lunes, 17 de febrero de 2014

ElsaJaná


 


Adquiriendo experiencia

ElsaJaná

Harto de inseguros traqueteos férreos, me propuse des-inmiscuirme en cuestiones de ferrocarriles. Ser el usufructuante de turno de un banco de andén, no habilita a meter narices donde no se ha sido convocado. Y por las dudas, siempre oportuno resguardarse.  Los trenes tienen sus cuitas, y tal lo amerita el voceo vulgar, usufructuar esos “servicios” constituye el pasaje gratis hacia la posible muerte por accidente –hecho que implicaría autoinculparse de potencial suicida en masa-. Por eso, son muchos los que abandonan el rubro y yo entre ellos. Desde el desapego personal a las cuestiones de rieles, terraplenes y andenes, me ha dado por frecuentar colectivos. Una costumbre adquirida, luego de hartarme también de los extensos paros sin fecha fija de vencimiento, a los que ha sometido Subterráneos, y a su posterior incremento del cospel sin cabida en todo bolsillo.

Mientras espero el colectivo, me pregunto qué seria hoy del simpático tranvía  sujeto a su atadura de rieles, atosigado por vehículos y piquetes. A veces me emociono, viéndolo recorrer algunas calles de Caballito para turismo vecinal…una reliquia defensora de la dignidad de “Tranway aun en carrera”, resistiéndose a la jubilación. Al final, decidí apartarme de las vías fijas. Y las opciones se vieron limitadas: Vehiculo propio, un sustantivo con adjetivo que no manejo; el tan mentado y saludable “a pata” por el que opto mayormente; o el colectivo, típico lata de sardinas en cuatro ruedas, que ofreciendo sus versiones más de avanzada, suelo utilizar para viajes de mediana y larga distancia. De a poco, se va “adquiriendo calle”, imprescindible a la hora de viajar en colectivo. Por ejemplo, “cuál la parada más conveniente”. Porque ellos no se detienen en todas, sino donde y cuando quieren sus respectivos conductores.

Suelen no seguir de largo de puro repleto, sino de pura prepotencia. Bajar de la vereda en intento de detenerlos es una actitud suicida. Acelerarán sin miramientos. Ellos no están en infracción, sino el usuario en su lucha diaria por el milagro de llegar ileso a destino. Así el tiempo pasa, perdido… aunque el usuario, no a su condición de pasajero. Rutina… Al final se aprende que el que para, es siempre el que viene más repleto de los cinco que arriban juntos a la misma parada, luego de haber sometido al usuario a espera desesperada. La regla funciona más o menos así: el primero de los cinco, por lo general hasta con asientos libres, pasará raudamente de largo para no perder el semáforo en verde. El segundo, no tan repleto, parará media cuadra antes o en la esquina de la cuadra anterior, solo a descargar  pasajeros, y luego surcará la parada a motor rugiente enfilando hacia el medio de la calle.

Allí fue el colectivo…Y el usuario, aquí, de muestra, masticando palabras soeces. El tercero, bastante mas completo, tal vez se detenga, pero no abrirá la puerta. No hay gesto, intención o protesta que le modifique esa actitud de seguir de largo. Segregando adrenalina y embroncado con esto de “todos los días lo mismo”, el usuario verá acercarse lentamente al cuarto colectivo. Si consiguiera ascender, debería atrincherarse contra el conductor que lo instará abruptamente a moverse hacia el interior del coche. Pero condicionalidad dejada de lado, a puerta cerrada, el chofer moviendo el dedo hacia atrás, indicará que ya viene el próximo. Claro que usuario ya no estará solo en esta etapa. Sus semejantes, esos otros usuarios en idéntica situación, y ya en hilera de larga espera, vociferando, quejándose y maldiciendo casi al borde de, ya se habrán puesto de su parte. Y entonces, Siiiiiii! Ahí viene el quintooooo… El de la esperanza y la probabilidad.

