sábado, 8 de septiembre de 2012

Andrés Aldao





Tía  Julia

 Es jodido vivir al día. Nunca sé si mañana morfo o corro la liebre. Desde el año pasado que estamos en mala onda, la malaria nos cagó la vida y mi casa es un despelote.
Mi viejo no labura; y mi vieja dejó de armar camisas. Mejor dicho le fueron achicando lo que cobraba por prenda. Al principio le traían el paquete. Después, ¡¡que se joda!  Le pagaban una miseria. ¿Y el viaje, y los hilos, y la vista? No por nada nos decía la vieja: La vida se me va sobre la máquina de coser. Y a nosotros se nos partía el alma.
La vieja largó; el viejo se lavó las manos; y nosotros, los hijos queridos, tenemos que andar por ahí buscando algún laburito de ocasión.
Cuando llegó el nuevo presi –mis viejos son radicales– tuvieron esperanzas. Pero no pasó nada. Ese De la Rúa parecía un mogólico. Mi viejo fue al comité, lo quisieron arreglar con dos kilos de yerba y uno de azúcar: ¡¡Métanselo en el culo! les dijo, rompió la tarjeta radical y los puteó como sabe hacer el viejo.

Yo tengo catorce años, mi hermano Gustavo, diez y seis, y Graciela, once. A veces me la rebusco repartiendo volantes del restorán chino o del Café–Tango de Balcarce. Los lunes vendo diarios en la parada del Chicho. Poca guita, pero algo es algo. Gustavo es más piola. Sube a los colectivos y vende la Guía T. Se conoce a casi todos los colectiveros de la 10, la 9 y la 17. Es para ir tirando.
Además, está la Tía Julia, hermana del viejo, que trabajaba en el correo y hace seis meses la mandaron a la mierda. La tía no se hace mala sangre. Es una enfermedad de familia porque ella y mi viejo son parecidos: no se calientan nunca.
Tía Julia duerme hasta tarde, se despierta con un bostezo chillón y aparece en el patio con un deshabillé de princesa rusa, se sienta en un sillón con la mirada perdida y después de media hora prepara la pava para el mate. Si mi hermano o yo pasamos delante de ella nos dice que le miramos las piernas, que somos unos pajeros. Ahora yo me pregunto:¿Por qué se sienta toda despatarrada, con el deshabillé desabrochado desde la cintura? ¿Se cree que nosotros somos trolos? Mi mamá la reprende pero es inútil. Tía Julia es así.
Todas las tardecitas se pega un baño morboso –tres cuartos de hora por lo menos–, se mete en la bañadera, a veces se afeita las piernas, se da una sesión de cremas por todo el cuerpo. Desnuda, se mira un largo rato en el espejo, de frente y de perfil, se toca las tetas y luego se viste. Sí, me imagino la pregunta: ¿Y vos cómo sabés todo esto? ¿Acaso la ves? ¿La verdad? Sí, cuando puedo la espío, y Gustavo también. Y después ya saben, rajamos al baño o al fondo.
      
