Voces Nocturnas
A Leocadia la tenía cansada la repentina
estulticia de su marido. Desde que lo despidieron del ferrocarril, a medida que
se herrumbraban los galpones y los yuyos cubrían vías y durmientes, Desiderio
se iba haciendo más inútil. “Inútil pa todo” decía Leocadia mientras barría la
galería, lavaba ropa a la antigua en el piletón
o preparaba el guiso, el mismo guiso que hacía cinco veces a la semana.
Los otros días se comía ropa vieja.
Con el abandono las zanjas que corrían junto
a las vías juntaron agua, crecieron las cortaderas y los hinojos y se llenaron
de ranas y sapos. Llegó el verano, y de las vías llegaba a la casa de Leocadia
un ensordecedor concierto. Para colmo, Desiderio se juntaba con otros vagos –en
el pueblo habían sido unos trescientos ferroviarios- y estaba aprendiendo a
tocar la guitarra. De dónde sacó el instrumento fue un secreto para su mujer.
Cada vez que le preguntaba contestaba con evasivas. Como a Leocadia le
empeoraba el carácter cada vez más, Desiderio se ausentaba cada vez más tiempo.
Entonces la mujer se la agarró primero con
los gatos. Porque en el vecindario abundaban los gatos. Después, como el croar
de los sapos no la dejaba dormir, se la agarró con los sapos. Cada vez que
aparecía un sapo por el jardín, Leocadia la emprendía a escobazos, hasta que
casi no se atrevía a asomar ninguno. Tampoco gatos. Y muy poco el marido.
No sabemos bien si era real o a la mujer le
pareció, pero el concierto de las vías atronaba cada vez más fuerte. Para
colmo, era época de cascarudos. Los bichos crujían bajo la chancleta o la
alpargata y de veras que daban un poco de asco. Se comían todo, agujereaban los
palos, la galería ya tenía una comba y amenazaba caerse. Leocadia mojaba los
palos con kerosén, las paredes con kerosén, el pobre perro con kerosén (mata la
garrapata decía).
La noche que Desiderio se quedó hasta tarde
en el almacén, cuando llegó a la casa sintió el coro ensordecedor de sapos más
fuerte que nunca y vio a su mujer para en medio del patio hecha una furia,
desmelenada y con una escoba en una mano y el tarro de kerosén en la otra. El
perro se había muerto la semana anterior, “culpa de las garrapatas”.
Desiderio no se alteró, agarró la silla de
paja, la arrimó al timbó del patio y comenzó a cantar. Primero suavemente, con
miedo. Pero Leocadia no reaccionó. Cuando el marido cantó con más ganas, aceptó
que tan mal no lo hacía, y Desiderio cantó más fuerte. Pasó un buen rato hasta
que se dieron cuenta que ya no venía el sonido de los sapos desde las vías.
En silencio, ranas y sapos aparecieron
después de mucho tiempo en el patio. Mientras rodeaban a Desiderio, comían un
escarabajo acá, otro por allá. El hombre cantaba y se iban terminando los
escarabajos.
De repente Leocadia reaccionó y le dejó caer
la escoba por el lomo, mientras lo llenaba de improperios. Desiderio casi se
cae del susto, pero no dijo nada y ya iba guardando al guitarra, cuando una
rama vino desde lo alto del timbó y le dio a Leocadia en la cabeza. No le hizo
daño, pero la asustó bastante. Al mismo tiempo los sapos y las ranas retomaron
su letanía a un volumen relamente enloquecedor. Espantada la mujer pensó que se
reían de ella. Dando un portazo desapareció en la cocina, claro que haciendo
caer un trozo de techo de la galería con el golpe.
El croar no cesaba.
Desiderio se alzó de hombros, tomó de nuevo
la guitarra y arrancó con otra canción. Bastante desafinada al principio.
En cuanto agarró coraje los sapos
enmudecieron. Siguió cantando hasta que apareció el lucero y ya se cansó como
para ir a dormir.
Nadie había visto la rama del timbó que fue
doblándose y acomodándose debajo del alero hasta que lo dejó derecho, como
nuevo.
Desde ese día de vez en cuando Leocadia le
pide a Desiderio que cante algo, claro que tiene que insistir, mientras ella le
prepara unas empanadas picantes, con mucho jugo. ■
Jaja. Madamelo al Desi que me cante un poco que tengo unos trabajitos en casa. :)
ResponderEliminarjA JA ME ENCANTÓ , NO ERA TAL , LA ESTULTICIA!
ResponderEliminarTAMPOCO LA LEOCADIA ERA TONTA !
MUY CREATIVO Y DE HUMOR SUTIL QUE ATRAPA.
La pluma de Pennini es atrapante, con humor y cariño inocultable por la gente que toma un papel en sus relatos. Intimista e inteligente relato , como todos los que escribe nuestro colaborador patagónico,
ResponderEliminarandrés
¡Ay, mi esposo hace unos años decidió aprender a a tocar la guitarra!
ResponderEliminarNI los mosquitos y los sapos quedan, pero su felicidad es impagable. Un cuento con humor y ternura.
Felicitaciones al autor y saludos.
MARITA RAGOZZA
Logrados al extremo los personajes despiertan ternura en el lector, un hermoso rato de lectura, Carlos Arturo Trinelli
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