domingo, 13 de febrero de 2011

ANDRÉS ALDAO - aventuras y desventuras



3. Ale... La ópera prima

Hasta que ustedes sean
dueños de sus propias almas,
no lo serán de la mía
(Philip Marlowe)
Raymond Chandler

Llueve, hace un frío de morirse. El cuadro está vacío, salieron al recreo. Mi cuaderno tenía anotaciones en los márgenes, papeles abrochados con ganchitos. Anotaciones, acotaciones... Escribo y escribo. Llegó una carta de Samuel. Me agradece que haya dado la cara. No me lo pidió. Fue mi decisión. Y yo, asfixiado aquí en Devoto; tengo ganas de mandarlo a la mierda.

Aspis... Con todo. Me temblaron las manos... Aspis... Con todo repicaba en mis oídos como un bolero cantado por Pedro Vargas. O mejor, quizá, José Mojica que luego se hizo franciscano. O cura: es la misma muerte civil. Tardé dos minutos en reunir las pocas cosas que me llevaba. Todo el resto quedaría para la ranchada del cuadro quinto.

Me abracé con algunos de los colegas. Ahora ex... En especial con Orlando Roig, el Profe, un levantador de autos cuyas historias fueron una especie de flitera antitedio. Nos brindamos una leal amistad y fue él quien posibilitó mi ingreso a la ranchada de Mano Santa, un chorro de alta escuela. Orlando era un personaje poco común. El choreo constituia para él un medio de vida honorable, con un código de dignidad y normas de conducta que lo hacían único. Nunca portaba armas en su trabajo. Si perdía iba en cana, aguantaba la máquina y la asumía como chorro solitario. Jamás batió a un colega y se comía los garrones con dignidad de ladrón de clase. Llevaba enjaulado tres años e iba a salir en un par de meses. Me miró de frente, como gustaba repetir, y me dio un abrazo de hermano...       

Salí del cuadro. El celador iba un poco retrasado, yo con mis manos atrás. Tenía deseos de volar. En el penal podía escribir, claro, aunque recordé las requisas, las pertenencias revueltas y arrojadas al piso.
Estás preso. Sos un cero. Una entelequia. Un ex hombre. Te olvidás de abrir y cerrar puertas. Vivís como en manada, sos un gregario, un incoloro... un prontuario, la foto de frente y de perfil. Las huellas digitales. Número de preso. Tu nombre es un accidente: Alejandro Aspis sólo existe fuera de Devoto...
Firmas, papeles, devolución de los enseres del penal, la ropa. Un sentimiento de no pertenencia. Doce meses entre chorritos de morondanga, cafiolos jovencitos que daban pena, dos lanceros chilenos, chorros y un tachero asaltante de tacheros. Y Orlando Roig. Me había peinado a la disparada. Sin afeitar. Me puse el traje. Medias y zapatos. Dos guardias me acompañaron a la salida. Uno de ellos, el Cara Picada Salinas, me tendió la mano. Cuidate Aspis, no vuelvas más por aquí, no es pa´vos...

Afuera, el aire parecía otro; un aire sin miradas torvas, sin mate cocido, sin panazos avasallados por la miga que te gaseaba el estómago y la existencia. Ahora andaría libre. Sin las manos atrás.
Toña y don Samuel, apoyados sobre el taxi, me extendieron los brazos. El Holandés, esgrimiendo el cigarro y envuelto en una niebla azulada me devolvió a la realidad. La garúa acariciaba mi cara y yo me sentía feliz. Toña me contemplaba; sollozaba como una vieja alquilada para velorio. La abracé y le di un beso en la mejilla, al lado del alfiler de gancho estremecido.
—Aspis, muchacho, ha resucitado... todo va a ir bien ahora.
—Don Samuel, hace cuarenta años que me prometen todo va a ir bien ahora, ¿sabe? Pero nada fue ni va a ir bien.
—No sea pesimista, Aspis. Le alquilé a unas cuadras del Congreso un departamentito de una habitación con una cocinita. Tiene pagos tres meses. Para empezar no está mal.
—¿Y mis cosas? ¿Qué pasó con ellas?
—Están en su cuarto. También la computadora.
—Y comida en la heladerita, Aspis— me anunció Toña rascándose la nariz con un movimiento circular.

