Ésta es una historia de tiempos y de reinos
pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más
allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda
de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade
que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de
la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su
protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan
ínfimo" -sin duda estaba pensando el tirano- "es capaz de lo que yo,
pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la
fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo
salvaría. "Por humildes que sean" -dijo indicando al pájaro-
"hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".
Le fui a
quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y
puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de
dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos
y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me
despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se
terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.
Breves e ingeniosos los cuentos disponen soluciones para los protagonistas y las mismas sorprenden al lector, Carlos Arturo Trinelli
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