Un quinto que, a veces para, y a veces utiliza idéntico gesto al anterior. Con la variante de que, detrás suyo, nada mas que el usuario frustrado, aún en la parada. Inútil buscar inspectores. De hallarlo, jamás apoyaran a usuarios ni pasajeros. Y hasta es posible, que con calmo desenfado, sugieran el uso de taxi si se desea viajar cómodo (después de todo, el asunto es viajar un poco mas cómodo, porque “llegar a horario”, casi tema en extinción hasta que aparezcan los helico-busses). Al tiempo de hacerte la sugerencia de optar por un taxi, es probable que el inspector este indicando seguir de largo al que viene vacío, y parar al que viene repleto. ¿Incongruencia? ¡No! De ningún modo. Apenas la cruel realidad cotidiana de llegar a destino. Ese habitual desgaste, que corroe el sistema nervioso incluso al más yogui de los usuarios. Y uno debe estar agradecido de que con suerte, el quinto haya parado y permitido el abordaje.

En caso favorable, el usuario -ahora pasajero- comenzará a vivir la pesadilla II del cotidiano milagro de viajar. Ya en el colectivo, hay que toparse con la mala predisposición y el enojo de los pasajeros de paradas anteriores, hartos de ser empujados y apretujados, que tienen que soportar a este nuevo incordio (usted que al fin ha logrado ascender), cuando ya no entra ni siquiera un alfiler. Es el momento de la ley de la selva. Cuestión de empujar y resistir a cara de perro, porque-en-algún-momento-hay-que-llegar-a-destino. El horario ya no importa, ¡solo llegar! Empujando y a presión, se va ganando posicionamiento aunque ralee el aire y no haya de donde sujetarse.  Y a la hora del descenso, llegar ileso a la puerta de salida, casi: ¡Bingo!. Igual que lograr bajarse en la parada correspondiente. Ergo, eso de que “todo lo que sube, baja” no es regla para usuarios de colectivos. Para usuarios, ascender es cuestión de suerte. Bajar, voluntad del resto de los pasajeros.



7 comentarios:

  1. Elsa entre risitas y angustia fui viajando como el personaje me planteaba, a la vez, recordando mis tiempos donde los viajes eran cosa de todos los días, ahora no tan a menudo, y si bien en grandes ciudades es peor, nadie se salva de lo que relata el personaje de la historia. Con un lenguaje simple y coloquial, una vivencia que es casi de todos. Felicitaciones. me gustó mucho. marta comelli

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  2. La escritora añora el tiempo de los ferrocarriles de antaño y andenes en los cuales se dieron tantas historias. El colectivo es un suplicio, el pasajero se curte y termina alegrándose como dice el genial fin de este relato, que con ironía cuenta la realidad diaria de muchos trabajadores de las grandes ciudades ( entre ellas mi hija )
    Muy bueno, Elsa, un gran sentido de observación, un tema actual.
    Felicitaciones y cariños.
    MARITA RAGOZZA

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  3. Ameno el desarrollo, pero el desgaste diario y el riesgo, hacen la historia fatídica. Es como estar al borde de un precipicio constantemente.
    Cabe destacar que lo observado llega a tintes psicológicos ya que cada año será peor.

    Un saludo y cariños
    Celmiro

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  4. Elsa me hiciste recordar mis experiencias de hace cuarenta años, que tantos hace que no vivo en una ciudad digna de tal nombre. Con 20 mil habitantes llego a casi todos lados a pie asi que ya me olvidé lo que significa levantarse a las 6 y viajar dos horas apretujada para llegar al trabajo. Aunque está relatado con humor, no se porqué no me dio risa, más bien al contrario...

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  5. La ironía y el grotesco al servicio de una realidad, toda un aguafuerte, Carlos Arturo Trinelli

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  6. Y pasa en todos partes Elsa, eso es peor todavía.
    Muy bueno, lo disfruté

    Lily Chavez

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  7. Esta vìa dolorosa de quienes deben concurrir a su trabajo todos los dìas de la mayor parte de su vida es una alternativa que suma dìas, hora, años de la vida alienada del ser humano, una inversiòn que frustra y angustia, tiempo que no da recompensas.

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