Sexton Bakle; Caballito y la niñez
Presumido como la cola abanicada de un pavo real, puedo evocar mis primeras lejanas e imborrables lecturas de las primeras planas de Crítica el día que murió Gardel en Medellín -vivía en Almagro- (junio de 1935), o el estallido de la guerra civil en España Julio de 1936) cuando ya nos mudamos a Caballito. Los títulos del diario de Botana eran tan impresionantes que cualquiera, excepto un ciego, incluidos tuertos y analfabetos, hubiesen podido aprender a leer en un par de horas. Y aunque en esos días yo aún no había cumplido los seis, tamaño desastre sólo podría haber dejado indiferentes a retardados. Ese fue mi primer curso acelerado de lectura.
Tenía seis años en1936 y era bastante nuevecito en Caballito. En la esquina de Paisandú y Gaona había un bodegón; y al lado del ventanal un canillita vendía los diarios de la mañana apoyándolos en un banco de madera,. Enfrente estaba la panadería Del Carmen. Allí me mandaba la vieja a comprar los pancitos alemanes, las flautas de pan francés, y los domingos, acompañando a mi hermana, llevábamos la asadera con el asadito de tira y las papas, recibíamos un cartóncito con el número y al mediodía íbamos a retirarla (un sabor que se perdió en el tiempo).
De los vueltos (o de los mandados que le hacía a veces ala Señora Teresa), por cinco guitas compraba el diario El Mundo después de las 11de la mañana. Esa fue mi segunda escuela de lectura.
De los vueltos (o de los mandados que le hacía a veces a
Lo de Sexton Blake vino después. Aprovechando que iba a la escuela de tarde y tenía las mañanas todas para mí, en una de mis primeras excursiones por las calles de Caballito, allá por 1936/37, descubrí un quiosco de venta de cigarrillos, revistas y libros regenteado por un pelirrojo corto de vista cuyos lentes parecían diminutas lupas encofradas en un marco de carey, y cuyo grosor y dimensiones ocupaban el tercio superior de la trucha pecosa del sujeto.
. Ubicado sobre Gaona casi esquina Donato Alvarez, al lado de una lecheria en diagonal a la Plaza Irlanda, los libritos expuestos allí fueron para mi una atracción multicolor, una fascinante vitrina imantada sobre la que mis ojos se posaban con ternura virgen de novato sobre los Tarzanes de los monos, los de misterio de Edward Wallace y series del lejano oeste. Las que me produjeron un mayor impacto visual eran los de Sexton Blake, con sus tapas coloridas cuyos reflejos danzaban sobre mis pupilas y yo tiritando por la emoción: escenas callejeras, policias ingleses, autos del año de la bartola, algo de sangre y algún malhechor con la gorra con visera o algún lord de esmóquin y galerita abatido con un puñal que sobresalía de la anónima espalda. Esas ilustraciones generaban en mí una irreprimible voracidad para entrar con un bufoso y llevarme el estante de novelitas... Ganas irrefrenables de practicar el escruche con fractura, renovadas en cada una de mis incursiones e impelido por una especie de silenciosa percusión de la selva que sólo yo podía oír, y que soliviantaba mis cinco sentidos e instigaba a un sexto, oculto, agazapado, que solía instigarme a cometer el delito... Los deseos despertaban pero faltaba el valor del último momento.
–¿Cuánto cuesta cada librito de éstos? , pregunté al pelirrojo.
–Diez guitas, pibe... y después que lo leés traémelo que te lo compro por cinco – me farfulló con la voz algo ronca mientras me echaba el humo apestoso del cigarrillo en la cara.
Metí la mano en el bolsillo del pantalón y no encontré ni un cobre.
–Vuelvo mañana y me llevo uno de Sexton Blake – le dije con voz mutilada por la falsa apatía... Me contempló con una piedad falluta y siguió con lo suyo. Yo tragué saliva...