Me despedí de los dos. Llegué a Entre Ríos y Venezuela. Una habitación cómoda. Mis muebles ordenados, la mesa y un par de sillas, la estantería con los libros. Ropa nueva. Encontré la carpeta con mis cuentos. Los que Bermúdez no me pudo publicar.
Quería tomar unos verdes. El año en Devoto me convirtió en un mateadicto. Encontré el jarrito, las dos bombillas, la pava con rastros de hollín. Olían a mi vida anterior, ese desenfreno irreparable que me llevó a caer de hoyo en hoyo... Dejé el mate arropado en las ganas. Aferré la carpeta con los cuentos. Me detuve en el título. Curioso título: DoReMiFaSoLa: Ar pe gio (Arlt—Perón—Giovani Papini). Comencé a repasarlos. No estaban mal. Sentí, como es que dicen... un nudo, una sensación de fracaso, me rompí todo pergeñando esos cuentos de mierda mitad fantasía, mitad evocaciones, vida, delirios y alegorías, amigos, mi ex mujer, el gran fracaso... y siempre eufórico.

Tenía que decidir mi futuro inmediato: Bermúdez y literatura, o don Samuel y crónicas escandalosas. Tiré una moneda al aire: cara Bermúdez, seca don Samuel. Me engañaba… Con cualquiera de las dos posibilidades iba a naufragar. El riesgo no son ellos. Soy yo. Lo sé... soy un náufrago que a la postre va a parar a la isla Juan Fernández y se siente aborrecido por medio mundo. O amado por muchos.

Me fui caminando. Agarré para el este. Al cruzar Congreso recordé un cuento de Onetti ambientado en esas calles. Me avergoncé de los míos. En realidad, pensé, Onettis y Arlts nacen dos por generación. Todo el resto son aprendices de brujería literaria. Yo me refugio en la manada. Es cómodo.
Miraba a la gente, al cielo con nubes extravagantes, todavía llevaba los barrotes estampados en la mente, veía las caras de los celadores, los ruidos lejanos de rejas que golpean a toda hora y las ceremonias desalmadas y repetidas. Seguí por Rivadavia; huia de la esquina fatídica.
En Reconquista 651 entré  al edificio. ¿Bermúdez sigue en el cuarto piso? inquirí en portería. La tucumana se encogió de hombros. Cuando la bilis comenzó a treparme salió el hijo, o algo por el estilo, y me preguntó si buscaba al editor. Sí, busco a Bermúdez. Hay muchos que lo están buscando, señor, me dijo ufano. Sonreía con jeta de pingüino. Era para romperle los dientes. Me largué.
Tenía que optar por el peligro: buscar trabajo en la Agencia. Lo dejé para el día siguiente. Regresé y de paso compré un kilo de yerba, doscientos gramos de mortadela, una flauta larga y crocante y en un quiosco el noble Trombón de la familia ídem. No imaginé que una noticia que iba a leer allí en breve cambiaría mi vida. No podía imaginarlo. Ale Aspis entraría en la dimensión desconocida y riesgosa de la Agencia. En las redes imponderables de don Samuel el titiritero.

