Solistas, directores de orquesta y discográficas crean un circuito de clubes y discotecas
La
escena es más propia de una instalación de arte contemporáneo que de un
concierto clásico. Estamos en la pista del aeropuerto ginebrino de Cointrin,
ante la Orquesta
de Cámara de Ginebra dirigida por David Greilsammer. Mientras suena la música,
aterrizan y despegan aviones. No resulta este el lugar más, digamos, familiar
al aficionado medio a la música clásica. Tampoco lo parece la modernidad
urbanita de Bleecker Street, en el corazón de Manhattan. Allí, una larga cola
de jóvenes esperaba ante la puerta de la sala Le Poisson Rouge. No aguardaban
para ver al dj de moda, sino para escuchar un concierto del
minimalista Terry Riley.
De
vuelta en Europa, en Berlín, la celebrada pianista francesa Hélène Grimaud se
presenta a medianoche en un club nocturno de Mitte dentro de los conciertos del
Yellow Lounge, iniciativa de su discográfica Deutsche Grammophon, el legendario
sello amarillo. Alrededor del piano de Grimaud se sientan en el suelo jóvenes
que beben mientras oyen obras de Schubert o Ligeti.
Algo
parecido sucederá esta noche en La nave de la Música , del Matadero de Madrid, donde actuará el
pianista Francesco Tristano, uno de los artistas más representativos de este
cruce de escenas entre los clubes y los auditorios de clásica. La actuación del
músico luxemburgués de 29 años forma parte de los conciertos de Deutsche
Grammophon, en los que algunos de los más aclamados intérpretes clásicos se
prestan al juego de tocar en contextos inhabituales, como discotecas. “La iniciativa
se expande ya a Nueva York, Seúl o Salzburgo”, explica Felix Mesenburg, de
Universal Music. “Los músicos disfrutan del contacto con los jóvenes”.
Y eso a
pesar de que (prácticamente) no ven un centavo. La iniciativa no es muy
rentable en términos de ventas, en estos tiempos de crisis global y descargas
gratuitas. “No vemos un gran subidón de venta de CD”, admite Mesenburg, “pero
en términos de relaciones públicas estos conciertos son de un valor
inestimable”.
“Es un
hecho que la música clásica no interesa a las audiencias jóvenes, y por ello es
hora de cambios radicales. Seguimos haciendo lo mismo, en términos de
repertorio y formato de conciertos, que hace 200 años. No deberíamos tocar solo
en salas para las élites, sino abrirnos a tocar en clubes o estadios si es
necesario”, afirma con contundencia el pianista y director de orquesta israelí
David Greilsammer.
Considerado
por muchos como un visionario, el nuevo CD de este músico formado en la Juilliard School
propone piezas barrocas de Rameau, Händel o el Padre Soler junto a obras de
compositores nacidos en 1978 o 1982. Baroque Conversations (Sony)
establece un diálogo entre épocas que parece funcionar de maravilla. Como las
incursiones de Tristano entrecruzando las composiciones de Bach y John Cage.
Y es
que, según Greilsammer, los músicos que no asumen riesgos están en la profesión
equivocada. “El verdadero problema de la música clásica tiene que ver con los
propios músicos. Tienen miedo a los desafíos y a los cambios”, afirma este
hombre que no duda en presentarse en eventos de música electrónica o tocar para
espectáculos de danza de vanguardia en una ciudad tan conservadora como
Ginebra.
Francesco
Tristano avanza por terrenos similares. Experimentando y llevando la música
allí donde se encuentra el público joven. En su propio terreno, en locales como
The Roundhouse en Londres, The Stone en Nueva York o el Kaufleuten en Zúrich.
Se trata de músicos de reconocida solvencia, que huyen delcrossover tan
popular hace décadas.
Justin
Kantor es, junto con David Handler, el cerebro detrás del local neoyorquino Le
Poisson Rouge. “Los teatros nos incomodaban, pues un concierto es una
experiencia que exige mucho del oyente y creemos que es mejor estar relajado
con una copa en la mano. Se nos hizo evidente que presentar música clásica en
un contexto de club era la mejor forma de conseguir lo que buscábamos”, explica
Kantor.
Pero en
contra de lo que muchos puristas puedan pensar, un contexto de alcohol y noche
puede también resultar silencioso y estar lleno de respeto por la música.
Kantor recuerda “la experiencia memorable” de aquella velada en la que Arvo
Pärt presentó su Cuarta Sinfonía en Le Poisson Rouge. “Las
entradas se agotaron y la audiencia no emitió un suspiro durante todo el
concierto. Fue de verdad algo surrealista”, se entusiasma.
Según Kantor, los
solistas que llenan las mejores salas del mundo vuelven a su club buscando la
experiencia del contacto con jóvenes. “Estoy orgulloso del impacto que nuestra
iniciativa ha tenido en el mundo de la música clásica”, afirma. ■
Una interesante "salvación" para la vigencia de la música llamada clásica o "seria". Era un oyente de culto de Behetoven, Mozart, Gluck, Schubert, etc. hasta que escuché por primera vez a los Beatles... Con todo respeto, valoro la música de los siglos XVIII y XIX, pero al ritmo de la vida en los siglos XX y XXI, Lenon y sus amigos, Génesis, El Muro, etcétera son los músicos de la modernidad: composición, melodía, creatividad y sonoridad son auténticas genialidades del rock de alto nivel.
ResponderEliminarEl músico desea y debe tocar al margen de los vaivenes del llamado mercado, la propuesta parece interesante, C.A.T.
ResponderEliminarMe dejé en el tintero un juicio importante: la música porteña, el tango, que fue música y poesía de masas en las décadas del 30 / 40 y 50, ha sobrevivido gracias a los fidelísimos cultores de la música popular. El baile de tango ha bajado del escenario y los escasos cultores de la música tanguera son virtuosos/sas del ballet, danza para ver pero no hay salones para bailar tango. ¡Altri tiempos!
ResponderEliminarPero muy bien !!!! Aplausos !!!
ResponderEliminarPropuesta magnífica.La música es aérea y todos deberíamos poderla respirar sin dificultad.Pensar que "Carmen" de Bizet y las zarzuelas eran entonadas y cantadas en los mercados, ferias y calles.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA