El caso de los ‘hijos bastardos’ de Sherlock Holmes
Mireia moya - Barcelona
“¡No lo harás! ¡No puedes! ¡No debes!”, le
gritó la madre de Arthur Conan Doyle (1859 -1930) cuando éste le comunicó su
intención de matar a Sherlock Holmes en 1893, apenas seis años después de
haberlo creado. Se había cansado del personaje que lo encumbró porque le
acaparaba todos sus pensamientos; por ello le dio fin junto a su eterno rival,
James Moriarty, en el relato El problema final (1893) durante
la terrible y ya famosa lucha en las cataratas de Reichenbach, en Suiza. El
público, indignado, clamó por su regreso. Así que el escritor escocés no tuvo
más remedio que resucitarlo e inventó una nueva historia: El perro de
los Baskerville (1902). Ya por aquel entonces entendió que
su criatura se había convertido en el detective más famoso de todos los tiempos
y que jamás se libraría de él. Lo que sí no se hubiera podido imaginar es que
125 años después de la publicación de su primera obra, Estudio en
Escarlata (1887), su personaje continuaría siendo objeto de
inspiración para escritores y cineastas, y más de 170 autores lo intentarían
copiar, incluidos su cuñado y su propio hijo.
El
número de apócrifos centuplica las aventuras ideadas por Conan Doyle, limitadas
a cuatro novelas y 56 relatos cortos
El boom
holmesiano empezó en la década final del XIX, al poco de publicarse la
primera aventura. Muchos autores se percataron de que la figura del
investigador gustaba y vendía, así que se apresuraron a crear relatos que
combinaban tramas similares a las inventadas por Doyle con protagonistas de
rasgos parecidos a Holmes: cínicos, intuitivos, desprovistos de emociones y muy
racionales. E incorporaban ayudantes a lo Watson. De este modo nacieron “los
apócrifos Holmes” o versiones alternativas del mismo icono. Memorias
íntimas del rey de los detectivesfue la primera colección que, publicada en
varios países, apostó por la imitación: una serie de revistas ilustradas
realizadas por distintos escritores donde se mezclaba misterio, suspense y
cierta fantasía con protagonistas semejantes al sabueso inglés. Exactamente 19
fascículos de esa colección (en alemán, portugués y castellano), amén de un
centenar de publicaciones apócrifas son la base de la exposición Los
rivales de Sherlock Holmes que hasta el 30 de marzo pueden contemplarse en la Biblioteca
Pública Arús de Barcelona, que empezó a principios de mes con motivo
del festival anual de novela negraBCNegra (del
2 al 11 de febrero).
Sorprendentemente,
las copias tuvieron gran aceptación, tanto por parte del público anglosajón
como del propio Conan Doyle, que de manera altruista se alegró de que sus
historias sirvieran para motivar a otros autores; incluso ayudó en algunos
pseudo-relatos para que obtuvieran mayor éxito, como la parodia La
aventura de los dos colaboradores(1893), escrita junto a James M. Barrie,
padre de Peter Pan e íntimo amigo suyo. Sherlock se dividió
así en dos: el convencional, moldeado a gusto de su creador, y el apócrifo,
nacido de plumas fascinadas por el ingenio del tándem Holmes-Doyle.
Entre los primeros competidores más emblemáticos está el belga
Jean Ray, que a fuerza de traducir al francés obras del detective del 221b de
Baker Street acabó sintiéndose capaz de superar el original e inventó a Harry
Dickson, “El Sherlock Holmes americano”, como rezaba en la portada de muchas
revistas belgas, checas, francesas y alemanas que acogieron sus aventuras. Algo
parecido intentó E.W Hornung, que después de ver el triunfo de las obras de su
cuñado y amigo personal se animó a engendrar al ladrón de guante blanco Arthur
J. Raffles. El colmo del émulo llegó hasta las entrañas de su casa cuando su
propio hijo, Adrian, decidió perpetuar la saga familiar y junto a John Dickson
Carr, escribió 12 relatos cortos donde el protagonista era, cómo no, el modélico
Sherlock Holmes.
La
muerte del autor, en 1930, no hizo más que reforzar esa tendencia que inundó el
mercado editorial de Europa y América de novelas, cuentos y revistas apócrifas
y reforzó la ya larga tradición de imitaciones y homenajes. Tanto que ha
llegado hasta hoy que el deductivo detective se ha convertido en el personaje
de ficción que más veces ha sido reproducido en la gran pantalla. Sin ir más
lejos, este año ha arrancado con el filme Sherlock Holmes: Juego de
sombras, secuela de la primera entrega que ya realizó el propio cineasta
Guy Ritchie, y con el libro The house of silk, primera continuación
autorizada en 81 años de la labor investigadora de Holmes, obra del británico
Anthony Horowitz.
El
resultado de todo ello es que el número de apócrifos centuplica las aventuras
ideadas por Conan Doyle, limitadas a cuatro novelas y 56 relatos cortos.
Gracias a ello, Sherlock Holmes ha podido habitar en la piel de muchos
personajes que han pasado a la historia de la literatura, como Guillermo de Baskerville,
protagonista de El nombre de la rosa(1980), de Umberto Eco. “Sin
duda, está escrita en honor a El sabueso de los Baskerville y
simboliza una aventura encubierta del detective”, defiende Joan Proubasta,
propietario de una de las cinco colecciones sobre Sherlock Holmes más
importantes del mundo y que hace unos meses ha donado a la Biblioteca Arús ,
dando pie a la muestra.
Jack el destripador,
Dorian Gray, Sigmund Freud, Theodore Roosevelt, El conde Drácula, Karl Marx, la
reina Victoria y Bernard Shaw han hecho cameos con el británico detective, que
ha llegado a padecer una extraña alergia a los gatos para resolver un misterio
antes que Watson en El caso del doctor (1993) gracias a la
mente retorcida de Stephen King; pero es que Mark Twain le incrementó sus
poderes en The double barrelled detective story (1902) y
Maurice Leblanc lo enfrentó a Arsène Lupin en Sherlock Holmes llega
demasiado tarde (1905). Una proliferación sin fin que ya
sería un caso en sí mismo para el propio Holmes. ■
Quizás, el secreto del éxito del personaje de Conan Doyle sea porque su proceder funciona según las leyes de la lógica. Leyes que en principio, pertenecen a todos los hombres.
ResponderEliminarEl historiador italiano Carlo Ginzburg (1939) en 1979 escribió el “Paradigma indiciario” Por razones de espacio tomaré de este texto solamente la relación que establece entre Conan Doyle y Sigmund Freud. Ambos, en sus indagaciones partían de lo particular y menos evidente para arribar a conclusiones generales. Doyle se servía de marcas y detalles involuntarios que dejaban huellas de los culpables. Freud crea un método por el cual devela conflictos ocultos en el inconsciente de la psiquis humana, a través de signos exteriorizados automáticamente en la conducta de los pacientes.
Establece la relación: síntomas en el caso de Freud, indicios en el caso de Holmes
Ginzburg los pone de ejemplo, porque él va a señalar la importancia de ésta lógica situacional en el campo de la investigación de la historia. Es uno de los fundadores de la “microhistoria” italiana, una nueva perspectiva histórica a partir del conocimiento de individualidades como objeto del conocimiento histórico. Pequeños indicios, hechos aparentemente marginales que pueden develar situaciones complejas de la realidad.
Freud había manifestado, en alguna oportunidad, su interés por las aventuras de Sherlock Holmes.
Será por eso que nuestro querido Sherlock Holmes está instalado en nuestro imaginario colectivo, y yo puedo, aún hoy, hablar con mis nietos de sus aventuras
Gracias Artesanías
Intuición, observación y una personalidad carismática es el detective Sherlock Holmes. Inolvidable. Me parece muy interesante la experiencia del escritor atrapado por su personaje.
ResponderEliminarMuy buen artículo.
MARITA RAGOZZA
El personaje Sherlock Holmes además de los atributos señalados era un transgresor y como buen personaje siempre iba contra la trama de ahí su trascendencia y vigencia, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMe interesaría leer, si la hubiera, una biografía de Conan Doyle. Como inventó un personaje neurótico, obsesivo, arrogante y sin embargo conquistador de masas. Además era adicto al opio...¿Tenía Conan Doyle rasgos en común con su personaje? Muy interesante. De paso, una vez que estuve en Londres fui a visitar la famosa casa de Baker St. y por supuesto es un museo. !!Siempre hay alguien que sabe ver el beneficio de cualquier mito!!
ResponderEliminarMe cultivé a fines de los años 30 y principios de los 40 con las novelitas pulp de Sherlock Holmes, con tapas vistosas y el lujoso precio de diez centavos por librito. Fue la época de oro de las novelitas de detectives y las del mítico personaje eran apócrifas y con un lenguaje adocenado.
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