Imágenes planas organizadas
La cámara filma un
paneo en picado desde las metopas del techo. Está bien disimulada. De cuando en
cuando ejecuta algunos acercamientos hasta los gestos de los empleados,
buscando sobre todo tomas de primer plano de los rostros.
Esto es nuevo, el asesoramiento para seguridad empresarial,
aconseja vigilar las conversaciones, pero está terminantemente prohibido grabar
las voces. Entonces ante las consultas de los abonados, la red intercambió
información, se barajaron soluciones de un extremo a otro del continente o del
planeta, quién sabe. La respuesta encontrada fue ésta, y ahora se pueden filmar
los labios de las personas.
Clientes, visitantes, empleados. Todo se registra.
Algunas quejas han aparecido en pantalla, firmas de otros países han sido
acusadas de espionaje industrial. Bueno, en fin, estas acusaciones serán
eternas. Siempre existieron, y ni las
cámaras ni las computadoras van a modificar el status casi delictivo, donde todo el mundo se siente
observado o se siente en falta.
De todas
formas, hay diversas ofertas para suscribirse a las redes de asesoramiento
legal, y hasta se dispone de sitios y salones donde debatir el posible
espionaje, compartir experiencias, y acceder al mercado libre en demanda de los secretos obtenidos por esta vía.
Todo está allí.
Todo.
Sin embargo, los coordinadores están haciendo desaparecer
los listados de suscriptores, en el correo se evitan los remitentes, cualquier indicio de
filiación. También algunos lobbys sufrieron demandas y juicios onerosos respecto al contrabando de información.
La cámara sigue eligiendo los
protagonistas y los planos y encuadres. Lamentablemente, detrás de estos
conflictos, allá arriba en el piso cuarenta y cuatro no hay ningún camarógrafo,
ni un director, ni un despistado switcher. No hay nadie en el tiempo real.
Cuatro veces al día aparece un empleado de seguridad para cambiar los discos de
video y archivar bien ordenado el material fílmico.
En definitiva, que
tampoco hay nadie en la cumbre de la pirámide de leyes, decretos, convenios y
contratos. Los juicios tropiezan con problemas de jurisdicción. Hay gobiernos
locales que no quieren legislar al respecto. Espacios de vacío jurídico que dejan lugar a pequeños
capitalistas y audaces mercaderes, círculos concéntricos y elípticos
autónomos, todos ellos lucran con esta
situación de casi ilegalidad, esta zona poco clara.
La cámara desde su altura vuelve a recorrer los rostros, las
manos, se estira como los labios de una... ¿qué bicho era?...una jirafa, para
comer debajo de los recovecos de los escritorios. Recolecta imágenes oscuras a
la pesca de posibles pequeños hurtos de los empleados. Uno de los mozos de
seguridad también ha descubierto por casualidad una secuencia de fugaces
gestos, roces, manos sobre alguna rodilla, un pie descalzo que sube a lo largo
de una media de encaje o de la pernera de un pantalón. Estas brevísimas
secuencias podrían venderse bien en el mercado de coleccionistas, hay un
circuito silencioso, afable, adornado con sonrisas melosas, labios brillosos de
humedad, ojillos velados, dedos temerosos en el telar de idas y vueltas de
casetes relacionados con el sexo. Es invariable. Aún cuando no se trate de
transacciones delictivas, cuando las imágenes capturadas sólo sean casuales, producto
de una realidad cotidiana grotesca, la circulación de este material tiene mejor
sabor por el aura de secreto con que se cubre, se cotiza en función de la
apariencia de pecado que presenta. El valor es a menudo fijado por las ansias
febriles de los observadores, individuales o por grupos, viciosos o no,
adoradores en todo caso del hecho mismo de la complicidad en el escalofriante
secreto de...simples atropellos de la vulgaridad.
También los actos furtivos de los mozos de
seguridad son espiados por la
Agencia de Vigilancia que la Empresa ha contratado para
controlar a los empleados de seguridad que trabajan para la Empresa que la contrató.
