sábado, 12 de febrero de 2011

- LUIS GUDIÑO KRAMER - NO TENIA PASTA

 NO TENIA PASTA 

Cuando mi compadre González jue nombrau jefe de policia de la capital, me hizo nombrar comisario en Santo Tomé. Yo andaba galguiando de pobre y fui. La comisaría en esos años era un pobre rancho, con un milico cansau, y dos cabayos reyunos.
Una noche de invierno, estábamos con el soldau, aburridos, cuando cayeron dos linyeras a pedir permiso para pasar la noche. Venían hambriaus, los pobres, y yo, ¿qué les iba a dar? Si andábamos casi lo mismo. Pero les di un alce. Les dije que juesen y se rebuscasen por las quintas, y volvieran temprano, que los íbamos a esperar.
Salieron los hombres y al rato nomás, ya sentimos dos tiros de escopeta.
Por detrás de los hombres, cayó un quintero a dar cuenta. Menos mal que no los vio, ni gritaron las gallinas.
Las plumas de las batarazas, que el gringo decía que tenía a punto de mandar a la exposición, que eran finas y vaya a saber cuántas otras ponderaciones, las tiramos en la letrina. Hicimos un puchero, comimos, y como después de medianoche pasaba un carguero, los hicimos embarcar a los linyeras y nos volvimos tranquilos. Recuerdo que los pobres, antes de subir al vagón, me dijeron: "Usté es un hombre gaucho. Nunca nos vamos a olvidar de usté."
Ya en la comisaría, al ir a anotar la denuncia del gringo, por las dudas, vimos que nos habían llevau el tintero, y caímos en la cuenta que también nos habían robau los cuchillos.
Después me trasladaron al Alto Verde. Nos culpaban de no vigilar y los gringos se quejaban de los robos de gallinas.
En el Alto Verde, estaba una mañana tranquilo, durmiendo, cuando me despierta el ruido de unas bombas. Como el río es angosto, se siente patente cualquier buya de la ciudá. Me levanto y le pregunto a unos guitarreros, que tenía presos porque habían andau haciendo barullo en el boliche:
-¿Qué será, muchachos, esta buya?
-Es por el 9 de julio, comisario -me contestaron...
-La pucha...Me había olvidau...
Bueno, dije, vamos a tirar unas bombas, siquiera. Pero, ¿de ánde yerba?
Entonces pensé en hacer unas descargas, pero no tenía más que cuatro carabinas de un tiro, y nosotros, con el melico, éramos dos, apenas. Nos fuimos, pues, con los presos y desde el borde de las barrancas hicimos unas descargas. Retumbaban los tiros en el agua. La gente de la vecindá comenzó a asomarse por las ventanitas de sus ranchos, los cogotes largos. Entonces los mandé a los guitarreros a buscar los instrumentos, bajo palabra, y mandé buscar un asau, un poco de vino y galleta.
Reuní a la gente, y festejamos el 9 de Julio. Viera qué farra se hizo. A la tarde estaba la gente alegre, y me pidieron permiso para hacer unos tiritos a la taba. Y le metimos nomás. Al anochecer hicimos baile, y hubiera visto, a los guitarreros, chispiaus, meta música, y la mozada divertida que daba gusto. Hasta se payó, amigo.
En lo mejor se nos presenta el sumariante, que venía por los detenidos. Lo invité a quedarse un rato, pa hacerle honor a la fiesta, pero el hombre cuando vio a los guitarreros contentos, cantando, y la mesa de monte en el medio de la calle, alumbrada por un Sol de Noche, me miró feo, y me dijo:
-Comisario. Esto no lo hace ni Paco Bustos. Renuncie amigo. Será mejor...
Yo no sé quien será el Bustos ese ¿no?, pero pa evitarme disgustos y no hacer quedar mal a mi pariente, renuncié. Y acá estoy, sin empleo.
Fuente: GUDIÑO KRAMER, LUIS, Cuentos de Fermín Ponce. Buenos Aires


EL HORNO - Joaquin Gomez Bas

Era un invierno criminalmente frío. La idea se le ocurrió al abrir la tapa del horno y sentirse envuelto en una ola de aire caliente, achicharrante. Sería un verdadero negocio envasarlo y venderlo.
Lo puso en práctica en seguida. Salió a la calle con un carrito de mano y casa por casa fue adquiriendo a precios de pichincha centenares de botellas vacías. Ya en su casa, encendió el gas del horno y aguardó a que se elevara la temperatura interior. Cuando consideró logrado el punto conveniente, abrió, metió la cabeza dentro, aspiró el aire abrasante y lo sopló en la primera botella, que tapó ajustadamente con un corcho. Repitió el procedimiento con unas cuantas y salió a venderlas.
Hizo un negocio redondo. Las vendía en cajones de doce botellas cada uno y no daba abasto. Lo único en contra era que de tanto meter la cabeza en el horno había perdido, en reiteradas chamusquinas, el pelo de la cabeza, de las orejas y del bigote. Sin embargo, no desistía. Ganaba mucho dinero. No era cuestión de abandonar semejante ganga por pelos de más o de menos.
Un día sintió cierta picazón en una oreja y al intentar rascársela se le desprendió convertida en ceniza. Lo mismo le paso con la otra a la semana siguiente, y más tarde con la nariz, el cuero cabelludo, la piel de la cara y los párpados. Inexplicablemente, conservó hasta el final los labios. Cuando éstos también se le cayeron le resultó imposible soplar el aire caliente dentro de las botellas. Y se le acabó el negocio.
Fuente: Revista Testigo (dir. SIGFRIDO RADAELLI), Nº 5. Buenos Aires, enero-marzo, 1970

6 comentarios:

  1. Conocía los cuentos pero fue muy lindo re-leerlos y disfrutarlos.
    Gracias Artesanías


    Irene

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  2. Lo que me gusta que la revista me despierta nostalgias por leer algunos autores. Me acordé que en mi casa de Deán Funes debe anadar "Liñeando" o algo así, un libro de Luis Gudiño Kramer que recuerdo de humor. Este autor del siglo XX que murió a los casi 100 años, debió tener 95 y que, en No tiene pasta, conserva ese lenguaje no fácil de aplicar en la narrativa que hace más interesante la historia. Un gusto haber leído y bueno, El Horno es un cuento que conozco y creo que lo leí por primera vez incluso en Artesanías. Felicitaciones por la elección.

    Lily Chavez

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  3. INTERESANTE RELEER ESTOS TEXTOS DE AUTORES TAN CONVENIENTEMENTE SELECCIONADOS PARA CONVIDAR DE SU PALABRA A LOS LECTORES DE ARTESANOS LITERARIOS.

    EDGAR BUSTOS

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  4. Gracias Andrés por traer estos autores, creo que toda relectura es una nueva lectura.
    amelia

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  5. Dos cuentos para la tranquilidad de un domingo
    cuando hace poco que han despertado los pájaros y algunos de los niños duermen todavía.

    Pedro Altamirano

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  6. Calidad en estos cuentos de Gudiño Kramen y Joaquín Gomez Bas.

    María Elena Vilches

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