viernes, 20 de enero de 2012

CARLOS ARTURO TRINELLI



VIDA DE PERROS II

                          El Ocaso De Araceli Arbeniz

     Los mejores momentos parecieran que siempre están destinados a fenecer de manera prematura. Así sucedió con el trabajo de escritor fantasma que heredé de Raúl Molissé.
     Joaquín Arbeniz, mi empleador, quien firmaba sus libros de autoayuda como Dennis Youlov, había desaparecido en  Nepal.
      Los diarios se hicieron eco de la noticia y no pude dejar de sentirme conmovido. La primera aproximación al mundo de Youlov había sido como cuidador de sus perros en unos días maravillosos que pasé afincado en su casa con motivo de un ciclo de conferencias que dictó en el Paraguay. Luego, participé, siempre a la sombra del famoso Raúl Molissé, en los armados literarios de los libros cuasi esotéricos del autor. Libros que, por lo general, eran refritos de otros compendios de banalidades tan consumidas por la clase media ilustrada. Alcancé a fijar mi impronta en su último best-seller, La vida, ese desafío. Allí debatí con el autor alguno de los conceptos que, al intentar darles forma, no pude menos que sugerir algunos cambios basado en la creencia de que la vida no es un teorema que se pueda explicar y que la ignorancia sobre el yo es la naturaleza de lo no explicable. También ahora, a sabiendas de la noticia, concluí que en su desaparición hubo jirones de algunas de mis ideas. Ideas para nada originales e inspiradas en un romanticismo decadente Aventuras disfrutadas a la sombra de grandes escritores y a las que, por no tener la valentía de recrear, adhería con fervor, Bierce, London, Hemingway, Quiroga y otros habían signado mi ideario y jamás pensé que un hombre como Arbeniz o Youlov, tan asentado en el buen vivir, fuera capaz de forzar su destino si es que era ése el motivo de su desaparición.
     Con curiosidad o morbosidad o no sé por qué, es decir, supe el por qué, o los por qué, uno era ver y acariciar a mis amigos los doberman de Arbeniz quizá por última vez y dos, acariciar a Araceli, la esposa de Arbeniz, sufriente habitante de un mundo desangelado.
-La señora no recibe a nadie, dijo una voz cascada en el portero eléctrico que reconocí como la de la dueña de casa.
-Quiero ver a los perros, Sumit y Jezo, preguntales si me pueden recibir, contesté con ironía y agregué con modo perentorio:-Ábrime Araceli.
-Usted se equivoca pero regrese mañana a esta hora que veré qué puedo hacer.
     Volví a pulsar el timbre, no obtuve respuesta.