Compré una plantita con flores violetas en el quiosko de Riobamba. Entré a la Agencia...  Los papeles, diarios y revistas viejas habían convertido el lugar en una trapería gitana. El humo azulado del habano me indicó que el dueño se hallaba en algún recoveco. Busqué a Toña; la mesa con la pc estaba debajo de la escalera que llevaba al entrepiso, sus ojos estrábicos se cruzaban en un punto recóndito, en la intersección de dos líneas enigmáticas e invisibles. Me sonrió con un pliegue de sus labios, aunque nunca pude averiguar si me había visto o estaba imaginándome. Le dejé la plantita.
—Aspis, muchacho, venga aquí...
Suspiré y me acerqué pisando el suelo con suavidad. Advertí una calígine gris azulada y comprendí que don Samuel estaba abroquelado al otro lado de una flamante pila de revistas viejas. Lo saludé.
—Don Samuel, he venido a verlo. Quiero un trabajo serio, un trabajo sin riesgos. No me pague triple ni doble. ¿Qué dice?
—Aspis, no se crea que me dio alegría lo ocurrido. Usted me protegió, asumió los cargos sin implicarme. Pero yo no le pedí que se metiera en ese lío. Usted es impetuoso, Aspis. Tendría que ser torero. O acróbata.
—Es posible... Dígame, ¿tiene trabajo para mí? Además, quiero publicar mi libro de cuentos: recomiéndeme a algún editor. Un editor para obreros de la pluma, el proletariado de la literatura.
—Usted escribe bien, Aspis, pero publican a los que se ganaron un nombre. O a los idiotas que tiran la plata en esas editoriales que brillan por las ofertas y lo clavan alegremente a una lista de promesas imposibles. Blablas que enceguecen a los tarados con las letras de molde de libros en papel ilustración. Ja ja ja. Aspis, no me haga caso, muchacho: pero vengo de vuelta, ¿sabe? Soy un zorro veterano: voy a hablarle a un amigo, a mí me deben muchos favores. Pero usted tiene que trabajar, Aspis. Le voy a encargar una nota fácil. Y hágame el favor de no apropiarse de nada.
—Algo legal, ¿no?
—Más o menos, Aspis, es un asuntito inofensivo. ¿Leyó los diarios hoy? Venga, acérquese...
Así recomenzaron mis infortunios. Los asesinos, los atorrantes y los giles siempre vuelven al lugar del crimen, barrunté.

Era un premio de novela muy importante. Cinco jurados y cien mil verdes de recompensa. Hubo un ganador. No era posible apelar el fallo de los jurados. Pero alguien se chivó y llevó la queja a Trombón. No había pruebas. Cinco jurados. Cinco tipos que debían decidir, elegir la mejor novela según su parecer. Necesitaba a uno sólo... La historia es más o menos como sigue:
Una editorial conocida convoca un concurso de novela. Jurado de prestigio. Se presentan más de doscientos participantes. La editorial empalma un caballito de Troya: el manuscrito de un autor que tenía un contrato firmado tres años antes de la convocatoria del concurso. Pero hay otro finalista, Godofredo Olafsen... Es en ese momento que se cuela el manuscrito de Billetes y Cenizas del protegido Richard Pigliavich. Ahí se pudrió todo. Casi.
Con gesto pícaro a lo Charles Laughton, don Samuel me susurró: Hay que conseguir pruebas, Aspis, aquí tiene los cinco nombres, muchacho. Suerte... Casi me ahoga; me hablaba y la humareda azulgrisácea me dejaba sin aire. Luego me guiñó el ojo.

