Cosa De Hombres
Desiderio y Leocadia levantaron la casa con
sus propias manos en un terreno que les regaló el padre de ella. Gracias a eso
pudieron ahorrar para los materiales y todos los días francos y feriados
trabajaban hombro a hombro, hasta terminar una habitación, la cocina grande
como se estilaba, el alero infaltable y reservado al fondo, con pozo ciego. Los
compañeros de Desiderio colaboraron para hacer la perforación e instalar la
bomba.
La pareja tuvo un solo hijo, un varón que se
fue a probar suerte a la capital tan pronto pudo.
Al quedar solos, se les allegó Bartolo, un
mozo que les había ayudado durante la construcción de la casa y luego se
convirtió en el chico de los mandados. Bartolo era un poco faltito, criado por
su abuela, y por eso Leocadia le tenía un cariño muy especial. Aunque no
hiciera falta, la señora le encargaba algunas tareas que el muchacho se cobraba
comiendo a su mesa aquellos guisos memorables.
-Prefiero comprarle un caballo de carrera –
decía bromeando Desiderio.
Así fue creciendo Bartolo más a lo ancho que
a lo alto. Cualquier gringo de boina le sacaba una cabeza, pero era macizo como
la caja fuerte de la estación. Las manos eran cortas y cuadradas, como una pala
de fierro, pero la cara seguía siendo de niño. Al morir su abuela, Desiderio le
ofreció hacerle una piecita en el fondo, y aunque no reemplazó al hijo que los
visitaba de tarde en tarde, se convirtió en un integrante más de la familia.
Para todos los trabajos pesados estaba
Bartolo, y Desiderio tenía grandes rabietas para convencerlo que debía cobrar
bien por ellos. Se iba haciendo fama de forzudo, y contaban que por una apuesta
entre Alvarez y Stroderer, aflojó una tuerca con los dedos.
Fue un domingo de aburridos, después de
cruzar las apuestas se lo propusieron a ver qué decía. Bartolo se rió un poco,
se alzó de hombros y aceptó.
Cuentan que trajeron la chata del corralón
de Stroderer. El mozo encerró una tuerca de la rueda delantera entre el índice
y el mayor de la mano izquierda, afirmó el puño como una morsa, y cuando se
estaba poniendo colorado tirando a violeta, la tuerca pegó un chirrido y giró
unos centímetros. Entre gritos, aplausos y mucho escándalo alzaron a Bartolo y
lo convidaron con unas naranjadas en lo de Simón. El gringo que ganó la apuesta
le regaló un sombrero y una camisa.
De repente alguien se dio cuenta de un
detalle y le preguntó
- ¿Sos zurdo Bartolo?
El muchacho alzó las dos manos, miró unos
instantes y contestó
- No, claro que no.
- Entonces ¿Por qué usaste la zurda para
aflojar la tuerca?
Cara de sorpresa de Bartolo
- Y…para no lastimarme la derecha, la uso
para trabajar.
En el pueblo no había grandes problemas.
Todos se conocían, todos iban envejeciendo juntos, sus hijos crecían juntos o
se iban, como el hijo de Leocadia.
Algún fin de semana de fútbol o en
carnavales, los muchachos alborotaban un poco, había sangre caliente y se
repartían unas trompadas, pero un par de milicos se bastaban para poner las
cosas en orden, y los más viejos respetaban y eran respetados.
Pero nada dura para siempre.
Un peón de la estancia “La Pichana ”, un tal Flores,
venía haciéndose fama de guapo y fanfarrón. Era inofensivo, pero le gustaba
hacer alharaca, bromas pesadas y atropellar a otros de su edad más apocados.
Llegaba al pueblo bien montado, con apero
chapeado y un facón de chafalonía relumbrando en el tirador.
Bartolo era uno de los blancos de las malas
jugadas de ese tal Flores. Una noche, con copas de más, se pasó de la raya. En
la vereda del boliche encontró a Bartolo, que como de costumbre miraba con
curiosidad cómo jugaban a la taba o al sapo, y le pegó el grito:
- Che, opa, andá a cuidarme el tordillo. No
te muevas de allí hasta que yo vaya.
Dicho esto y enterarse Desiderio fue la
misma cosa. El hombre se llegó hasta el palenque donde estaba el caballo y allí
lo vio a Bartolo, sentado con mala cara pero obediente.
- Venga m`hijo, vamos pa las casas – le dijo
- Leocadia ya preparó la comida.
Y diciendo esto desató el tordillo y lo
espantó hasta la plaza, cosa que lo vieran todos.
Lo que mas enfureció a Flores fue que medio
pueblo se le riera en la cara, y que nadie le ayudara a agarrar al caballo.
Como a la noche recién pudo volver montado al pueblo, y pasó derecho hasta la
casa de Desiderio.
Cuando el viejo salió, sin mediar palabras,
el tal Flores sacó el cuchillo y lo hizo brillar a centímetros de la cara de
Desiderio. Dicen que sólo se escuchó un mujido como de toro, Bartolo saltó de
la sombra y Flores salió dando vueltas hasta caer desarticulado sobre la tierra
de la calle.
Cuando se levantó, rojo de furia, Flores se
asomó sobre el alambre y gritó:
- ¡Cuidate opa de mierda! ¡Ya te voy a
agarrar!
Pero tuvo mala suerte, justo justo lo
escucharon los dos milicos. Lo hicieron subir al caballo, lo acompañaron hasta
“La Pichana ”
y no se lo volvió a ver por el pueblo.
me gusta mucho tu narrativa, muy entretenida, quiero leer mas. un abrazo
ResponderEliminarMuy bueno el relato y hasta tiene suspenso, aunque tal vez no fue la intención del autor. No hay como los finales buenos, en donde se castiga al "malo" y gana el "bueno. Para disfrutar.
ResponderEliminarUna de las virtudes de Pennini es la capacidad del dia´logo yla descripción física de la acción: la mente del lector va graficando el relato y le pone los personajes. Excelente, Pennini.
ResponderEliminarandrés
Un relato ameno y costumbrista con personajes queribles que al borde del drama saben reponerse y hasta usar el humor, disfruté su lectura, Carlos Arturo Trinelli
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