ESTER MANN
Un empujón
Estrella volvía del supermercado. No había comprado mucho: algunas cosas indispensables. Un muchacho salió de algún lado, no alcanzó a verlo, pero la botella de aceite que llevaba salió volando por el aire.
Por mirar adónde iba a parar la botella no vio bien al chico. Cuando se dio vuelta vislumbró su pelo largo, la campera color naranja y a él, que ya se perdía en la otra cuadra. ¿Por qué iba tan apurado? ¿Estaría huyendo? ¿Sería un ladrón?
Recogió la botella, que estaba abollada pero entera, y siguió caminando. Pero el muchacho seguía corriendo en su cabeza… Tal vez era ella, que ahora era lenta y no lo había visto; a lo mejor él ni siquiera corría. En los últimos tiempos se había tomado la costumbre de inventarse telenovelas con la gente que veía en la calle.
Ya en su casa acomodó los productos en el armario de la cocina. ¡Cómo le gustaba tener los placares repletos de latas de todas clases! Claro que ahora no era posible... Y además, ¿para qué, si estaba sola?
Una vez más la película se desplegaba en su mente: los recuerdos se iban devanando mientras lavaba la ensalada, ponía al fuego el agua para el arroz y preparaba la mesa. Recordaba los armarios atiborrados de conservas, en la heladera dulces caseros, tortas. Apurarse para alcanzar a preparar todo, atender a la familia y no llegar tarde al trabajo. Era duro, sí, ¡pero se sentía viva!
Cuando se iba a sentar a la mesa sonó el teléfono.
-Si, ¿Pablito? ¡Cómo! ¡Ya voy...
Entró al hospital a paso rápido, como en los viejos tiempos, cuando aún trabajaba. Sin preguntar fue derecho a Urgencias; allí, en la tercera cama estaba Pablo, la cabeza vendada, sangre en la cara, suero, los ojos cerrados... Se sentó al lado, en silencio, esperando... Pablo estaba vivo, respiraba con jadeos cortitos, como probando la calidad del aire. De pronto abrió los ojos y exclamó: ¡No lo ví! ¡Saltó de repente a la calle, sin mirar, corriendo!
Las lágrimas lo ahogaron y empezó a toser. Una enfermera llegó corriendo, lo tranquilizó, agregó algo a la bolsita de la transfusión y Pablo siguó durmiendo.
-¿Usted es la madre? Pobre muchacho, aparte del golpe que se dio en la cabeza, el shock de saber que el otro murió...¡es terrible! Y era un chico joven. ¿Sabe? No llevaba documentos, la policía lo fotografió y van a publicar la foto en los diarios.
Después de todo no era una telenovela, el pibe ese estaría escapando. ¡Quién sabría nunca cuál fue su historia? Y ahora estaba muerto, desvanecido en la nada.
Desde el kiosco del hospital, la primera página del diario de la tarde le golpeó la cara con el rostro ensangrentado y la campera color naranja...
Un relato de ficción que nos alerta y conduce a la reflexión.
ResponderEliminarTiempos duros donde la criminalización atraviesa tantos espacios que deberían ser intocables.
¡Gracias Ester!!!
Ester, me conmovió, tiene un final que impacta.
ResponderEliminarVa un afectuoso abrazo
Betty
Ester: seguro que muchos, apresuradamente, dirán...producto de la inseguridad!!. Cada caso tiene un por qué personal, como en tu relato, más allá del final de muerte. Realidades de todos los tiempoa, Tw abraza,
ResponderEliminarExcelente, Ester. Sos una muy buena narradora de los temas cotidianos, de lo que vemos y nos pasa o de lo que no pasa pero surge de esas novelas que nos hacemos con la vida de la gente y que no son tan novelas. Me gusta tu aparente objetividad y calma pero que no por eso, deja escondida tu gran sensibilidad.
ResponderEliminarCristina
Ay Nurit se me mezcla ficción y realidad - Es ficcion ???? Ojalá. Me generó tristeza , pena y un absoluto sentido de la realidad.
ResponderEliminaramelia
Que bueno! Me mantuvo en suspenso hasta el final , pobre pibe . ya no podrá decir si huía de alguien o de si mismo . Gracias Nurit.
ResponderEliminaramelia
Podía correr de contento, por llegar tarde a una cita idealizada, pero el pesimismo no yerra, simple y contundente el relato hace reflexionar, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarUna escena que nos la muestran los noticieros televisivos, pero que para Estrella fue el impacto real, sin necesidad de hacerse la fotonovela.
ResponderEliminarFuerte impacto el final para un comienzo narrativo de una vida en soledad.
Felicitaciones, Ester, por tu captación desde la brevedad de dos situaciones opuestas que nos sacuden al leer.
MARITA RAGOZZA
Un tema corriente, uno de los cientos de casos que ocurren en la vida cotidiana, en la civilización del automóvil. Me adhiero al comentario de Marita, al de Cristina o el de Laura: la soledad y la sensibilidad de la protagonista contado con esa sencillez que no busca efectos "secundarios". Había una vez, comenzaban los cuentos de antaño... Así veo los relatos de Ester.
ResponderEliminarandrés
Como siempre señora Ester es muy placentero leerla. Sus relatos son encantadores.
ResponderEliminarPedro Altamirano