Ninguna
cámara, sin embargo, podrá registrar imágenes como las que alimentan la espera
de un par de empleados de la firma, ésos, los que ahora transitan por los
pasillos cargados de bocetos y contenedores. Esas imágenes florecen sólo en sus
fantasías, no se manifiestan, excepto...
Ella es joven, y en una época se
habría dicho que bonita, tan delgada, de figura ágil y alargada dentro del
uniforme agenérico. Hoy no es un ejemplo femenino precisamente. Hoy, debido al
avance de las reivindicaciones, ellas tienen derecho a ser iguales, y el uniforme es precisamente eso más que
nunca, un recurso para desaparecer las diferencias. Quizá por ello el ideal de
belleza en estos días tiene muchos kilos más que en el siglo pasado, quizá sea
necesario seguir buscándose una identidad entre las tendencias de la moda. Y
ella es bien femenina, sí señor, para reconocerlo es suficiente con apreciar
sus leves movimientos, su ondulación grácil y en cierta forma lánguida, como si
aún llevara vestido de tela volando en torno a sus caderas.
Caramba, ese cuerpo
la ha situado con las compañeras lesbianas en algunos diálogos que en un principio
la sorprendieron, con el tiempo ganaron
en confianza y por suerte han sido siempre francos y amables. Un asedio que
cualquier chica de otros tiempos hubiera deseado por parte de los muchachos,
pero que ha perdido interés.
Y hablando de
muchachos, el compañero viril que trabaja junto a la joven delgada es también poco usual en este
entorno.
Tiene el rostro
melancólico, la mirada húmeda que hubiese
bastado para describir un carácter romántico y soñador. Por lo menos en
las revistas electrónicas se leen infinidad de relatos, ilustrados y todo,
cuyos protagonistas se ven de esta manera. Pero, contrariamente al modelo ideal
el hombre joven es brusco, de voz ronca y emana una especie de violencia latente.
Su único atractivo quizá esté en la mirada de los ojos oblicuos y en un cuerpo
fibroso, duro y moreno. No cumple las normas de modelo de éxito. Si repasamos
esta figura, está llena de garantías de soledad. La cámara ha grabado un
inocultable entretejido de sutiles gestos, rapidísimos acercamientos, intencionadas
miradas entre él y ella. O entre ella y él.
Los labios
moviéndose, no intercambian los temidos mensajes de protesta o reclamo, ni
tampoco los nada graciosos chistes de oficina con doble sentido. Son labios que
echan al ambiente un no se sabe qué de sensualidad...de promesa. Por
entretenerse, de puro aburrimiento, un mozo de seguridad descifró consignas
esotéricas tales como: “Tesperopuduarroba...” o “Nosercheamos...”
“Afuera, es cierto,
existe el miedo” había escrito la poetisa Alejandra Kurchan.
Afuera, en torno a la pequeña ciudad,
se desenrosca una escarpada serpiente rojiza desde la mañana hasta la puesta
del sol. Las bardas, la arcilla, el silicato de aluminio de los jurásicos
pantanos ha tomado esta extraña forma.
La ciudad era más grande y floreciente, pero la desaparición abrupta del
petróleo también hizo desaparecer a sus parásitos. Y hoy, afuera, es el “día
después” tan anticipado en la ciencia
ficción del siglo pasado. Es el día de hoy.
Poco después del petróleo se fue
acabando el agua potable. Las especies animales
ya habían emigrado hacia refugios protegidos cuando la crisis llegó al
límite. Pero el hombre se quedó, especie poco representada pero resistente. Largas marchas de figuras terrosas,
amarronadas, envueltas en rudos ponchos se diseminaron y entrecruzaron en todas
direcciones por la meseta patagónica. Hilos de hombres y mujeres tejiendo
nuevamente ancestrales ratrilladas por el desierto, más desierto que antes. Con
sus machis. Con los mitos del toqui, la piedra de fuego y los pillanes.
Desde el fondo de la
historia, los mapuches, la “gente de la tierra” como se llaman a sí mismos,
forman intrincadas urdimbres genealógicas retornando a lo que fuera su paisaje.
