetas originales. Bien logrado y con un final que entristece a un lector que "nada de lo humano le es ajeno"...
ResponderEliminarandrés
Muy bueno!!
ResponderEliminarA veces cuando leo estos textos me pregunto si los que están locos son lo de adentro o afuera.
Muchas gracias!!