Liliana Pintos nació en Ayacucho (Provincia de Buenos Aires-Argentina) el 21 de octubre de 1956. Sus orígenes humildes y sus constantes deseos de superación la llevaron a vivir a Mar del Plata, ciudad en la que trabajó y estudió obteniendo los títulos de Profesora en Educación Inicial y Maestra para
Entusiasmado, empuja por primera vez las varas del carro bajo la luna
helada de junio.
Gaona abajo, mientras “El Chuli” acarrea los últimos cartones pergeñados por la noche clara. Se rasca la panza Olegario. Últimamente se le da por hacer cada ruido…!
A las once…¡ruidos! A las tres o cuatro de la tarde…¡ruidos otra vez!
¿es que la panza no se le ha acostumbrado, todavía?
Ya tendría que saberlo…en casa se come una sola vez al día. Lo demás: mate cocido. Allá nunca sobró nada. Y desde que “el viejo” se “rajó” con la chirusa ésa dela Pipi …¡menos todavía…! Aunque a la final, es mejor… ¡claro que sí!
Su madre ya no tendrá que andar tapándose con mangas largas los moretones que le dejaba él cada noche, cuando la fragilidad de las sábanas apenas le alcanzaba a Olegario para amortiguar los gritos transportados por el vino de su padre.
Sus flacos trece años ( y su séptimo grado a medio andar) empujan con fuerza incontrolable el carro semivacío, mientras la luna le tira destellos cómplices desde Avellaneda y Gualeguaychú.
-Justito en la esquina de la “Portu”- como le decimos todos -
¡ja, le van a venir a él con que tenés que estudiar así salís de la miseria, Olegario! ¿para qué iba a hacerlo, sila Flori , el Julián y el Maico lo esperaban berreando de hambre entre las maderas de la casilla allá en la “veintiuno”?
¿Qué podían saber la maestra o la bibliotecaria cuando le reprochaban que traía incompleta la tarea o que no retiraba libros?
Olegario las miraba desde el banco con silenciosa tristeza. Aunque él también las quería …no iba a explicarles nada. Ellas no podían
entenderlo. Entonces, metía la cabeza entre los hombros escuálidos y no había dios que le hiciera pronunciar palabra.
-Olegario…¿Qué comiste anoche que ahora te duele la panza?... ¿seguro que no es por la evaluación de Sociales?...¿ querés bajar al comedor a pedir la vianda? Y él apretaba los puños y decía que no con la cabeza.
No a todo: al hambre, a la evaluación que esperaba turno sobre el escritorio dela Señorita Consuelo , al sánguche que se mostraba prometedor…pero que, sin embargo, él guardaría dentro de la mochila…
Las luces a medio encender dela Gaona volvían más visibles las persianas entornadas de La Floresta. Y una música tanguera endulzaba sus sentidos aunque sabía que era música de viejos. En el patio de entrada un grupo de gente ultimaba detalles para una excursión no se sabe a dónde…
Aguza bien el oído. Quiere escuchar, pero el mareo lo distrae un poco…
Como sea, tiene que esforzarse hasta llegar ala Iglesia de La Candelaria , frente a la Plaza Vélez Sársfield. Dicen que allá hay un comedor, que les dan abrigo y que los quieren mucho…
Sigue buscando cosas para acumular en el patio de la casilla. Para vender. Para aprovechar… algún juguete para sus hermanos, quizá algún abrigo…
La noche se presenta implacable y fría así que hay que “levantar” el doble…o el triple de lo que lleva.
Sus breves trece años prometen a su vientre albores de ternuras olvidadas por una mamá que cuando él llega - bien entrada la noche- dobla el resonar de los tacos en la esquina…rumbo vaya uno a saber dónde.
El viento helado suele alargar sus sombras sobre los colchones en el suelo de la casita en la villa.
Y la mami no regresa hasta bien altito el sol, cuando los hermanos ya salieron para la escuela de jornada completa.
El problema es la cena y después, tratar de ahuyentar el frío que se
filtra por entre las maderas raídas. La oscuridad nocturna suele cerrarse como pulpo sobre su cabeza rizada e intenta dislocarlo, haciéndolo jugar al olvido, distrayéndolo de sus deberes de hermano
mayor…
No puede pensar Olegario. Una puntada se le ha instalado ahí en el costado y no hay tazón de sopa que pueda deshacerse de ella…
Entonces, de la torre de Bacacay y Chivilcoy se desata un vuelo de
palomas que acunan sus sueños de adulto precoz.