Más de cien años marcharon incansablemente, primero a la ciudad, luego a la
sede del Gobierno Central, reclamando lo que era suyo.
Ahora, hace apenas
una generación, se lo han devuelto. Ahora es un paisaje ajeno, cortado por las
líneas de alta tensión, forestado con miles de molinos generadores de energía.
En esta
circunstancia la vida se fue haciendo más y más solitaria. En la ciudad
confortable cada uno, al llegar a su departamento, buscará integrarse a los
otros de la mejor forma posible. Ellos dos, los jóvenes, no.
Ellos intentaron
compartir sus fantasías en algún profundo subsuelo, tercer o cuarto nivel
debajo de la torre. Pero la fibra óptica y las pupilas de vigilancia destruyen
el momento. Ella quería ser Safo. Los porteros, que son miles y miles en
distintas metamorfosis, impiden los accesos de cualquier pertenencia que no sea
estrictamente necesaria. Y para crear un ambiente propicio, el vestuario es
imprescindible; se necesitan accesorios, velas y otras cosas.
Desde su
computadora, u ordenador, o la PC ,
como sea que les llamen, centenares de desocupados buscarán comunicarse con
sucedáneos de compañía. Es inútil
entonces tratar de erradicar la pornografía. Crece como hongos, esos
molestos sombreritos que había cuando había humedad, y que hacían estornudar.
Los muchachos
también quisieron arriesgarse debajo de
la cúpula que corona la extraña torre, allá en el remate del edificio de
policarbonato. Una construcción rodeada de columnas dóricas, la cúpula de
material verde imitando bronce. Ella opinó que es de un romanticismo ecléctico.
El ha decidido que es de una estupidez típica de fin de siglo. Pero esos
detalles no importan, el día de la aventura, él
estaba dispuesto a ser un pirata del siglo dieciocho, pero no pudo.
La empresa no
prohíbe, no es su política. Luego del intento, todos, cada uno de los cientos
de ordenanzas y telefonistas o recepcionistas, recibieron el uniforme de la
firma. A partir del lunes, hubo cientos de Morganes, Kidds, Laffittes o Bloods
trajinando por pasillos y ascensores, raudas apariciones coloridas cruzando
hacia arriba y abajo, yendo y volviendo, trazando fugaces destellos sobre los
objetivos de cristal. Había cientos de
piratas del siglo dieciocho, y ningún galeón.
La joven delgada y el chico brusco ya
no quieren compartir otra vez estas imágenes para ver cómo se herrumbran, no
soportarían ver naufragar a los nenúfares. Ella, una vez en su casa entrará en
una melancólica familia de poetas, dramaturgos; en fin, literatura común, inofensiva, casi tonta, como le dirían
si lo supieran en la oficina. Conoce escritores y escritoras, dialoga con
algunos de ellos. No sabe si existen o no, en realidad no quiere saberlo. En ocasiones busca fotografías de aquéllas
que se conservan en los museos de Artes Virtuales, o películas hechas por aficionados, y le gusta acompañar todo esto con excelentes
tragos de música.
El se irá a su
departamento a ejercitarse con otros miles en las redes de gimnastas, hará
nuevos ejercicios finlandeses, respiración con técnicas javanesas milenarias,
buscará páginas que le hablen de leyendas y mitologías. Hará relajación
contemplando imágenes virtuales de la pampa verde y llena de vacas rumiando
forraje tranquilamente.
La webcam se enciende exactamente a las
dos mil cien horas de él y de ella. Allá, en la planicie extendida hasta el
Polo Sur se arrastra el viento empolvado y frío como un cortejo de fantasmas
rojizos, transparentes que mueven las aspas que despiden chispazos. Desde allí
llegan a la ciudad los mapuches, apretando el poncho y ofreciendo tejidos que
antes eran de lana de oveja y pelo de cabra pero que hoy vienen en las
aviolenas del Servicio Social. Al pie de los transportes, en la planicie, se
distribuye leche sintética, materia prima para los talleres de artesanías,
pizarras electrónicas para la escuela en tiempo real que asiste a los niños indígenas. Las Redes Sociales han
aceptado el pedido. Las machis y los loncos
luego de varias asambleas, exigieron la entrega de leche, y el Gobierno
local reemplaza la ya desaparecida de vaca por un producto sintético, y una vez
en cada estación, las aviolenas, esos obsoletos vehículos burocráticos, se
diseminan por el cielo de la meseta. En cada estación caerán varios de ellos,
pero muchos llegan a destino.