Tía Julia cobra la indemnización del correo en cuotas. Cuando necesita comprarse la ropa ajustada, los zapatos de taco alto, las pinturas con que se escracha la cara, los perfumes franceses y bombachas que parecen hilachas trenzadas, saca plata del banco. Algunos sopes nos larga, pero muy poco. Tampoco le pedimos. A mi hermanita le da monedas para ir a la primera sesión del cine, y a mi vieja le tira unos pesos. Tomá, para el puchero, le dice.
Esa mañana apareció con un deshabillé flamante, el habitual bostezo de perrita caniche y con voz rara nos dijo: Conseguí un nuevo empleo. Se acabó la mishiadura, familia. Nadie abrió la boca. Graciela no estaba, porque es la única que va a la escuela. Los viejos ni parpadearon. Gustavo la miró como si viera volar a una mosca pegajosa. Yo le pregunté, haciéndome el interesado:
–¿Qué clase de laburo, Tía Julia?
¡¡Por lo menos alguien se preocupa! Trabajo de moza en un bar, turno noche. Se gana guita con los turistas.
–¿Dónde queda el bar, Tía Julia?
–Por Recoleta, nene. ¿Por qué? ¿Vas a venir a tomar algo y le vas a dejar una propinita a tu tía? –Me callé la boca. Al resto de la familia no se le movió ningún músculo de la jeta.
Esa semana el Chicho me ofreció trabajar todos los días, y Gustavo vendía en los colectivos herramientas a cinco pesos. Compraron un montón. Habíamos cazado la buena onda. Al terminar la semana Gustavo me dijo:
–Vení, Flaco, vamos de joda. Esta semana nos fue requetebién. Tenemos que divertirnos, vamos a ir al cine, después comemos pizza y tomamos cerveza. Te tengo una sorpresa.
–¿Qué sorpresa, Gustavo? ¡Contame.¡Contame, no seas turro. ¡¡Dale!
–Tranquilo, pibe, ya te vas a enterar.
–Turrazo. ¿Por qué no me contás?
–Está bien: después de comer vamos a lo de una puta Me la recomendó el mayorista. ¿Fuiste alguna vez?
Quedé callado. Me daba vergüenza decirle que no. Gustavo se avivó y me dio ánimos.
–Quedate tranquilo, hermanito, que todo va a andar bien. Es una mina de clase, ya vas a ver.

Ese fin de semana no me quedé tranquilo. Tenía dolor de estómago. Sí, tenía un cagazo de primera. Aunque confiaba en mi hermano.
Llegó la noche del domingo. Fuimos a Lavalle, vimos un bodrio y después comimos pizza en Las Cuartetas. Gustavo me apuraba. Tenía la pizza en la garganta. Mi hermano pagó.
–Rosana nos espera a las nueve, tomemos el colectivo. Tiene el bulín en Carlos Calvo. Vos entrá primero. Yo  te voy a esperar en un barcito que hay en la esquina
Bajamos en Chacabuco y caminamos. Mis pies parecían metidos en mocasines de plomo. La calle estaba vacía, a oscuras. Llegamos a la puerta de madera. Una casa antigua. Pensé que allí podría haber estado la jabonería de Vieytes. Del cagazo imaginaba cualquier cosa.
–Andá, te espero en ese barcito de mierda.¡¡¡Dale, boludo!
Subí las escaleras angustiado. De las habitaciones venían rancios olores de coliflor y pescado frito. Una cumbia a todo volumen aturdía. Golpeé con tal delicadeza que tuve que hacer bis. Y casi pis.
–Entrá –dijo la voz. El pomo de la puerta se me antojaba enjabonado: resbalaba y me costó hacerlo girar. Entré. La habitación en penumbras. La tipa tarareaba bajito un tango, la voz era suave y dulce. Me pareció conocida. Y eso me tranquilizó.
–Sacate la ropa y vení a la cama –susurró–. ¡¡Qué jovencito que sos!
Estaba tiritando. Quería rajar, tomármelas a cien por hora. La remera y la muscolosa se me enroscaban en los brazos. La cosa fue con los pantalones. Intenté bajármelos sin sacarme las adidas. Se produjo un embotellamiento en las rodillas; transpiraba sudor y miedo. Fue cuando la escuché decirme con voz canchera:
–Vení aquí, nene, vení con tía Rosana. –El espanto invadió mi cuerpo. Levanté los pantalones, agarré la remera y le dije que me iba. Cuando estaba  por disparar la mina me atajó en la puerta y me miró… ¡¡Mi dios!
–¿Adónde vas, pibe?
Estaba pintarrajeada, el cuarto olía a porro. Me hizo sentar a su lado, puso la mano sobre mi mejilla y abrazándome me imploró:
–No me digas nada, pibe, ¡¡por favor!  –Dábamos lástima los dos. 
–Mi hermano me está esperando –le dije preocupado.
–Andáte. Qué esperás. ¡¡Tomátela!
Salí con muchas ganas de llorar. Era como si hubiese crecido de golpe. Aunque por otro lado, ¡¡qué alegría, qué alivio, mi dios...! No era la Tía Julia 