Las palabras del Holandés resonaban en mi cabeza como cantitos de sirena. Me imaginé en el estrecho de Mesina y a ambos lados Escila y Caribdis cantándome arrulladoras baladas. Menos mal que en esos días tarareaba día y noche Fuimos (¡Vete!... ¿no comprendes que te estás matando? Tararí tarará). Tomé para el Congreso: lleno de canas, un grupo de tipos llevaba un inmenso cartel, puteadas desde los colectivos. Crucé Belgrano. Entré en el cuarto en el momento en que sonaba el teléfono: había olvidado advertirle a los de la Agencia que no quiero ese siniestro aparatito en mi casa. Me quedé mirándolo mientras el ruido se me antojaba una incursión marciana. Levanté el tubo (soy un miserable felón). Era don Samuel: muchacho, tráigame mañana el manuscrito... encontré un editor para su libro, y colgó con tanto estrépito que me destapó el oído.
A las nueve de la mañana entré a la Agencia. Don Samuel me agarró del brazo y dijo: vamos a La Academia... nos está esperando el editor. A pesar de su físico corpulento andaba rápido, con una agilidad increíble para su edad. Las veredas estaban húmedas. Una marea de autos llegaba por Corrientes anegando los carriles. Llegamos en un par de minutos y al entrar al bar vimos al editor... le extendí la mano y nos sonreímos: era Bermúdez.
 Le narré la anécdota de Reconquista 651. Se encogió de hombros, tomamos dos vueltas de café y se llevó el manuscrito. Don Samuel pagaría la edición con documentos. Arreglamos los detalles de la publicación, la tapa, la corrección de las pruebas de páginas. Antes de irnos le pregunté si conocía la dirección de cierta persona. Me dijo cómo averigüarla. Me despedí de los dos y volví a mi casa. Tenía que empezar a moverme.
De entrada conseguí datos de todos los jurados. Al director de la Editorial Satélite lo suprimí. Había un paraguayo y otro uruguayo. Los descarté. Me quedaron el tercero y el cuarto −que estaba en EEUU−, y la quinta. Era una mujer del interior que vivía en Buenos Aires.

A fines de octubre terminé con las últimas pruebas del libro. Cuando vi el texto impreso se me cayeron las medias. Le agradecí a don Samuel (por vez primera lo vi en otra dimensión, con ese cariño que ocultaba detrás de su insoportable habano), lo felicité a Bermúdez, que se ocupó de darle una parte a un distribuidor.
A los pocos días contemplé en las mesas de las librerías, extasiado, DoReMiFaSoLa: Ar pe gio (Arlt—Perón—Giovani Papini). Fausto, Ghandi, Liberarte... allí veía mi nombre destacado, el título y, como fondo, en trazos desleídos, las cabezas de Arlt, Perón y Giovani Papini. La ópera prima de Ale dispuesta para el gran público porteño, ¿cuántos giles van a comprar este libro de título extraño y contenido siniestro? ¿dos lectores, tres, cien... o ninguno? pensé.
Con el estómago fruncido por el recelo y el corazón tiritando, con una alegría lacónica, recorrí Corrientes desde Riobamba hasta Florida. Espiaba un rato a los caminantes que se detenían a mirar libros, algunos incluso levantaban de la pila a DoReMi... , leían y lo dejaban. Hasta que en Ghandi una mujer se acercó a la caja con el libro, pagó y se fue. La miré con ternura. Casi le digo: Señora, yo soy Ale Aspis, el autor. Me di media vuelta encaminándome hacia el Congreso.
Un duro trabajo me esperaba: debía encontrarme de algún modo con María del Carmen de Manuel, el quinto jurado del Premio Satélite 


PARA LEER TODA LA NOVELA CLIQUEAR ESTE ENLACE:


http://www.alltogather.com/w/abel/AVENTURAS%20Y%20DESVENTURAS%20de%20ALE%20ASPIS.pdf

17 comentarios:

  1. TROESMA!!!! Es gratificante tener de nuevo entre nosotros , A A Y A A ¿O son uno?
    Un abrazo.
    amelia

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  2. Muy buenos las secuencias y el enlace de este tercer capítulo.
    Gracias Andrés
    Olga Ajma

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  3. Son interesantes las reflexiones de A.A, si uno las piensa como parte también de la propia vida. Esto que tantas veces nos pasa por ejemplo:"Con cualquiera de las dos posibilidades iba a naufragar. El riesgo no son ellos, soy yo." ó "Yo me refugio en la manada, es cómodo" (digamos,un personaje con actitudes humanas precisas que nos hace encariñarnos con él). Por otra parte, me gusta y mucho, laintroducción de nombres que pasan a ser testimoniales para los lectores; mencionar a Pedro Vargas, Arlt, Onetti, cuando dice "con gesto de Charles Laughton , don Samuel..." y como narra Aldao y deja anonadado al lector con algunas imágenes,la salida, el contacto con el aire "aire sin miradas torvas" o en su casa entre las ollas que huelen a su pasado "dejé el mate arropado en las ganas".
    Bravo Andrés, reconfortante leerte.