Salí del quiosco e iba caminando con la mirada abatida sobre la vereda. Tal vez hallase alguna chirola, un sope arrollado durmiendo sobre el cuadrado de tierra que cercaba los paraísos...Aún no sabía que los milagros sólo ocurren en los libros de nigromancia o en el bío. (Hoy las evoco como las 24 horas más largas de mi vida). Era el mes de julio, y al día siguiente amaneció frío y lluvioso. Mi vieja no me dejó salir... A los seis años no podía ni pensar en un motín. Hubiese recibido un flor de cachetazo de mi viejo. La ansiedad se había multiplicado.
Hacia el mediodía amainó el aguacero y después de agarrar los útiles, meterlos en aquellas carteras de cuero de los años treinta, salí disparando. Pero en lugar de enfilar hacia Luis Viale donde estaba la escuela, corrí hacia Donato Alvarez, entré en la templo del libro y estuve un rato hojeando algunos libritos, Me decidí finalmente por uno cuyo título era Crimen en las calles del Soho. La tapa tenía un fondo amarillo, se veía un farol antiguo y la sombra de un tipo apoyado en un umbral sombrío. Fue como un espejismo…
–Me llevo éste, tome los diez centavos – le dije con simulada cortesía.
–Vení cuando quieras, pibe, Y elegí los que más te gusten: éstos de Sexton Blake son bárbaros... Yo me los leo en una noche. Chau.
Llegué tarde y la maestra de primero inferior me entregó una nota a la salida que debería firmar el viejo (andate a la mierda, exploté sin abrir el pico). Para mí fue como la conquista del Perú. Así comencé mi odisea detectivesca de lector de novelitas que ya nunca iba a abandonar.
Las horas de clase me parecieron interminables; me sentí como en un juicio de la inquisición. Al salir de la escuela llegué volando a casa, y mientras tomaba la leche con una pizca de café y pan untado con la manteca dayrico, me enfrasqué en la lectura de las peripecias de Sexton Blake y su ayudante Tinker. Así conocí al inspector Coutts, un imbécil de Scotland Yard, y al amigo del detective, Sir Purcevale, dos zoquetes que siempre tenían sus estúpidas o facilongas ideas sobre los casos en que intervenía Sexton Blake. Brindaban razonamientos tontos y lineales que apuntaban a realzar las deducciones y logros del protagonista. Con la perspectiva de comprar varios tomitos juntos, comencé a amarrocar chirolas, hacer mandados, mangarle monedas a mi hermana.
En el curso del primer año ya tenía una colección de tapas multicolores con las andanzas de Sexton Blake en las callejuelas de Londres y en lugares famosos de la urbe... ¿Por qué no me traés los libritos que ya leiste, pibe? Te los compro y vos te llevás otro, me acosaba el pelirrojo. Me olvido, le decía sin convicción. ¡Qué le iba a devolver! Era mi primer tesoro. Los guardaba como si fuesen monedas de oro y plata. Recorría los títulos, me regodeaba con respuestas a lectores que hacían preguntas (como si el mismo Sexton enviara las respuestas). Era el inicio del largo viaje que haríamos juntos...
Los amigos de la barra de Figueroa no leían libros: sólo revistas ilustradas como El Tony, Tit Bits, el Pif Paf. Yo tragaba las novelitas y prefería imaginar a los personajes, darles una fisonomía, fantasear las peripecias en las callejas oscuras de Londres, los hampones con sus gorras de visera, las coristas pintarrajedas y los policías de Scotland Yard según modelos engrampados de las películas de la época o resaltadas en sus tapas. Era como estar allí y ser parte de la acción.
Mantuve mi fidelidad hasta los albores de la pubertad. Ya se habían entrometido en mi vida otros autores pero no podía desprenderme de los libritos: fueron mi primera biblioteca, me escoltaban en todas las mudanzas. Los cuidaba más que a los libros y los cuadernos de la escuela.