14 comentarios:

  1. JA JA me embromaste Andrés , yo juraba que era la tía Julia.( déjame que lo crea)

    Bienvenido Pibito , una alegría que estés de nuevo con nosotros.
    Un abrazo gigante para los dos.
    amelia

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  2. Andrés:
    Me gustó. Clima sórdido es este que reflejas, creas.
    Te mando los más cariñosos saludos y mejores deseos. Y te felicito doblemente.
    Graciela U.

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  3. Hola Andrés!!! Muy feliz por el regreso y con la calidad de siempre
    ¡qué grande la Tia Julia!! Te mando un abrazo enorme y estés cada vez mejor!!! Susana Macció

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  4. HOLA aNDRÉS Y ME ALEGRO QUE ESTÉS POR ACÁ DE NUEVO Y EL CUENTO MUY BUENO


    cRIS DE PALERMO NO ME FALLES CUIDATE

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  5. Entre tías y no tías...que cuento del tío le hiciste al bobo, amigazo!!!! Que enorme placer tenerte de vuelta reabriendo páginas en la revista. Te abrazo con este abrazo en el que me abrazo, capitán. Por ahora estoy sin compu y me hice esta escapadita para mandarte el saludo de Bienvenido Querido Nuestro de Artesanía y Artesanos Literarias/os. Con mucho amor y alegría de que hayas vuelto al ruedo. ElsaJaná.

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  6. La tía Julia y la ambigüedad en un breve relato. ¿era o no era?. Como siempre la ambientación y la caracterización de los personajes dignos de la pluma de Andrés.

    Un abrazo

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  7. Un giro inesperado con un gran manejo de la tensión narrativa, abrazo, Carlos Arturo Trinelli

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  8. Qué filoso ese ensamble de tías, león!!!

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  9. Gracias Andrés por estar otra vez en el ruedo como toro fuerte y como torero hábil en sus trucos. ¡Mirá que hay tías en la literatura! Vos nomás tenés otro cuento con la tía, si mal no recuerdo , y ni hablar de Vargas LLosa que tiene también una Tía Julia sin embargo, todas las tías son únicas y ésta tuya me gustó mucho. Es indudable que el tan usado cuento del tío, es una simple cursilería mal intencionada al lado de la riqueza de experiencias y de fantasías que se puede sacar de una tía.
    Cristina Pailos

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    1. Una historia de otros tiempos, ahora los [pibes no necesitan, ese paso, ya que las pendejas debutan al igual sin problemas, como siempre sumando en tus letras y dandonos la alegria de estar se te admira Carmen

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  10. Andrés, me encantó la ambientación cruda y sin tapujos pero caí, entre los giros de la trama el final me sorprendió. Y además tiene el toquecito tierno que cae tan bien.
    Abrazos
    Betty

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    1. pARA TODAS Y TODOS LOS QUE COMENTARON ESTE RELATO DE LA VIDA COTIDIANA QUE FUE... AGRADEZCO EL COMPARTIR EMOCIONES REALES. MUHAS GRACIAS, ANDRÉS

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    2. Andres, el ambiente que reflejas y el susto que tiene el pibe me retrotraje a mi `propia experiencia cuando conoci por primera vez el rose de la piel de una mujer y temorosamente me comberti en hombre y fanfarronamente en canchero.

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    3. Andres, tu relato esta tan bien ambientado que me hizo revivir el momento que tube la experiencia de conocer lo que es el contacto con la piel de una mujer, y pase a combertirme temerosamente en un hombre y para colmo fanfarronear y canchero ¡O DIOS! cuanto le debo a una mujer que ya ni me acuerdo de su rostro

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