    Lily Chavez

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  4. el loco Ale sigue bocinando desde su trinchera contra el statu quo dominante. está muy saludablemente loco y no le vendría nada mal unas vacaciones, quizá donde haya otro loco de remate con quien vociferar a dúo.
    abrazo, sañoram.

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  5. HOLA, FELIZ DÍA, POR ESTOS LADOS EL ''DÍA DEL AMOR'', ASÍ QUE DESEO ANDRÉS FESTEJES, AUNQUE NO LO CONSIDERES IMPORTANTE, FESTEJES EL AMOR, LA VIDA CON ESTER.
    A MÍ COMO A LILIANA ME DEJÓ TOMADA LA MISMA FRASE:''COMO CUALQUIERA......'', ME IMPACTO AL IGUAL QUE EL JUEGO QUE HACÉS CON LOS PERSONAJES REALES QUE INGRESAN A LA NOVELA. TRATARÉ DE BAJARLA PORQUE ME CANSO LEYENDO DE LA PANTALLA Y PREFIERO PAPEL EN MANO (PODRÉ?).

    ''La ópera prima de Ale dispuesta para el gran público porteño, ¿cuántos giles van a comprar este libro de título extraño y contenido siniestro? ¿dos lectores, tres, cien... o ninguno? pensé.''

    Y ESTA SENSACIÓN QUE SIEMPRE NOS RONDA. ME ENCANTA A A Y TAMBIÉN EL EPÍGRAFE QUE ELEGISTE PARA ESTA PARTE DEL ESCRITO PRESENTADO.
    NUEVAMENTE TE DESEO FELIZ DÍA Y FELICITACIONES POR TUS TRABAJOS.

    marta comelli

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  6. Puede ser una buena novela. El personaje de características propias se desvanece en el tema de los escritores y editores. La singular manera de hablar del protagosta más bien creo que podría habese aprovechado para colocarlo en otra situaciòn, en alguien que a traves de su peculiar manera de hablar mueva multitudes dentro de esas iglesias de seguidores de cualuier religión. Alejandro Aspis tiene con qué. El tema que lo rodea se desvanece en cuanto a la gravedad de la importancia que trata.
    Lo fuerte aqui no es el tema, es el vocabulario el resto podría hacerse escrito de otra forma
    Respetuosamente
    Cataneo Linske

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  7. lE VOY A ESCRIBIR A aRLT, A kORDON, A oNETTI, y LES VOY A SUGERIR Y RECOMENDAR DISTINTOS USOS DE SUS LENGUAJES Y PERSONAJES, DE LAS TRAMAS DE SUS CUENTOS Y NOVELAS, DEL DESAPROVECHADO LENGUAJE DE alias gardelito, el juguete rabioso y los lanazallamas, juntacadáveres, Y QUE LE PIDAN CONSEJO AL SEÑOR linske. obvio crítico literario escudado en el vanidoso y siciliano Catáneo. Y sobre todo dar la cara (hombre o mujer?
    Atte, Andrés

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  8. Andrés,
    no gaste energías en pavos, digo en pavadas. Usted tiene que escribir.
    Un lector

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  9. Quiero mucho a Andrés y valoro su obra, su narrativa, siempre se lo dije, no estoy de acuerdo sin embargo con el lector que me antecede. No se trata de catalogar a quien da su opinión como pavo o decidor de palabras.Todos tienen derecho a opinar, de lo contrario no sería una revista con libertad de criterios. Pero Aldao puede recibir el comentario, simplemente eso. Alguien que tiene como él, años en esto, la seguridad de su originalidad, del lenguaje, no debería contestar.Puede pero no debería ....