En la ciudad es la
calefacción la que los pone a cubierto, a él y a ella, cada uno en su
departamento y crea la ilusión de hogar. En ambas habitaciones hay alfombras,
un lujo que permitieron los ahorros y que imitan las verdaderas alfombras
indígenas. Ella y él distribuyen cojines, almohadones de buen gusto. Encienden palillos
perfumados...y se observan apenas apareciendo y desapareciendo en la pantalla,
cada uno esperando capturar algo del otro. Se espían, se sorprenden, se
muestran y se ocultan. Sin hablar, en silencio. Ella se cubre de tenues velos
de colores pastel, hoy será Cleopatra. Hoy él será el “Uturunco”, el
hombre-tigre de las leyendas andinas, con ropas coloridas y con un clima de
bosque tropical,. Y se disfrutan mutuamente. Se gozan. Se comparten.
La webcam transmite la imagen a
millones de casas, habitaciones colectivas, chozas o yurtas hilvanadas en la
red. Los jóvenes comienzan a practicar un rito secular . Poner la mesa, se
llamaba. Despliegan manteles bordados, otro lujo impensable. Colocan platos de
verdadera cerámica, alegres, decorados. Fuentes, bandejas, copas de cristal y
cubiertos de metal brillante. La panera es de madera de cohihue tallada a mano
por algún olvidado mapuche hace muchos años. Todo está dispuesto sobre este
decorado para el silencio de la cósmica
platea.
Cada quien verá lo
que esperaba ver. Olerá lo que esperaba oler. Escuchará lo que desea escuchar.
Ellos regalan sus imágenes. Sirven lentamente, con pequeños ademanes precisos,
hubiese dicho el poeta popular que ella lee. Una modesta variedad de cuidados
manjares, cada uno a su tiempo, en bandejas y platillos variados, entrelazando
vapores y tonalidades. Hasta se escancia vino, auténtico vino para todo el que
quiera saborearlo. Vino griego, con especias. Vino tropical, con naranjas y
ananá. Vino de invierno patagónico, calentado al fuego y espumoso.
O simplemente el
vino bíblico de Noé por segunda vez. Por segunda oportunidad..
Luego de largos minutos, tal vez una
hora de pequeños juegos, apariciones y desapariciones, él y ella, ella y él, se
enfrentan cabalmente a la red, a esta red nueva y vital que se desarrolla como
un naciente ser vivo, y desde las pantallas sus labios se mueven lenta y
claramente para millones de ansiedades,
y recitan en la yurta, en la choza, en los blocks, algo que han
descubierto:
“Hola, yo te amo”
Afuera, es cierto,
existe el miedo. Pero a pesar de él, miles de manos morenas y curtidas
gesticulan, se rozan o entrelazan. Miles de ojos que brillan sobre las caras
enrojecidas por el salitre se miran hasta el fondo. Y una catarata de
cuchicheos respetuosos resuena como una creciente del Colorado:
“Mari
mari, peñi” “Takuy fí”(*)
Significados
de los términos mapuches
Metopas:
artesonado
Machis : Curanderos mapuches
Toqui: Hacha del Lonco o “Cabeza” de tribu
Loncos : “Cabeza” de tribu, cacique
Switcher:
Técnico que maneja varias cámaras a distancia
Pillanes:
Duendes de la mitología mapuche(simplificación)
Aviolenas:
Aparatos volantes del ¿futuro? Cuando escribí este cuento, todavía no se
conocían los “Drones”
(*)
Saludo en mapudugun sin traducción literal
Hermosas imágenes de un futuro inimaginable y que tú, sin embargo relatas. Será o no será, pero yo también creo que seguiremos siendo humanos mientras estemos sobre la tierra....
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