lunes, 2 de enero de 2012

GERARDO PENNINI



CUENTOS DE ANTES 

Telémaco era cocinero en el vapor de la carrera. Así se le decía al barco que hacía Montevideo-Buenos Aires ida y vuelta.Hablaba algo de inglés porque llegó a bordo de un barco contrabandista de whisky y cigarrillos, pero antes había navegado en un transporte polaco que traía mujeres a Rosario y Buenos Aires en el camino de los burdeles más famoso de América. Un día apareció en Villa Urquiza, cuando las calles eran de tierra con zanjas laterales y el lechero venía de las quintas en un carro.
Telémaco llegó con plata, se compró una esquina sobre la avenida empedrada y puso el consabido almacén y despacho de bebidas. A nosotros, que lo íbamos a escuchar con nuestros pantalones cortos, adaptados de algún hermano o primo mayor, nos contó cien veces la historia de su fortuna. Una noche de sudestada grande, el vaporcito encalló en uno de los bancos de arena del Plata. Cuando cambió el viento a nor-noreste, volvió la marejada con toda el agua que traía el Paraná crecido y el buque flotó de golpe un tiempo y luego se tumbó sobre babor.
Telémaco y su ayudante, el gallego Pancho, hicieron sogas con manteles retorcidos y las ataron alrededor de un tambor de aceite. Agarrados de esas sogas, flotaron río adentro hasta que la deriva los llevó hacia un islote frente a la costa uruguaya. Los primeros días sobrevivieron apenas comiendo cangrejos, hasta que un camalote trajo una curiyú enorme. "No medía menos de cinco metros" decía Telémaco ejemplificando a lo largo del mostrador con las manos. "Y así de gruesa" y señalaba siempre una polvorienta damajuana de aceitunas. Total que el hambre no es zonzo, la carnearon y haciendo fuego con un yesquero -nunca habían confiado en fósforos- comieron carne de víbora un par de días.
Pero el verdadero cuento empezaba cuando el ex-cocinero relataba lo que encontraron en la panza de la curiyú: unos lentes con armadura de metal, unos zapatones y una pipa.
Cuando el hambre empezaba otra vez a torturar a Pancho y Telémaco, vieron una vela que se movía entre los juncales. Eran avances raros, deteniéndose, volviendo, entrando en algún canal. Esto dio tiempo a los náufragos para hacer una gran fogata con paja, que fué vista desde la chalana, que embicó hacia el islote.
- En la proa venía un inglés con largavistas- contaba Telémaco- Era el que mandaba, y revisaba todo alrededor. Lo primero que nos preguntó cuando tocaron el islote, fue si habíamos naufragado con un compatriota suyo. Cuando le dijimos que no habíamos visto ningún inglés, les juro que parecía que iba a llorar o algo así. Le dijimos que no, que los únicos que flotamos hasta el islote éramos nosotros. El inglés no decía nada, apretaba las manos y seguía mirando medio con cara de loco todo en derredor. Los tapes que bogaban la chalana lo esperaban con paciencia, parecían acostumbrados. De repente me acordé de las cosas que encontramos en la panza de la víbora y se las mostré. Cuando las vio el hombre dio un saltito hacia atrás haciendo gorgoritos. Después agarró las cosas, las apretó contra su cuerpo y con una mano me agarró el hombro, casi me lo parte. Envolvió los lentes, la pipa y los zapatos en su propia camisa y cuando iba a saltar a la chalana se dio vuelta, metió la mano al bolsillo y nos arrojó unas libras esterlinas de oro. Por suerte los charrúas del bote nos hicieron subir y vinimos todos al Tigre, que si no todavía estamos mascando monedas con el gallego en medio del agua.
Para ustedes esta parte de las monedas de oro será pura fantasía, pero en la época de las "vacas gordas" que iban a parar a los frigoríficos ingleses, no era extraño ver por ahí alguna esterlina. Claro que las vacas gordas eran para unos, para la mayoría vacas y monedas también eran cosas fantásticas.
Un día apareció por el almacén el famoso Pancho. Al principio trabajaba de mozo y dependiente. Pero como era la excusa para alzarse un pedo diario, Telémaco le consintió venir a las tardecitas a charlar, hacía menos líos, chupaba menos y se iba a dormir igual de borracho.
Así vino el desastre.
A los borrachos se les suelta la lengua, y el gallego que ya la tenía bastante larga, soltó un secreto terrible. En realidad la plata con que se vinieron los dos pajarracos a Buenos Aires, provenía de un robo a los pasajeros del vapor de la carrera. Lo único cierto era que saltaron al agua y un cómplice inglés los esperaba con un bote. Repitiendo la historia, Pancho llegó a contar que al inglés lo degollaron y lo dejaron en una isla. 
Lógico era esperar que cualquier día al salir del boliche Telémaco asesinara a su socio, pero con eso hubiera comprobado esta versión de que ambos eran delincuentes, de manera que le daba todo el vino que podía embuchar y lo dejaba ir.
La tensión ya duraba casi una semana cuando cayó la partida, agarraron a Telémaco y a Pancho y nunca más los vimos.
Cansada de palos y malos tratos, la mujer del almacenero los denunció a los dos y terminó viviendo muy tranquila con sus hijos en el almacén y despacho de bebidas, hoy Minimarket Don Telémaco.  ■

5 comentarios:

  1. Se podría recrear la letra para componer un tango !!!! Feliz Año.

    PD Me encantan los temas que insertaste en el Blog, interpretados por Gardel !!!

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  2. No lo puedo creer! Mi cuento publicado junto a Humberto Constantini

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  3. Muy bueno. ¿Serà que la mujer lo mandò en cana sòlo para poder esperarlo fielmente, como el Telèmaco de Ulises?

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  4. El quid de la cuestión es que es un cuento muy bueno y que el pasado es un nexo para unir una historia Verniana con la atención y la tensión de llegar a un final imprevisto.
    Autor Páginagris no importa la ubicación sino que usted es leído como se merece.
    Celmiro Koryto

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  5. El autor utiliza con maestría la confusión para recrear dos escenarios igual de interesantes que se resuelven como en los grandes relatos, contra la trama, muy bueno, Carlos Arturo Trinelli

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