Pasaron muchos años. Tuve varias bibliotecas, grandes y prestigiosos autores resaltaban en los precarios estantes, me jactaba de mis lecturas pero Sexton Blake y su ayudante Tinker fueron anécdota, evocación, fragmento de infancia que nos acompañaba siempre. Recordar a Sexton y ese cacho de la niñez es, como escribió Juan Forn en estos días, volver a casa... Como volver a comer la sopa de pollo de la vieja, como verlo al viejo fumar un fontanares atrás de otro, y ver a mi hermana la nena de 12 años. Es como disfrutar de los pretéritos y nostálgicos recuerdos del alcázar de mi vida ■
Un viaje al pasado, un niño que desea y atesora narrado por el protagonista muchos años después y sin embargo tan vívido, tan pleno que emociona y logra la identificación, maravillosa crónica, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarUn relato que sólo el protagonista de la historia podía narrar con tanta precisión. Logrado y conmovedor.
ResponderEliminarRecuerdos de otras épocas que muchos compartimos. El amor a las calles,las vivencias, los personajes de otra era -la nuestra-. Los chicos que viven en la vorágine de hoy, sin salir a la "puerta", sin compartir con los vecinos toda esa vida callejera,¿cómo serán, qué clase de recuerdos atesorarán? Ester Mann
ResponderEliminarAH! Se me olvidó decir que está muy bien contado, con ternura, nostalgia y también, es necesario decirlo, con oficio. Ester
ResponderEliminarAndrés estos relatos , tan bien elaborados -con oficio -como dice Nurit , me producen una profunda ternura y pienso en lo que dice Rilke , de la patria de la infancia.
ResponderEliminarEl objetivo del autor está cumplido :
con-mover , movilizar , producir resonacia en el autor.
amelia
No puedo imaginar Caballito sin Aldao. Es más, acercarse a estos escritos tuyos, permite recrearse por un rioba que ahora está tan lejos...Muy tiernos recuerdos que nos permite espiar la biblioteca de una niñez tan bien pedaleada. Si fuera la dueña del barrio, ya le hubiera cambiado el nombre por el de Aldao a Caballito. Tus recuerdos son siempre más de un mismo baúl que no termina de sorprender. ElsaJaná.
ResponderEliminar"Me contempló con una piedad falluta" y es esa y otra y otra, frases que se quedan orillando el placer, que nos dejan envueltos en nostalgia, que nos plantan allí, en el lugar que elegis describir. He quedado con una sonrisa luego de leer este relato, admiro cada vez más tu lucidez Andrés, esos recuerdos que te han permitido maravillarnos a través de la palabra. Un abrazo enorme y feliz feliz 2012
ResponderEliminarLily Chavez
Toda una fortaleza de memoria literaria impregnada siempre de ese sutil trazo entre la línea divisoria del pasado cercano y ese maravilloso estilo que por conocido nos incita a releer siempre.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
"Como volver a comer la sopa de pollo de la vieja"
ResponderEliminarLos recuerdos, la imagen configurada y el lenguaje. Una relación exitosamente construida en este relato. Dónde las primeras lecturas que maravillaron se entrelazan con el perfume a sopa de pollo de la vieja, y sumergen al lector -en este caso a mí- en un mundo pleno de ternuras y nostalgias.
Gracias Andres
Ofelia
El puchero, de la vieja, los raviolesde los domingos amasados el sabado a la noche, la factura de la tarde y los buñuelos despues de la siesta, todo el sabor de la infancia, todo el recuerdo de una vida que nunca se deja de recordar como el mejor tesoro que poseimos.
ResponderEliminarTe felicito, estos relatos son mis preferidos al escribir y una delicia leerlos de la pluma experta de tu mano y tu corazon
Carmen Passano
Con la lista de lecturas de nuestra niñez y primeros años juveniles se puede hacer una radiografía de la personalidad y cómo se va formando. Es como entrar por primera vez a una casa y fijarse qué libros tiene en su biblioteca.
ResponderEliminarEl cuento es la dulce memoria de una niñez que levantó los primeros ladrillos de nuestro ser.
Maravilloso, Andrés.
MARITA RAGOZZA