Una nueva oleada de
autores llega a España para demostrar que la Italia literaria va más allá de la herencia de
los sesenta o del superventas Federico Moccia
Via Stalingrado no
aparecería jamás en una tienda de postales de la Toscana. Pero es esa
calle de un barrio degradado el hábitat que les ha tocado a Anna y Francesca
para criarse. Y allí, bajo una niebla de drogadicción y violencia, esas dos
adolescentes de la pequeña ciudad industrial de Piombino intentan entrever la carretera
que les conduzca hacia sus sueños. Por lo pronto, el camino les ha llevado del
corazón de la Toscana
hasta las librerías españolas. De acero, primera novela de
Silvia Avallone, protagonizada por las dos jóvenes, vendió más de 350.000
ejemplares en Italia; bastantes como para que se editaran también en castellano
las claves para sumergirse en Piombino.
O en Acqua Traverse,
imaginaria aldea siciliana donde Niccolò Ammaniti situó el dramático retrato de
la adolescencia de No tengo miedo. O en Soreni, el pueblecito de
Cerdeña en el que Michela Murgia desarrolla La acabadora,
historia de una señora que es modista pero que esconde un oficio bastante más
trágico.
La enumeración podría continuar. De
Roberto Costantini a Giorgio Vasta, pasando por Edoardo Nesi, hay una oleada de
novelistas italianos que ha llegado a España para quedarse. De hecho, algunos
pasarán concretamente por el país en mayo, ya que Italia es el invitado de este
año a la Feria
del Libro de Madrid.
Sus edades van de los 28 a los 60 años, cuentan con
una o dos novelas publicadas (salvo Ammaniti y Nesi, con algunas más) pero en
su currículo ya lucen premios como el Strega y el Campiello, los más
prestigiosos de la literatura italiana. “Vamos en serio”, lo resume Giorgio
Vasta. O tampoco tanto, al menos según Ammaniti: “Mis temas suelen ser
grotescos, no me tomo demasiado en serio”.
Sea como fuere, los temas que
tratan son también italianos, aunque hasta cierto punto. Por mucho que sus
tramas corran por las aldeas del país transalpino o se enfrenten al secuestro
de Aldo Moro, Italia solo es el marco en el que estos novelistas pintan cuadros
personales y sociales que todo lector conoce. “La relación con la familia, el
descubrimiento de la ética”, sugiere algunos Ammaniti. “Prato es una ciudad de
provincia obligada a vivir bajo el asfalto de la globalización. Es italiana
pero también española”, añade Nesi, que en su ciudad natal ha ambientadoLa
historia de mi gente.
“Una trama que vuelva a las raíces
más auténticas de la humanidad puede contarse en la isla de Pascua y ser leída
en Shanghai”, resume Murgia. O en España, como ellos esperan que ocurra. “¿Qué
tal van mis libros allí?”, pregunta Ammaniti, al comienzo de la entrevista.
Seguramente le gustaría oír como respuesta: “Como los de Federico Moccia”. El
autor de A tres metros sobre el cielo es el único italiano
presente (y con un doblete) en la lista de los 25 libros más leídos de 2011 de la Federación de
Gremios de Editores.
Lejos del romanticismo, para
muchos pasteloso, de su compatriota, estos autores tiran de otras
herramientas para escalar hasta el éxito. Costantini, por ejemplo, cuenta con
la baza del género: “El thriller es más fácil de exportar”. En
general estas novelas, algunas contemporáneas y otras desarrolladas en el
pasado, comparten una escritura relativamente tradicional. “Narración clásica,
estructuras reconocibles. Hemos regresado al Ottocento”, explica
Vasta. Con la excepción de Ammaniti, en los laboratorios de estos novelistas
los experimentos se han reducido al mínimo. “Hemos vuelto a narradores como
Pasolini y Morante: buscamos grandes historias que tengan consecuencias, que
ofrezcan una visión del mundo”, es la receta de Avallone.
Precisamente Pasolini y Morante
(pero también Sciascia y Moravia) son los exponentes de la última edad dorada
de la literatura italiana. Y esa foto amarillenta de un pasado glorioso es la
que todavía cuelga en muchos salones literarios españoles, según el director
del Instituto Italiano de Cultura de Madrid, Carmelo Di Gennaro: “La idea de
Italia cultural es la de los sesenta y setenta, cuando era una isla de libertad
a la que la España
de la dictadura franquista miraba con interés”.
Esclava de un pasado tan fascinante
como las majestuosas ruinas que pueblan todo el país, Italia busca a fuerza de
novelas sacudirse de encima el peso de los gigantes. “Para muchos críticos
italianos, el presente no existe. Quien publica hoy en día es residual”, se
queja Vasta.
De momento, el país sí se ha
liberado de otra herencia, aunque más baja que un gigante. “Hemos vivido en un
cuento de hadas. No hemos cogido uno solo de todos los trenes que iban
pasando”, describe Nesi la larga etapa Berlusconi. Pero entre los bastidores de
un teatro que cada día narraba historias de corrupción y bunga bunga las
novelas han encontrado, según Avallone, una oportunidad: “Ya que la televisión
y los medios de comunicación mixtificaban la realidad, la literatura ha tenido
que contar sola el país”. Una misión complicada. Casi tanto como criarse en Via
Stalingrado. ■
Si es un regreso que sea bienvenida, C.A.T.
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