De chico que saltó etapas para elegir desvanecerse en medio del comedor - en brazos de su maestra- que empieza a comprender por qué desde hace cinco días no va a la escuela Olegario.
C.Liliana Pintos
helada de junio.
Gaona abajo, mientras “El Chuli” acarrea los últimos cartones pergeñados por la noche clara. Se rasca la panza Olegario. Últimamente se le da por hacer cada ruido…!
A las once…¡ruidos! A las tres o cuatro de la tarde…¡ruidos otra vez!
¿es que la panza no se le ha acostumbrado, todavía?
Ya tendría que saberlo…en casa se come una sola vez al día. Lo demás: mate cocido. Allá nunca sobró nada. Y desde que “el viejo” se “rajó” con la chirusa ésa de
Su madre ya no tendrá que andar tapándose con mangas largas los moretones que le dejaba él cada noche, cuando la fragilidad de las sábanas apenas le alcanzaba a Olegario para amortiguar los gritos transportados por el vino de su padre.
Sus flacos trece años ( y su séptimo grado a medio andar) empujan con fuerza incontrolable el carro semivacío, mientras la luna le tira destellos cómplices desde Avellaneda y Gualeguaychú.
-Justito en la esquina de la “Portu”- como le decimos todos -
¡ja, le van a venir a él con que tenés que estudiar así salís de la miseria, Olegario! ¿para qué iba a hacerlo, si
¿Qué podían saber la maestra o la bibliotecaria cuando le reprochaban que traía incompleta la tarea o que no retiraba libros?
Olegario las miraba desde el banco con silenciosa tristeza. Aunque él también las quería …no iba a explicarles nada. Ellas no podían
entenderlo. Entonces, metía la cabeza entre los hombros escuálidos y no había dios que le hiciera pronunciar palabra.
-Olegario…¿Qué comiste anoche que ahora te duele la panza?... ¿seguro que no es por la evaluación de Sociales?...¿ querés bajar al comedor a pedir la vianda? Y él apretaba los puños y decía que no con la cabeza.
No a todo: al hambre, a la evaluación que esperaba turno sobre el escritorio de
Las luces a medio encender de
Aguza bien el oído. Quiere escuchar, pero el mareo lo distrae un poco…
Como sea, tiene que esforzarse hasta llegar a
Sigue buscando cosas para acumular en el patio de la casilla. Para vender. Para aprovechar… algún juguete para sus hermanos, quizá algún abrigo…
La noche se presenta implacable y fría así que hay que “levantar” el doble…o el triple de lo que lleva.
Sus breves trece años prometen a su vientre albores de ternuras olvidadas por una mamá que cuando él llega - bien entrada la noche- dobla el resonar de los tacos en la esquina…rumbo vaya uno a saber dónde.
El viento helado suele alargar sus sombras sobre los colchones en el suelo de la casita en la villa.
Y la mami no regresa hasta bien altito el sol, cuando los hermanos ya salieron para la escuela de jornada completa.
El problema es la cena y después, tratar de ahuyentar el frío que se
filtra por entre las maderas raídas. La oscuridad nocturna suele cerrarse como pulpo sobre su cabeza rizada e intenta dislocarlo, haciéndolo jugar al olvido, distrayéndolo de sus deberes de hermano
mayor…
No puede pensar Olegario. Una puntada se le ha instalado ahí en el costado y no hay tazón de sopa que pueda deshacerse de ella…
Entonces, de la torre de Bacacay y Chivilcoy se desata un vuelo de
palomas que acunan sus sueños de adulto precoz.
De chico que saltó etapas para elegir desvanecerse en medio del comedor - en brazos de su maestra- que empieza a comprender por qué desde hace cinco días no va a la escuela Olegario.
C.Liliana Pintos
Tremendo relato con palabras suaves que desgarran y asoman incipientes lágrimas. Calidad de lenguaje donde la ambientación y el lunfardo callejero se une a la literatura del frío y del hambre.
ResponderEliminarMuy buena elección del editor.
Celmiro Koryto
La literatura como testimonio de una realidad que nos duele, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarInjusta historia que hace " ruido" en el alma.
ResponderEliminarQue no nos acostumbremos.
Felicitaciones a la autora.
MARITA RAGOZZA
En la historia hay literatura, descripciones de hechos y situaciones cotidianas de la pobreza y el desamparo. Aunque se sepa, hay que escribirlo y repetirlo.
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