MIRADAS DE SAL. Premiado por Consejo
General de Educación de la
Provincia de Buenos Aires (antología “Palabras de maestro”).
Premiado por la ONG
noalamina (Esquel). Mención especial Certamen nacional Municipalidad Tres de
Febrero (antología “Premio nacional Tres de Febrero”). Seleccionado por
Ministerio de Educación de la
Nación y publicado en su Revista cultural “El Monitor” (distribiución en todas
las escuelas públicas y privadas de Argentina).
“MIRADAS DE SAL”
“Cielo arriba de Jujuy, camino a la Puna me voy a cantar”
M. J. Castilla
Toma la
ruta 52. Deja Purmamarca con la ilusión de que las Salinas Grandes, que lo
convocaron desde una revista, lo deslumbren cuando las conozca verdaderamente,
en todo su esplendor. Algo leyó sobre el trabajo en las minas de sal y no
estaría de más ver qué hace allí esa gente.
Va como
siempre, en plan de turista independiente. Auto alquilado, cámara fotográfica,
mapa rutero y unos llamativos e inútiles folletos. Un paisaje surrealista
espera a quien allí se encamina, y unos ojos mucho más profundos que los pozos
en la sal confían en encontrarse con los suyos.
Transita la Cuesta de Lipán superando
con entusiasmo cada repecho, ignorante del
intenso paso que acaba de dar. Atrás queda la Quebrada custodiando los
colores. Observa con fascinación las sutiles ondulaciones aceitunadas y se
admira por el dibujo que las infinitas curvas de asfalto van diseñando. Ha
perdido el abrigo de los cerros y el cielo lo abarca todo. A pesar de la
felicidad que le produce creer que está más cerca del sol, le falta el aire.
Cuando alcanza el Abra del Potrerillo advierte, a poco más de cuatro mil
metros, que esas alturas no son para cualquiera. Próximo a destino, avanza por
la ruta que como un tajo parte la salina. Se apresura buscando infructuosamente
lo que espera encontrar.
Quería
alucinarse con la rareza de un desierto de sal y caminar por una llanura
blanca, seca, agrietada; sabía que podría apreciar a lo lejos el nevado de
Chañi y pensaba tomar las mejores instantáneas. Con eso y con un cielo sin
nubes, sencillamente con eso, pretendía volver satisfecho de la aventura. Es
imposible. Las salinas y su gente son parte de la Puna y en esa inmensidad no
hay espacio para la trivialidad; allí lo intrascendente se desvanece. Tampoco
ve un socavón como suponía, sino muchos pozos rectangulares, cavados a cielo
abierto, simétricamente dispuestos sobre el desierto, con agua cristalina sobre
el fondo salado, inmaculadamente blanco… como reservorios de lágrimas.
Mientras
prospera su quimera y comienza a recorrer a pie la salina, se da cuenta de que
su imaginación nunca hubiera sido suficiente. El contraste celeste y perfecto
del cielo limpio con el llano nacarado es una fiesta, y el sol es un enemigo,
candente pero deseado, en la alturas heladas del Altiplano.
La mirada
no le alcanza para vivir el espectáculo, precisa aplicar todos los sentidos…
Rasga el suelo, consigue tomar un terrón, lo huele, lo desgrana y lo saborea
con avidez, pero se estremece cuando siente en la boca cierta amargura después
de tragar la sal. Recuerda que allí mismo, en ese paraje inhóspito, durmió por
siglos la momia de un niño inca…Acaso sus padres ignoraron que la impertinencia
de la ciencia irrumpiría en el destino sagrado de la criatura y la reduciría a
datos de museo… Sin embargo no es esa historia lo que le produce una fuerte
conmoción al visitante. Él sabe que está en las profundidades de lo que fuera
una gran laguna y aprecia el crujido de sus pisadas sobre las grietas del
blanco e inmenso desierto de sal. El viajero intuye, muy próximo, el impacto.