    Lily Chavez

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  10. decidor de pavada, quise decir.

    Lily Chavez

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  11. ''LADRAN SANCHO....'' yo me tomaría un té de tilo, y chau. En cuanto al derecho a opinar acuerdo con lily, y con respecto al Sr.Linske solo hacer valer la calidad de escritor y sus trabajos, disfrutándolos.
    Hay otro dicho por allí:''No podemos ser como nos gusta... y gustarle a todo el mundo''(asimilado''no podemos escribir como nos gusta y gustarle a todo el mundo''). Por lo tanto, tilo, respeto a las opiniones disímiles, y sigamos trabajando, escribiendo maravillas para nosotros, y quienes así lo entiendan. Cariños,mis respetos, y hasta siempre, marta comelli y me voy por un tilo...

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  12. Creo que el hecho de haber conocido la novela antes en forma de cuentos, hace que - conforme a la visión que tengo ya elaborada- se complique al momento de realizar un comentario, porque tampoco quiero adelantar ni influir, ya que la gracia de Ale Aspis la debe encontrar cada lector.
    Yo estoy segura que la clave es el lengue, su característica más propia. Sin sub-intencionalidades expresa uan filosofía vital. Pero, claro, el lector debe tener la capacidad y la sensibilidad de recibirla.
    La novela Ale Aspis es expresión de arte en el tiempo y en el espacio, sucesión de vivencias con un movimiento proyectado como si fuera una película.
    Le cabe a esta obra lo que dijo el literato francés Pierre Assouline:
    " El arte del novelista consiste también en obligar al lector a fijar miradas".

    MARITA RAGOZZA

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  13. A los lectores que han opinado:

    He dejado el comentario "desafecto" con tonito de maestro ciruela. Investigué... "Cataneo Linske" no existe, es la invención de un anónimo, no tan anónimo. Investigué... Y sé quién se puso el taparrabos de Cataneo para tratar de aguijonearme entre las sombras del anonimato. En otra época alabó la obra, cuando necesitaba de las escalinatas de Artesanías.

    Otra novedad: quien desee leer la novela puede llegar a ella a través del enlace. Quienes no la leyeron podrán, tal vez, descolocarse con la lectura dispersa de los capítulos. Por eso dejaré de subirla a la revista.

    La última novedad (por hoy): si tienen dificultad para leer los textos por el color o el tamaño, tienen una solución muy fácil: apretando la tecla CONTROL y enseguida el signo + (sin soltar control) se agranda el texto y resuelve el problema del tamaño. Para volver al tamaño anterior, se apreta control y el signo -.
    Andrés Aldao

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  14. Coincido con el comentario de Marita Ragozza, una experiencia estética depende de la capacidad y la sensibilidad de la mirada que percibe. Esta página fue toda una experiencia.
    Ofelia

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  15. PEDIDO: Andrés, nunca te conté como disfruto con los textos "viejos" imaginate, esoy leyendo o releyendo "El tulipán negro" , que lo leí en mi pubertad !Años, ha!!!!!! Esto va por lo de Ale. Otros ,y yo , lo estamos releyendo.
    Por eso TE PIDO , con el derecho de ser lectora y colaboradora de la Revista , que depongas tu actitud y sigas con el pobre Ale y sus lectores, que no tienen culpa alguna.
    Un saludo.
    amelia

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  16. Delicado y bueno lo de Funes, precioso soneto de Peltzer.
    ¿Por qué ibas a dejar de publicar a A. A.? No me parece, tú puedes publicar lo que quieras.
    El mundo mal pero a vosotros os imagino (y deseo) bien.

    Abrazos, Verónica

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  17. A los comentarios de Verónica, Amelia y Marita se suman algunos correos personales pidiéndome continuar con la publicación de los capítulos de Ale Aspis. Es muy posible que les sea más cómodo para leer de ese modo.Los tiempos no dan en la vida contemporánea: me importan los lectores de la revista y no las "cataneas".
    Andrés

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