Adquiriendo
experiencia
ElsaJaná
Harto de inseguros
traqueteos férreos, me propuse des-inmiscuirme en cuestiones de ferrocarriles. Ser
el usufructuante de turno de un banco de andén, no habilita a meter narices
donde no se ha sido convocado. Y por las dudas, siempre oportuno resguardarse. Los trenes tienen sus cuitas, y tal lo amerita
el voceo vulgar, usufructuar esos “servicios” constituye el pasaje gratis hacia
la posible muerte por accidente –hecho que implicaría autoinculparse de potencial
suicida en masa-. Por eso, son muchos los que abandonan el rubro y yo entre
ellos. Desde el desapego personal a las cuestiones de rieles, terraplenes y andenes,
me ha dado por frecuentar colectivos. Una costumbre adquirida, luego de hartarme
también de los extensos paros sin fecha fija de vencimiento, a los que ha
sometido Subterráneos, y a su posterior incremento del cospel sin cabida en
todo bolsillo.
Mientras
espero el colectivo, me pregunto qué seria hoy del simpático tranvía sujeto a su atadura de rieles, atosigado por
vehículos y piquetes. A veces me emociono, viéndolo recorrer algunas calles de
Caballito para turismo vecinal…una reliquia defensora de la dignidad de “Tranway
aun en carrera”, resistiéndose a la jubilación. Al final, decidí apartarme de
las vías fijas. Y las opciones se vieron limitadas: Vehiculo propio, un
sustantivo con adjetivo que no manejo; el tan mentado y saludable “a pata” por
el que opto mayormente; o el colectivo, típico lata de sardinas en cuatro
ruedas, que ofreciendo sus versiones más de avanzada, suelo utilizar para viajes
de mediana y larga distancia. De a poco, se va “adquiriendo calle”, imprescindible
a la hora de viajar en colectivo. Por ejemplo, “cuál la parada más conveniente”.
Porque ellos no se detienen en todas, sino donde y cuando quieren sus
respectivos conductores.
Suelen no seguir
de largo de puro repleto, sino de pura prepotencia. Bajar de la vereda en
intento de detenerlos es una actitud suicida. Acelerarán sin miramientos. Ellos
no están en infracción, sino el usuario en su lucha diaria por el milagro de
llegar ileso a destino. Así el tiempo pasa, perdido… aunque el usuario, no a su
condición de pasajero. Rutina… Al final se aprende que el que para, es siempre
el que viene más repleto de los cinco que arriban juntos a la misma parada, luego
de haber sometido al usuario a espera desesperada. La regla funciona más o
menos así: el primero de los cinco, por lo general hasta con asientos libres, pasará
raudamente de largo para no perder el semáforo en verde. El segundo, no tan
repleto, parará media cuadra antes o en la esquina de la cuadra anterior, solo
a descargar pasajeros, y luego surcará
la parada a motor rugiente enfilando hacia el medio de la calle.
Allí fue el
colectivo…Y el usuario, aquí, de muestra, masticando palabras soeces. El
tercero, bastante mas completo, tal vez se detenga, pero no abrirá la puerta.
No hay gesto, intención o protesta que le modifique esa actitud de seguir de
largo. Segregando adrenalina y embroncado con esto de “todos los días lo mismo”,
el usuario verá acercarse lentamente al cuarto colectivo. Si consiguiera
ascender, debería atrincherarse contra el conductor que lo instará abruptamente
a moverse hacia el interior del coche. Pero condicionalidad dejada de lado, a
puerta cerrada, el chofer moviendo el dedo hacia atrás, indicará que ya viene
el próximo. Claro que usuario ya no estará solo en esta etapa. Sus semejantes,
esos otros usuarios en idéntica situación, y ya en hilera de larga espera,
vociferando, quejándose y maldiciendo casi al borde de, ya se habrán puesto de
su parte. Y entonces, Siiiiiii! Ahí viene el quintooooo… El de la esperanza y
la probabilidad.