Tiene la certeza de llegar hasta lo más hondo de las Salinas Grandes. Desde que
dejó el auto al borde de la ruta, nunca detuvo el paso. Camina cautivado por un
horizonte desolador, con mínimas tonalidades. Blanco, celeste, gris. El sol
abrasa y todo es sal. Blanco, blanco, blanco… No hay pueblo, no hay casas, no
hay nada. Desierto, sal, socavones que son hendiduras cavadas con mucho
esfuerzo, con precarias herramientas en un suelo calcificado. Observa que no
muy lejos hay gente, otros hombres… Camina, se acerca, quiere ver.
El viento
de Los Andes le descorre el velo y sucede el hallazgo. Blanco, blanco, blanco…
Sus ojos se diluyen en otros ojos y él, que se conformaría simplemente con un
paisaje nuevo atrapado en una foto, habita, inesperadamente, en otro plano de
la realidad. Acaba de encontrarse con los ojos sin rostro de los hombres de
sal.
Han
llegado recién iniciado el día. Desde lejos, por pendientes, durante horas, en
bicicleta o a pie. Han trabajado desde temprano y le han quitado al desierto,
mano a mano, lo que la ciudad necesita. Han vencido la intemperie buscando los
grandes panes de sal que en otros sitios esperan. Eso es el socavón en el
desierto de sal: prolijas zanjas de lágrimas. Él, que ha llegado hasta allí
convencido de ser un viajero más, mira, vuelve a mirar y por fin puede ver.
Allí están, después de la larga jornada, siguen trabajando. Ahora ofrecen su
obra nacarada. Son llamitas, son cardones, son chakanas( so: llamada comúnmente cruz andina (inspirada en la
constelación Cruz del sur, base de la cosmovisión Inca)
n pequeñas
estatuillas)… son dulces recuerdos de sal que los turistas compran por pocos
pesos.
Allí
están, dueños de la llanura estéril, cercados por un cielo inexplicable.
Enmascarados, cubiertos rostros y cabellos por un pasamontañas negro como
amparo cotidiano frente al sol, el viento, el salitre que penetra hasta la
sangre. A cielo abierto, sin barbijo, asumiendo el polvillo de sal que corroe
los pulmones. Enmascarados. A cielo abierto, sin justicia ni resguardo decente
bajo un sol que no perdona y lacera la piel día tras día. Enmascarados. Oyendo
un viento que no sabe de susurros, soportando el frío intenso de La Puna , sin abrigo adecuado.
Allí
están, enmascarados como un extraño comando. Como exóticos activistas. Cabeza y
manos mal protegidas. Artesanos clandestinos. Militantes de la sal.
Guerrilleros del arte. En tanto esculpen figurillas en bloques que le arrancan
al desierto, graban para siempre su imagen con líneas firmes en el alma del que
acaba de llegar y comienza a comprender.
Es
entonces cuando surge la paradoja: se comprende por incapacidad. Se comprende
porque no se tiene la astucia de los poderosos para eludir el latigazo de esas
vidas hechas de sal. Se comprende porque se conoce el sabor de la sal en el
llanto que se ha sorbido, en la aspereza repentina en la piel y en los pulmones
que se opacan por el salitre que ronda. Se comprende porque uno no ha nacido
para la ambición y el egoísmo. Se comprende porque uno es incapaz de ofender a la Tierra y evadir aquellos
ojos sin rostro.
Durante
segundos interminables, quien llegó como turista, descifró el silencio de los
hombres de sal. Ahora sabe que hay miradas que el azar no cruza. Se ha visto a
sí mismo en los ojos oscuros y profundos de un rostro oculto tras un
pasamontañas de lana de llama, negro y raído.
Ahora sabe
que ya es tiempo de hacer algo.
La escritora no se queda en el embeleso de la superficie nívea de la Salina, sino que al protagonista lo lleva a que la pise, a compenetrar en ella, a que se encuentre con sus terribles secretos del pasado y los de hoy.
ResponderEliminarExcelente.
MARITA RAGOZZA
Metáforas e imágenes en una descripción de un paisaje fantasmal y remoto que, sin embargo, no está exento de la injusticia, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMuy bueno Norita, felicitaciones por el premio. Te conocía en poesía y ahora te completo,ja! Un abrazo
ResponderEliminarLily Chavez
Esta nota es notable por la descripciòn del paisaje, la sensaciòn subjetiva del panorama que estremece al lector a medida que va recorriendo la superficia de sal y la blancura espectral.
ResponderEliminarAndrès