     Regresé puntual a la casa de los Arbeniz, Araceli en persona me abrió la puerta. Lo que siguió fue todo un equívoco, como si me introdujera despierto en una pesadilla.
     Ella aferraba una botella de vino por el cuello, las cuencas que contenían aquellos ojos inexpresivos habían retrocedido y realzaban los pómulos del rostro enjuto. La ropa holgada acentuaba una delgadez enfermiza. El parque se había convertido en una selva doméstica.
-¿Te vas a quedar ahí? Preguntó con desgano.
-¿Los perros?
-Se fueron, no les podía dar de comer.
     Cerró la puerta y me hizo señas para que la siga. Los pastizales cubrían parte del sendero. A poco de andar escuché un ruido entre la vegetación y por un instante creí que los hermanos doberman saldrían a mi encuentro. Al detener la marcha, se detuvo el ruido. Araceli insistió en que caminara. Lo hice sin perder la noción de que algo me acechaba.
-¿Qué hay allí? Pregunté y señalé una zona del parque en donde los pastos se movían.
-Es Hubo, respondió ella con naturalidad.
-¿Hugo?
-Hubo, ache, u, be, o, Hu-bo
     Llegamos a la galería.
-¿Qué querés beber? Tengo vino, vino y vino.
     Negué el convite con la vista fija en los pastos. Como si no me hubiera oído bebió del pico de la botella  y me la pasó sin mirar, solo extendió el brazo escuálido. Tomé un trago para no despreciar.
-En la ruina me dejó tu jefe. ¡Perdido en el Nepal! ¡Qué disparate! Vació las cuentas del banco, se llevó todo. ¡Hubo! salí de ahí que el hombre es un amigo.
     La maleza se movió como sacudida por el viento y precedida por un ruido de arrastre apareció ante nosotros un mutilado. Un cuerpo sin manos, sin pies.
-Acercate, ordenó Araceli.
     El hombre reptó hacia la galería. Cuando estuvo frente a mi se arrodilló y me sonrió con un  gesto idiota. Los dientes parecían todos colmillos de un tono pardo como la cara sin ángulos.
-Hubo es mudo pero oye bien.
     El espectro abrió la boca y agitó una lengua cortada.
-Encantado Hubo, soy Enrique, dije de manera hipócrita porque lejos estaba del encantamiento. El reptil se ubicó a la diestra de Araceli. Ella le acercó la botella y Hubo abrió la boca. Al verterle el vino, el líquido se derramó por su barbilla.
-¿De dónde salió este muchacho? Pregunté con sorna.
-Me lo trajo el jardinero…
     Hubo emitió unos sonidos que, por el agite de su cabeza redonda, me parecieron de aprobación. Araceli sonrió y continuó la frase:-Lo permuté por los perros.
     No pude evitar una opinión fuera de protocolo:-No me parece un canje equitativo. Hubo inclinó la cabeza selenita y entonces agregué:-Dos por uno.
-Sucede algo que no sé si estarás en condiciones de comprender, comenzó a decir Araceli e hizo una pausa para beber, enseguida preguntó: _ ¿Oíste hablar de los órficos?
     Nadie, nunca me había hablado de las sectas de los órficos pero sí se me habían cruzado en alguna lectura que no atinaba en recordar.
-La metempsicosis relacionada con Orfeo el maestro de los encantamientos. Apenas conocí a Hubo reconocí el alma sufriente de mi difunto hijo Julito y además todo cierra, concluyó con misterio. Se acercó al reencarnado y dijo:- Mirá.
     Hubo se acostó de espalda, ella se agachó y jaló de sus pantalones que desnudaron un pene que, como una víbora dormida se derramó en el piso. Araceli me miró con los ojos en blanco y preguntó:-¿Te imaginas?
     No era difícil pero no quise hacerlo. Ella regresó a su posición, Hubo reptó hasta ponerse a su lado y con la boca le hizo un gesto obsceno.
-Ahora no, tenemos visita.
     No supe como anunciar mi partida y me quedé allí en un intento por simular comprensión.
-Las culpas mi querido Enrique tienen sus enigmas por ello no juzgo a Joaquín, él es, porque para mí sigue vivo en algún lugar, el culpable de la muerte de nuestro hijo desde el día en que lo trajo porque no hay peor muerte que la falta de identidad y yo fui partícipe necesaria.
De nuevo el silencio que resultó un aliado para decir:-Me voy.
Ella me dio las llaves y dijo:-Dejalas en la puerta, luego cierro.
     Nos dimos un beso en la mejilla y comencé a caminar hacia el portón. Hubo se arrastraba delante de mi. Abrí, le acaricié la cabeza y me sonrió. Salí con la certeza trascendente de saber que no regresaría. 

5 comentarios:

  1. Un narrador capaz de explicar conceptos lógicos o de mirar con cierto distanciamiento, un mundo de personajes bizarros, un paisaje bizarro , difíciles de descifrar, pero que no terminan de perturbarlo .Quizás en su mente coexisten dos mundos diferentes. Si bien salió "con la certeza trascendente de saber que no regresaría", mantuvo la calma y hasta las formas educadas y la ternura hasta para acariciarle la cabeza a Hubo. Hasta cierto punto, el narrador, en algún punto también eligió un modo de vida desangelado
    Me gustó mucho
    Cristina

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  2. Muy bien narrado.–La violencia pasiva y la insatisfacción de los personajes perturba creo tanto al autor como al lector y nos deja ese interrogante psicológico que espero denote en futuras entregas.

    Celmiro Koryto

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  3. Vuelven personajes conocidos y la triada trinellezca.
    Me queda una sensación de desazón y nostalgia.
    Muy bueno CAT.
    amelia

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  4. Si la señora no recibe a nadie. . . mejor dejarla o tener la audacia de encontrarse con extrañamientos, ritos esotéricos, morbosidades, y demás yerbas que deleitaron la parte oscura y mórbida de mi ser.
    Psicologizando un poco, cada uno busca suplantar como puede sus pérdidas.
    Felicitaciones, Carlos, y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  5. La pericia de Trinelli pinta una narración con el tema morboso que la caracteriza. Escrita con dedicación, el autor entreteje una historia en la que todos los parámetros de las "buenas costumbres" se guardan en un armario y se desatan los complejos y aberraciones de la sociedad que no se ve...

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