GERARDO PENNINI |
breves historias de 25 watts (1)
Usted estará acostumbrado a darse una vuelta por Latinoamérica, si no es viajando, puede ser a través de las páginas de un libro más o menos actual. Y usted verá una Latinoamérica más o menos pareja de vegetación, calor, generales retirados y corruptos, bosques o playas, buitres, piojos, moscas, procesiones religiosas y magia y colorinches y...
Bien...parejos son los piojos. De norte a sur. Y también los buitres y las moscas; porque excepto por Neruda, nadie se acuerda de esta otra parte de América tan poco americana .
Esta parte donde se extienden desiertos helados la mayor parte del año, donde hay tan poco verde-verde. Hay verdinegro, verdeazul, verde blancuzco, ocre, rojo, dorado, cobre. Pero no verde de esa clase de verde.
Tan poco americana es esta tierra, que encontramos una calle en un pueblo de no más de dos mil almas que lleva el nombre de uno de los fundadores de Johannesburgo: Johann Cristian Joubert, y varias de esas almas se siguen llamando Joubert. Un pueblo donde el prócer local es el croata Juan Benigar, apellido que todavía encontramos allí.
En la misma tierra, a unos centenares de kilómetros, hay manzanares, nogaledas y viñedos que trabajan hombres y mujeres que responden a sus gentilicios Micolic, Tutanic, Lenacic, Schrull.
Pero dejemos esto.
Puede ser que usted tenga una visión de Latinoamérica desde Buenos Aires, Río o Caracas. Su ventanilla le mostrará una enorme sucesión de edificios del romanticismo italiano o el neoclásico francés, ropa tendida, farolas, rostros empalidecidos o broncíneos, con innegables glóbulos de sangre indígena o africana.
Hay más.
Hay horas y horas de camino solitario que subre, baja, se retuerce y se extiende,,,se extiende,,,y de pronto se arruga en torno a un peñón rojo rasgado y brusco.
Pasamos, y la misma ruta se interna en un túnel de nieve repentino, se descuelga en una cornisa espeluzmante.
Y ni un poblado, ni un surtidor de nafta...apenas alguna señal de humo (si no hay viento) marca la presencia del “puestito” de algún indigena o mestizo.
Llueve y llueve y tiembla el piso.
La tierra toma un color oscuro y se va desmayando de a poco, de a terrones. Se aflojan las laderas de las bardas, rueda el pedrerío, se acumulan torrentes en todos los zanjones y cañadas, se unen, crecen, se atropellan. Muros de agua roja avanzan como cataratas de kilómetros y kilómetros y arrasan con todo.
Desaparecen vías de ferrocarril, rutas asfaltadas, puentes, escuelitas rurales, cabras y puestos y puesteros.
A los pocos días, el viento otra vez.
Y luego el sol. El lodo amasado, secado, planchado y cocinado.
Los indígenas llamaron a esta parte Zapala, que quiere decir “barro chato”.
Y por allí, al pie de un inmenso montón de arcilla descargada hace milenios y modelada en forma cónica por siglos de viento hay una escuelita.
El paraje se llama Michacheo, y todas las mañanas, de marzo a noviembre, a veces con el sol horizontal y una tenue neblina, a veces en plena oscuridad, casi siempre con viento, un grupo de niños de mejillas escamosas y agrietadas saluda el izamiento de la bandera.
Es una de las pocas emociones profundas que se imprimen en el alma cuando el hombre ya creyó haber visto todo.
Vemos un grupo, tiritando, soplándose los mocos, con los dedos saliéndose de las zapatillas, las caritas azotadas por millones de granos de sal y arena...todo ello envuelto en la gasa azulina de la niebla que imprime la sensación de recuerdo onírico al conjunto.
A la misma hora, de setiembre hasta mayo, a ciento ochenta kilómetros de allí, puede ser Ruca Choroy –en mapuche casa de loros- a orillas del río, frente a un interminable farallón de granito pulido y vertical, lustrado por glaciares antediluvianos y salpicado por manchas de araucarias y ñires, se repite la escena anterior, con aroma de estufas ardiendo, salamandras recias de hierro fundido quemando doscientos o cuatrocientos años de madera .
Los que izan aquí la azul y blanca son Calfinahuel (tigre azul); Mariñanco (Diez águilas) Lefimán (Cóndor corredor); Calfupan (León azul) o Maiñque (Cóndor).-
Antiguos patronímicos de clanes guerreros.
El tótem del león, , el tótem del tigre, el tótem del cóndor.
Un viaje a través de las palabras por Latinoamérica, con imágenes visuales, " sin las ventanillas falsas" y con la autenticidad de sus colores.
ResponderEliminarSomos América,tierra con cultura originaria primigenia y también africana.
Felicitaciones al autor.
MARITA RAGOZZA
Interesante paseo pleno de colores y emoción. Recordé una estadía en Ruca Choroy compartiendo la cultura mapuche. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarNo conozco -y ya no conoceré- esos parajes, pero como siempre me asombra la audacia del hombre que vive, se reproduce, echa raíces en lugares tan inhóspitos. Hermoso relato Penini.
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