Alejandro Bovino Maciel nació en Corrientes, escritor y psiquiatra, vive actualmente en Buenos Aires donde se acaba de estrenar la obra teatral "Los hijos de Rosas" con la dirección de Jorge Graciosi.
Mise
en scène
Todos los viernes el mismo rito: ya suben los peldaños primero la Capona , después la Cosmetóloga y por
último la Coiffure ,
bicéfala. Acuden a un pesebre donde no un Dios será hombre sino un hombre será
mujer, madre de todos los dioses. Son tres reinas magas venidas del oriente de
los bajos siguiendo la luz de una estrella ilusoria, de neón, trayendo la
pericia y el ajuar para la transformación.
Adentro, nervioso, bebiendo un té de boldo, aguarda hecho un ovillo el
profesor Octavio frente a un espejo dorado que enmarca una corona de lámparas
de 40 w.
El Asistente de la dueña va y viene convidando un Tranquinal 0,5 (que no se
le niega a nadie), caldo de gallina tibio en su cazuela de barro, vermouth a
sorbos y alguna que otra golosina para acortar la espera de las azafatas.
-¡Ya era hora, manga de tilingas! -reconviene el profesor Octavio cuando
las ve llegar.
-¡No sabés lo que era el tráfico! -se defiende la Estilista posando su
cabeza portátil y empelucada en una consola donde la Dueña apronta el arsenal
para el vituperio de las formas.
-¿Empezamos el montaje? -inquiere, toda asustada.
Primero despojan la indumentaria del docente: la camisa blanca, la corbata
azul, los pantalones de línea italiana, las medias, los mocasines, el anatómico
blanco.
Prestas, solícitas, empiezan la conversión. Con la pinza digital -índice y
pulgar- la Cosmetóloga
ata un nudo gordiano que ahorca el glande del Profesor. Aplasta los testículos
entre las piernas contra el perineo, jala del pene que agarrota una piola y lo
cruza por el puente de las nalgas; ata el extremo del pájaro fláccido a un
cinturón que la Estilista
ciñó silbando polkas mientras la
Capona , disimulando, peinaba una falda de seda.
-Ya está -avisa la
Experta- escondida el arma que delata; esto quedó más
liso que una concha de verdad. ¿Quién se podría montar decentemente
teniendo esta tripa delatora?, dice con asco.
-¡Cuidado con la boquita!, -advierte Octavio-, miren que el cura se pasa
las misas transformando el amor en pecado en nombre del amor.
-¡No entendí ni jota!
-No hay perversión más tremenda que la castidad -sigue Octavio-, fíjense lo
que pasó con el pobre Orígenes, que se emasculó para evitar el pecado de la
lujuria y el Vaticano lo culeó: “sin tentación no hay pecado” le dijo el obispo
y se quedó sin la estampita. Nunca llegó a santo.
-¡Pero eso ya sabemos, mi hija! Nadie llega a santo en un quirófano, la
gracia no llega con la desgracia.
De una bolsa de hule tironean cinco medias bucaneras de nylon. Le enfundan
las piernas depiladas al Profesor. Le enciman una tanga que en el orillo
lleva pespunteado un hilván de encajes negros.
Con un refajo elastizado marca “Senhorinha” le hunden una cintura. La Estilista -toda
neurótica, mordiéndose las uñas- rellena un par de soutiens con trapos. Con
hilachas. Con torzales y estopa completa la teta.
De una alacena hindú taraceada -tigres beben al lado de palomas en un
oasis de palmeras- hurgan potiches. Destapan, a cual más alborotada, los
cachivaches. Con un emplasto pálido le untan la cara con polvo de arroz que
blanquean íntegra borrando las cejas para volver a trazarla con un fino lápiz
florentino, una pulgada más arriba y onduladas, a lo Marlene Dietrich.
Dibujan labios carnosos con un delineador color ladrillo y los
rellenan a base de rouge que rutila como un frasco de cerezas. La Embellecedora , luego
de rascar en su cartera, poniendo los brazos en jarra indaga:
-¿Ya estuviste tocando otra vez mi neceser, maldita negra? -mirando
fijamente a la Coiffure-
después una se vuelve loca buscando las pinzas de cejas, los invisibles, y las
limas que me trajo el chino de Jon-Con.
(continúa....)
Queremos leer más, envía otros fragmentos!
ResponderEliminarQue bueno lo de la obra de teatro. Y sigo los pasos de Ester, pido más...
ResponderEliminarLily Chavez