Un quinto
que, a veces para, y a veces utiliza idéntico gesto al anterior. Con la
variante de que, detrás suyo, nada mas que el usuario frustrado, aún en la
parada. Inútil buscar inspectores. De hallarlo, jamás apoyaran a usuarios ni
pasajeros. Y hasta es posible, que con calmo desenfado, sugieran el uso de taxi
si se desea viajar cómodo (después de todo, el asunto es viajar un poco mas
cómodo, porque “llegar a horario”, casi tema en extinción hasta que aparezcan
los helico-busses). Al tiempo de hacerte la sugerencia de optar por un taxi, es
probable que el inspector este indicando seguir de largo al que viene vacío, y
parar al que viene repleto. ¿Incongruencia? ¡No! De ningún modo. Apenas la
cruel realidad cotidiana de llegar a destino. Ese habitual desgaste, que corroe
el sistema nervioso incluso al más yogui de los usuarios. Y uno debe estar
agradecido de que con suerte, el quinto haya parado y permitido el abordaje.
En caso
favorable, el usuario -ahora pasajero- comenzará a vivir la pesadilla II del
cotidiano milagro de viajar. Ya en el colectivo, hay que toparse con la mala
predisposición y el enojo de los pasajeros de paradas anteriores, hartos de ser
empujados y apretujados, que tienen que soportar a este nuevo incordio (usted
que al fin ha logrado ascender), cuando ya no entra ni siquiera un alfiler. Es
el momento de la ley de la selva. Cuestión de empujar y resistir a cara de
perro, porque-en-algún-momento-hay-que-llegar-a-destino. El horario ya no
importa, ¡solo llegar! Empujando y a presión, se va ganando posicionamiento aunque
ralee el aire y no haya de donde sujetarse. Y a la hora del descenso, llegar ileso a la
puerta de salida, casi: ¡Bingo!. Igual que lograr bajarse en la parada
correspondiente. Ergo, eso de que “todo lo que sube, baja” no es regla para usuarios
de colectivos. Para usuarios, ascender es cuestión de suerte. Bajar, voluntad
del resto de los pasajeros.
Elsa entre risitas y angustia fui viajando como el personaje me planteaba, a la vez, recordando mis tiempos donde los viajes eran cosa de todos los días, ahora no tan a menudo, y si bien en grandes ciudades es peor, nadie se salva de lo que relata el personaje de la historia. Con un lenguaje simple y coloquial, una vivencia que es casi de todos. Felicitaciones. me gustó mucho. marta comelli
ResponderEliminarLa escritora añora el tiempo de los ferrocarriles de antaño y andenes en los cuales se dieron tantas historias. El colectivo es un suplicio, el pasajero se curte y termina alegrándose como dice el genial fin de este relato, que con ironía cuenta la realidad diaria de muchos trabajadores de las grandes ciudades ( entre ellas mi hija )
ResponderEliminarMuy bueno, Elsa, un gran sentido de observación, un tema actual.
Felicitaciones y cariños.
MARITA RAGOZZA
Ameno el desarrollo, pero el desgaste diario y el riesgo, hacen la historia fatídica. Es como estar al borde de un precipicio constantemente.
ResponderEliminarCabe destacar que lo observado llega a tintes psicológicos ya que cada año será peor.
Un saludo y cariños
Celmiro
Elsa me hiciste recordar mis experiencias de hace cuarenta años, que tantos hace que no vivo en una ciudad digna de tal nombre. Con 20 mil habitantes llego a casi todos lados a pie asi que ya me olvidé lo que significa levantarse a las 6 y viajar dos horas apretujada para llegar al trabajo. Aunque está relatado con humor, no se porqué no me dio risa, más bien al contrario...
ResponderEliminarLa ironía y el grotesco al servicio de una realidad, toda un aguafuerte, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarY pasa en todos partes Elsa, eso es peor todavía.
ResponderEliminarMuy bueno, lo disfruté
Lily Chavez
Esta vìa dolorosa de quienes deben concurrir a su trabajo todos los dìas de la mayor parte de su vida es una alternativa que suma dìas, hora, años de la vida alienada del ser humano, una inversiòn que frustra y angustia, tiempo que no da recompensas.
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