La peripecia existencial de 'Lord Jim', de
Josep Conrad
Nunca supe exactamente que habrá
querido decir E. M. Forster cuando sentenció con inopinada injusticia que Joseph Conrad
siempre resulta confuso, tanto en su centro como en sus márgenes. Conrad fue un
novelista enormemente sutil. Tal vez esa sutileza nos recuerde a Henry James,
con quien resulta difícil no emparentarlo a la hora de redefinir las
leyes narrativas que Conrad prácticamente inauguraba con su no siempre
comprendido método de la perspectiva o el arte del punto de vista. Conrad se
sintió obligado a casar compromiso ético con una sofisticada solución formal:
la construcción de una voz narradora que más de una vez se vio obligado a
justificar, empezando por el prólogo que debió escribir para la edición
de Lord Jim, la novela que me interesa hoy que le demos una
segunda oportunidad. Conrad es un escritor muy citado. No podría asegurar que
también muy leído, excepto la referencia casi infatigable de su célebre
relato El corazón de las tinieblas. Yo fui siempre lector y
relector de varias obras suyas, pero si tuviera que quedarme con una por alguna
razón estrictamente técnica, una que me haya marcado como lector y como
reseñista esa no puede ser otra que Lord Jim. Podría decir lo mismo
de El gran Gatzby. Ese relato indirecto, esa voz encarnada en un
joven al que se le ha advertido, desde las primeras líneas de la novela, que no
juzgue, que comprenda. Ese milagro constructivo de la novela de Scott Fitzgeral
se asienta en la voz que nos cuenta una tragedia americana. En Lord Jim también
alguien nos relata una tragedia, y sobre todo, el que narra, Marlowe (el mismo
narrador de El corazón de las tinieblas), narra a sus compañeros de
travesía los asuntos capitales e inexplicables de la vida. La pérdida del
honor, el destino que no da tregua a Jim y que lo conduce finalmente a la nada,
son solo algunos de los temas que obsesionaban a Conrad.
Lord Jim se publica en 1900 por
entregas. Diecisiete años más tarde se edita como libro. Pero mientras tanto,
su autor ha tenido tiempo de atender a los cuestionamientos críticos con que se
recibió la obra. La respuesta a ellos, la plasma Conrad en su
célebre prólogo, ejemplo de ironía y a la vez de lección de narrativa. La
recepción de los lectores (profesionales y no profesionales) deLord Jim,
apuntaban al tiempo que empleaba Marlowe en contar la historia del aventurero
Jim. Y no menos sorprendidos, a la paciencia de los que escuchaban dicha
historia, inverosímil según los críticos, ya que no imaginaban a nadie tan
atento a tan prologado relato. Conrad responde con una fina ironía, pero
enseguida entra en materia y argumenta que su novela, que al principio iba a
ser un simple cuento, se fue transformando en una novela de estructura “errante
y libre”, una novela empeñada sustantivamente en realzar “el sentimiento de la
existencia” en un alma sensible. Si Marlowe en El corazón de las
tinieblas tenía un papel protagonista, por lo menos hasta que aparecía
el inquietante y atormentado Kurtz, en Lord Jim su presencia
se difumina entre las heroicas peripecias a que se entrega el joven Jim
para lavar su torturada conciencia. Conrad a su manera fue un visionario.
Así lo escribió en su no menos célebre prólogo a El negro del Narcissus:
“Escribo para hacerte ver”. Ver era para el autor polaco adelantarse al futuro.
La tragedia de Jim forma parte de la crisis del alma humana que vio Conrad que
se cernía sobre la civilización.
Joseph Conrad relató hechos. Y de ellos supo que lo esencial no
estaba en su núcleo sino en sus contornos, en sus alrededores. Para el escritor
la realidad humana era casi inaprensible, “como esas aureolas de neblina a
través de las que a veces se ve la luna”. De ahí el sentido último de su
concepción de la forma novelesca. Marlowe narra haciendo saltos en el tiempo y
el espacio, crea zonas dispersas en su discurso, su relato adquiere estructura
polifónica, va y viene por los suburbios de sus recuerdos. Marlowe es un
testigo misterioso, pero el único que ha visto la desolación de su héroe
recorrer de puerto en puerto a la búsqueda de su imposible redención.
Leer a Conrad es como entrar en un sueño. Tal vez por eso Forster no lo
entendió.
A Joseph Conrad nunca le molestó que sus lectores más
incondicionales se decantaran por Lord Jim, él que tanto quiso a
todas sus criaturas de ficción sin distingos ni preferencias. Una mañana
soleada en una bahía oriental, Conrad descubrió a su doliente héroe: “Lo vi
pasar, emocionado y significativo, bajo una nube, sin pronunciar ni una
palabra”. Era Jim a punto de traspasar la línea de sombra.
QUÉ VERGUENZA! PROMETO LEERLO SIN FALTA!!!
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